Por Ernesto Heredia
A raíz de los escándalos de corrupción que se han destapado en este y en pasados gobiernos, vuelve a surgir una pregunta que como nación seguimos evitando: ¿hasta cuándo permaneceremos indiferentes mientras el erario público se maneja al antojo de quienes dirigen la República?
La corrupción no es un fenómeno nuevo en nuestro país. Hemos visto desfilar denuncias, expedientes, arrestos, allanamientos y titulares que cada cierto tiempo sacuden la opinión pública. Sin embargo, después del ruido, lo que predomina es el silencio, la costumbre y la resignación. Es como si el pueblo dominicano ha normalizado que quienes administran los recursos del Estado los utilicen como si fueran patrimonio personal.
Pero la corrupción no es una simple noticia de coyuntura, es una herida profunda que afecta todos los renglones de la vida nacional. Cada peso robado es un aula que no se construye, un hospital sin insumos, una carretera que colapsa, un comunitario que queda desprotegido. La impunidad tiene un costo humano real que rara vez se menciona.
Por eso es necesario preguntarnos con honestidad: ¿seguiremos observando desde lejos, como espectadores pasivos, la forma en que se diluye el dinero que pertenece a todos?
La indiferencia ciudadana ha sido la mayor aliada de la corrupción. Cuando no exigimos transparencia, cuando justificamos abusos porque “todos lo hacen”, cuando renunciamos a fiscalizar, estamos cediendo voluntariamente nuestro derecho a vivir en un país más justo y ordenado.
Es cierto que combatir la corrupción no es responsabilidad del pueblo. Las instituciones deben funcionar, las leyes deben aplicarse, y los gobiernos —cualquiera que sea su color— deben rendir cuentas con firmeza. Pero también es cierto que una ciudadanía activa, vigilante y consciente, es el freno más poderoso contra el abuso del poder.
El futuro de la República Dominicana no puede seguir hipotecado por la negligencia, la ambición o la indiferencia. Nos corresponde despertar, exigir, participar y recordar a quienes ocupan posiciones públicas que administran recursos, que no les pertenecen: pertenecen a la nación. La República Dominicana no merece seguir atrapada en este ciclo de escándalos, desilusiones y promesas rotas. Somos un pueblo trabajador, creativo, valiente, y no podemos permitir que la corrupción siga arrebatándonos oportunidades, esperanza y futuro.
Si queremos un país distinto, debemos actuar distinto. No basta con indignarnos por unos días, es hora de asumir un compromiso real con la transparencia, la exigencia y la vigilancia ciudadana.
Porque al final, la gran pregunta no es si habrá un nuevo escándalo…
La pregunta es si nosotros, como pueblo, seguiremos permitiendo que nos roben el país en nuestras propias narices.
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