25 de marzo de 2016

¿Envolvió la Sábana Santa el Cuerpo de Jesús de Nazaret?

Por Luis Alfonso Gámez (El Correo)

«Cristo resucitó. Sensacionales descubrimientos de la NASA». Así titulaba el periodista y ufólogo Juan José Benítez un reportaje en la revista esotérica 'Mundo Desconocido' en febrero de 1978. A finales de los años 70, a raíz de los resultados de un estudio del Proyecto para la Investigación del Sudario de Turín (STURP), se instaló en el imaginario colectivo la
idea de que la NASA había analizado la sábana santa con los mismos equipos con los que estudiaba otros mundos y había demostrado científicamente la Resurrección. ¿Hay algo de cierto en esta historia?

La sábana santa o sudario de Turín es una pieza de lino de 4,32 metros de longitud y 1,10 de anchura que tiene impresa la parte frontal y la dorsal de un hombre. La figura corresponde a un individuo de cerca de 1,80 metros, que tiene el aspecto típico con el que se ha representado a Jesús y las lesiones -latigazos, corona de espinas, lanzado y agujeros de clavos- descritas en los relatos evangélicos de la Pasión. Según los documentos históricos, apareció en Lirey (Francia) en la década de 1350 de la mano de Geoffroy de Charny, un caballero que nunca aclaró cómo se había hecho con ella.

La presunta reliquia de la Resurrección es polémica desde su aparición. A mediados del siglo XIV, para consagrar un templo era obligatorio que tuviera reliquias, exigencia que había establecido en 787 el Segundo Concilio de Nicea. El destino de la sábana santa fue la iglesia de Nuestra Señora de Lirey, que se consagró en 1357 y pronto se convirtió en punto de destino de peregrinos a los que se vendían recuerdos vinculados con el supuesto sudario de Cristo. El rentable negocio de Lirey suscitó sospechas en Henri de Poitiers, obispo de Troyes, que abrió una investigación y averiguó que la sábana era una pintura y los monjes engañaban a los fieles simulando milagros. El antipapa Clemente VII fue informado de ello y en enero de 1389 autorizó la exhibición de la tela con, entre otras condiciones, la de que se advirtiera de que «la figura o representación no es el verdadero Sudario de Nuestro Señor, sino que se trata de una pintura o un cuadro de la Sábana Santa».

Una de muchas sábanas
El sudario de Lirey, uno de los muchos que circularon por Europa en la Edad Media, quedó en 1578 depositado en la catedral de Turín, donde ahora se encuentra. Fue en esa ciudad italiana donde lo vio el abogado italiano Secondo Pia, que en 1898, tras tomar varias fotos de la reliquia, propuso que la imagen era un negativo. Se dejó llevar por las apariencias y no se paró a pensar que las presuntas manchas de sangre son rojas -algo imposible en un negativo- y que la barba del hombre es negra, lo que quiere decir que la tenía blanca. El error se ha perpetuado entre los sindonólogos -como se llaman los estudiosos de la pieza-, que sostienen también que el hombre de la sábana es físicamente perfecto, cuando no sólo no lo es, sino que, además, está en una postura imposible: mientras que en la imagen frontal aparece relajado, con las piernas estiradas, en la dorsal está impresa la planta del pie derecho, lo que exigiría que hubiera doblado la rodilla. Además, en el rostro no hay ninguna simetría y la larga melena no cae hacia la nuca, sino que se mantiene suspendida como por arte de magia. Por si eso fuera poco, el hombre de la sábana se tapa púdicamente los genitales con las manos. Túmbese e intente cubrirse los genitales como el hombre del sudario de Turín, sin despegar los hombros del suelo. No podrá.

Hace casi cuarenta años se creó otro mito, que la NASA había examinado la reliquia. No fue así. La agencia espacial estadounidense jamás ha estudiado la sábana santa. El trabajo de los años 70, del que informaba Benítez en 1978 a los lectores de 'Mundo Desconocido', fue obra del Proyecto para la Investigación del Sudario de Turín (STURP), un grupo de creyentes vinculado a la Hermandad del Santo Sudario del que formaban parte, a título particular, dos individuos vinculados a la NASA. Así que los promotores de la reliquia empezaron a vender la falsedad de que la agencia espacial había demostrado la resurrección de Cristo. Peor suerte corrió Walter McCrone, una autoridad mundial en microanálisis forense. Le expulsaron del STURP por decir que en la tela no había detectado ni una gota de sangre y sí muestras de bermellón y rojo de rubia, pinturas utilizadas en la Edad Media.

En 1980, McCrone auguró que, si algún día se hacía, la prueba del carbono 14 -que permite conocer la edad de restos orgánicos de menos de 60.000 años- dataría el sudario «el 14 de agosto de 1356, diez años más o menos». Antes de que en 1988 la pieza se sometiera al test del radiocarbono, Vittorio Pesce, antropólogo de la Universidad de Bari, aventuró que había sido confeccionada entre 1250 y 1350. En 1988, tres laboratorios de Estados Unidos, Reino Unido y Suiza realizaron el test del carbono 14 a trozos de la sábana y fecharon «el lino del sudario de Turín entre 1260 y 1390 (±10 años), con una fiabilidad del 95%». El resultado del análisis se publicó en la revista 'Nature' sin que, hasta el momento, haya sido refutado. «La Iglesia confirma su respeto y su veneración a esta imagen de Cristo, que sigue siendo objeto de culto de los fieles. El valor de la imagen es preeminente respecto al eventual valor de histórico del lienzo», dijo entonces el arzobispo de Turín, cardenal Anastasio Ballestrero. Es decir, el Vaticano sostiene que la sábana santa es objeto de veneración no porque cubriera a Jesús de Nazaret, sino porque evoca el martirio que, según la tradición, sufrió el fundador del cristianismo.

La sábana santa es una pintura confeccionada en la Edad Media, pero ¿cómo se hizo? Seguramente utilizando un bajorrelieve impregnado de pintura -los pigmentos detectados por McCrone- sobre el que se puso la tela. El químico italiano Luigi Garlaschelli ya ha hecho una réplica del rostro del hombre de la sábana indistinguible del original. De todos modos, aunque nunca se llegara a saber el método exacto que se siguió para pintar la figura que se venera en Turín, ignorar cómo hicieron algo nuestros antepasados no es una carta blanca para atribuirlo a milagros.

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