Historia de las Ideas Políticas V
Presocráticos, Heráclito, Eleatas, Pluralistas (2)
Por Carlos Darío Sousa S.*
Empédocles (495-435
a.n.e.). Es seguro que escribió dos obras “Sobre
la naturaleza” y “Las Purificaciones”,
de las que se conservan, la primera contiene su interpretación de la naturaleza,
y la segunda contiene un conjunto de instrucciones para el cuidado del hombre,
en relación a sus creencias en la transmigración de las almas. Sostiene en su afirmación sobre conocimiento, que
“este no procede ni de la razón ni de los sentidos, sino del recuerdo de una
vida pasada, en la que el alma ha estado en contacto con principios invariables y permanentes de la naturaleza (raíces) son
conocidos como “los cuatro elementos: agua, aire fuego y tierra” Estos elementos subsisten
siempre, y no se
hacen o devienen, solo que siendo, ya más, ya menos, se mezclan y se desunen,
se agregan y se separan, a modo de lucha de contrarios mediante dos fuerzas
principales y antagónicas: el amor y el odio. “Estos elementos nunca cesan su
continuo cambio. En ocasiones se unen bajo la influencia del Amor y de este
modo todo deviene lo Uno. Otras voces se disgregan por la fuerza hostil del
odio y tiene una vida inestable”.
Leucipo y
Demócrito. Serán conocidos a lo largo de la historia como los
fundadores de la importante escuela “atomista” situada en Abdera, en
Tracia, en la periferia del mundo helénico. Es imposible separar a Leucipo del mucho más influyente discípulo Demócrito. Según Aristóteles y Teofrasto, Leucipo formuló las primeras “doctrinas atomistas”, que serían
desarrolladas por Demócrito, Epicuro y Lucrecio: la consideración racional y no
puramente empírica de la naturaleza; la consideración del ser como múltiple,
material, compuesto de partículas
indivisibles (átomo); la afirmación de la existencia del “no-ser” (vacío), y
del movimiento de los átomos en el vacío; la concepción determinista y
mecanicista de la realidad; y la formación de los mundos mediante un movimiento
de los átomos en forma de torbellino, o “remolino cósmico”, por el cual los más
pesados se separan de los más ligeros y se reúnen en el centro formando la
tierra.
Anaxágoras de Clazomenes.
Con él llegamos a la máxima expresión del pluralismo: “todo está en todo”. En
ésta fórmula, sintetiza este pensador, encontró el reposo de que en todo hay una
parte del todo, es decir, todo procede de lo mismo. La solución a este todo
original para Anexágoras es que “todo procede de unas semillas ilimitadas tanto
en cantidad como en pequeñez”, pero, a diferencia de los átomos de los
anatomistas, no serían cualitativamente iguales, sino que en función de su
cualidad, se unen o separan para formar los distintos seres. Estas semillas
contienen en sí mismas todos los elementos, de modo que serían las auténticos
principios de las cosas.
Para explicar el comienzo de todo, Anexágoras
también acudió a una especie de “torbellino cósmico”, pero inmediatamente tuvo
que dar respuesta a la pregunta de qué o quién puso en movimiento ese
torbellino. Y la respuesta más original de este presocrático será el
descubrimiento del concepto de “Nous” (Mente. Inteligencia. Espíritu), es
decir, de una inteligencia de naturaleza divina y ordenadora primera, un
concepto que aunque no designa ciertamente a una inteligencia creadora de Dios
(cómo conoceremos después por ejemplo en la filosofía cristiana), sino más bien
a una especie de arquitecto ordenador del cosmos, sin embargo este “Nous”
aportó de golpe un elemento inteligente fundamental en la explicación del
origen de todo, es decir que las cosas tienen una finalidad porque están
hechas por y para una razón de ser.
*El autor es catedrático universitario.-
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