Por José D. Sánchez
A raíz de que me hicieran una invitación para participar el próximo 13 de diciembre como estudiante fundador de la escuela San Juan Bautista De La Salle, del barrio Simón Bolívar del Distrito Nacional, me hace retrotraer la memoria a muchos años atrás, pero a la vez del presente actual y pensar en tantos acontecimientos importantes que desde niño me han tocado vivir y sentir profundamente en lo más interno de mi mente, que no soy nada especial, sino que por jugarretas de la vida, me tocó estar en ése momento y en ése lugar.
Apenas tenía 7 años cuando ingresé a las clases del recinto que acabo de mencionar, agradezco al doctor Luis José Santos Sanó, mi hermano hasta hoy, que fue quien hizo todas las diligencias para que me aceptaran, aún estábamos en las turbulencias de la Revolución de Abril de 1965.
Dos hechos fortuitos me permitieron estar ahí y vivir para contarlo.
1.- La separación momentánea de mis padres provocó nuestra mudanza a La Capital.
2.- El estallido de la Revolución de Abril evitó que el año escolar 64-65 terminara en la fecha que debió terminar.
Traigo esto a colación, no para hacer mi autobiografía, sino para enfatizar el tema que voy a tratar y que da origen al título de este artículo.
En vez de asombrarme, siento lástima por tantas personas que deseando ser protagonistas sé inventan burdas mentiras o crean cuentos y fábulas de hazañas y hechos que solo existen en su imaginación, también los tergiversan para hacerse encajar y colocarse donde nunca estuvieron, y si por casualidad estuvieron, su papel fue muy diferente del que quieren aparentar.
Es una enfermedad por el deseo de sentirse grandes o importantes y al final solo hacen el ridículo, porque si hay una cosa que nunca puede esconderse, es la verdad.
No solo llevan el atrevimiento de hacerse pasar como miembros fundadores de instituciones, clubes, partidos, movimientos estudiantiles, asociaciones, sindicatos, iglesias, universidades y otros, se atreven a narrar historias inverosímiles de acontecimientos donde no pudieron estar o cuando ocurrieron estaban muy lejos de ése lugar, también porque la edad no concuerda, y peor aún, solo han escuchado las reseñas.
Se atreven a tanto, que escuché a una persona decir que participó en el fusilamiento de Manolo Tavárez Justo y que las botas que llevaba puestas se las había quitado al cadáver.
Otro señor, siendo civil, relató, estando yo presente, que fue quien tomó el fusil de Francisco Alberto Caamaño cuando lo ejecutaron y anduvo con el encima por varios días.
Escucho como personas surfeaban sobre las balas en abril de 1984 en lugares que estuvieron otros y nunca los vieron, la sencilla razón, estaban debajo de las camas.
Y para colmo, he visto personas de mi edad luciendo orondos sobre su pecho carnets de combatientes de la Revolución de Abril de 1965.
Que beriles tienen, fueron soldados de primera línea con 6 y 7 años de edad.
Son solo unos escasos ejemplos de tantos que conozco, de lo que significa el Síndrome del Protagonismo Enfermizo.

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