Juan Llado
Afortunadamente, un puñado de fieros
ambientalistas mantiene un alto nivel de alerta sobre el uso de nuestros
recursos naturales. Su mayor atención está centrada en la conservación del 25%
del territorio nacional designado como área protegida. Pero en algunos casos su
diligente vigilancia y extrema sensibilidad impide, con dudosa justificación,
el desarrollo sostenible del sector turístico. Su tajante oposición a la
construcción de infraestructuras hoteleras en Bahía de las Águilas, por
ejemplo, resulta cuestionable, al existir ya tecnologías para garantizar su
adecuada conservación. Un análisis riguroso sugiere que Cabo Rojo no es
necesariamente el mejor sitio para eso.
León identifica los recursos en juego como
“fauna amenazada, hábitats marinos, playa, y pesca”. En cuanto a la fauna se
identifican a las especies
amenazadas de tortugas marinas (carey, tinglar, verde) y al manatí. “Las playas de
Bahía sirven de lugar
de anidamiento a careyes y tinglares,
mientras que sus arrecifes y pastos marinos sirven de hábitat de crecimiento y
alimentación a las tortugas verdes y muy particularmente a los careyes.” El carey
esta críticamente amenazado y el área de Cabo Rojo concentra una de las más
densas poblaciones de juveniles de esa especie en el mundo. El también
amenazado manatí, se alimenta “allí de los abundantes pastos marinos, y beben
agua dulce en los manantiales submarinos”.
Los hábitats referidos no incluyen a los
terrestres y se limitan a los marinos que contienen praderas de pastos marinos
y arrecifes. “En el área de Bahía se encuentran algunos de los arrecifes de
coral más extensos, hermosos y diversos, incluyendo veriles, arrecifes de
parche y de franja”. Tanto los peces, las tortugas y moluscos se alimentan en
ese hábitat, el cual es muy vulnerable a cualquier contaminación por
encontrarse a escasa distancia de la costa. “Los sedimentos, el excesivo aporte
de nutrientes de aguas servidas o cualquier otro tipo de contaminación serían
fatales para los mismos.” Además,
el Grupo Jaragua ha señalado, que “el Área Municipal Protegida
Humedales de Cabo Rojo, dada su gran importancia para las aves acuáticas y
migratorias, debe ser respetada.”
En cuanto a la playa, su
belleza no requiere más exaltación. Sus blanquísimas arenas son producto de los
arrecifes circundantes: “De morir los arrecifes, también se vería afectada la
única fuente de arena de la playa, de ahí la importancia de su preservación.
Cuando hay marejadas o tormentas, estas playas sufren erosión y cualquier
construcción mal ubicada puede contribuir a que la cambiante morfología de la
playa no disipe la energía del oleaje adecuadamente. La proximidad de
grandes fosas marinas plantea la posibilidad de que los movimientos marinos
hagan que la arena caiga en ellas, por lo cual hay que preservar los pastos
marinos, los arrecifes y la vegetación de la playa que lo impide.” La playa de
Bahía sirve para el anidamiento de tortugas e iguanas, especialmente en los dos
kilómetros más al sur donde desovan durante los meses de verano.
León señala que la pesca en el área se ha
practicado desde hace más de 50 años (ahora unos 70). “Se continúa practicando
de una manera artesanal, es decir, a pequeña escala, y constituye una de las
principales actividades económicas de toda la provincia. De hecho, la zona de
Jaragua sustenta a la mayor pesquería de langosta del país, y a una de las
mayores de lambí. Y es precisamente en el área ubicada entre Cabo Rojo y Bahía de las Águilas donde se encuentra el principal centro de acopio pesquero de todo el Parque
Jaragua, incluyendo la isla Beata, y varios campamentos pesqueros que no
cuentan con vías de acceso terrestres.”
De lo anterior se desprende que las dos
amenazas más importantes al ecosistema del lugar, son las de la fauna y de los
hábitats marinos. Pero cuando se elaboró la ponencia de León, todavía el Ministerio
Ambiente no había, frente a su depredación por sus alegadas
propiedades afrodisíacas, adoptado la práctica de recoger los huevos de las
tortugas para incubarlos en su banco de incubadoras de la Laguna
de Oviedo. Esta práctica tiene más de una década y podría continuar
ininterrumpida. Esa medida sería acompañada por un cierre vigilado de los dos
kilómetros donde desovan las tortugas durante el verano, como se hace en otros
países.
Hace años que muchos países han adoptado
medidas para armonizar
el desarrollo turístico con la conservación de
las tortugas. Estas incluyen desde lo que ya estamos haciendo aquí, hasta la
creación de criaderos para devolver
al mar millones de neonatos que emergen de los nidos playeros, con lo cual se está
revirtiendo la tendencia a su extinción. Son
muchas las organizaciones
públicas y privadas que ayudan en esto y hasta empresas
hoteleras tienen sus propios proyectos.
Algunos de los criaderos generan ingresos porque se convierten en atracción
turística. Algo similar podría hacerse con los manatíes, pero reportes
recientes indican que estos
animales están desapareciendo de las costas dominicanas (quedando solo unos 70
individuos).
Por otro lado, son innegables los posibles
impactos negativos que podrían darse contra los hábitats marinos. León señala
que la principal amenaza sería la de las aguas residuales que emitirían las
instalaciones hoteleras. Ella misma, sin embargo, admite que tal problema puede
conjurarse con una depuración
efectiva para eliminar
los contaminantes antes de verterlas en alta mar mediante
un emisor submarino de varias millas de longitud. Ya existen plantas que reducen
la contaminación en hasta un 90%,
permitiendo el uso del agua tratada en la agricultura. Cuando León escribió su
ponencia hace 19 años, estas
tecnologías no estaban tan avanzadas.
La amenaza a la playa, por su parte, vendría
dada por la erosión que podría ser causada por el abatimiento de los corales y
el movimiento de la arena, esto último causado si la vegetación de la playa se
estropea o se limpia la arena de manera inadecuada. Pero todo eso ya es posible
evitar. Los corales pueden ser no solo protegidos, sino multiplicados con los
viveros y la jardinería de corales que está siendo desarrollada en otros
enclaves turísticos del país (p. ej.
Bayahíbe) y los proyectos de protección como los de ReefCheck. El
manejo idóneo de la vegetación y de la playa se asegura con una normativa que
se aplique rigurosamente.
En cuanto a la pesca, es poco lo que un
desarrollo hotelero la afectaría. Pedernales ha venido supliendo la demanda de
los hoteles del Este, pero su producción es muy limitada comparada con la de
nuestra costa norte. El grueso de los pescados y mariscos que consumen los
hoteles es importado de países tales como Tailandia, Filipinas y Vietnam. De
cualquier modo, ya la acuacultura permite acrecentar la producción más allá de
lo que el hábitat natural hace posible.
Más relevante a la decisión de confinar los
hoteles en Cabo Rojo es la conectividad de los hábitats marinos en toda la
costa de la provincia, un aspecto que los ambientalistas no parecen haber
tomado en cuenta. Si el hábitat de esa playa es similar al que existe en Bahía
y la distancia entre uno y otro es de apenas un par de kilómetros, es seguro que
lo que pase en la primera playa pasará en la segunda, aun si esta no es usada
para plantar hoteles en ella. Pero además, la foto adjunta muestra que de hecho
los hábitats están unidos o adyacentes. Y si la concentración de juveniles de
carey frente a Cabo Rojo es la más densa del mundo, resultaría contraproducente
preferir a esta playa en vez de Bahía. También el Banco
Mundial ha reportado que el 75% de los corales del Caribe
está en riesgo de desaparecer por efecto del cambio climático y habría que
inspeccionar los del área para ver en qué medida quedarían exentos sin una
reproducción asistida. De ahí que la preferencia por Cabo Rojo para el
desarrollo hotelero, no parece tener asidero lógico.
Si queremos captar inversionistas para
desarrollar el turismo en la región más pobre del país, entonces, tendremos que
reexaminar este asunto. Lo que se ha reportado hasta ahora es el interés de
inversionistas extranjeros en plantar hoteles en Bahía, sean las
infraestructuras hoteleras livianas o no. El doble desafío es decidir si
permitimos ese desarrollo en Bahía y si deben ser livianas las construcciones. Hay
serios cuestionamientos sobre lo aconsejable de limitar el desarrollo al
turismo ecológico, habiendo el MITUR determinado, en su POTT del 2012, que el
turismo de naturaleza es el segmento correcto.
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