Debemos ser más diligentes y audaces en procura de las soluciones. Tenemos un matrimonio obligado que da muchos dolores de cabeza, pero que también puede traernos felicidad.
Por Juan Llado
El vacío de autoridad que actualmente confronta Haití, amenaza seriamente la estabilidad y la seguridad de nuestro país. El gobierno del cambio hace denodados esfuerzos por llamar la atención de la comunidad internacional sobre esa alarmante situación. Pero ningún país responde el llamado y prevalece la impresión de que nadie quiere involucrarse. La solución, sin embargo, requiere la participación de la comunidad internacional a fin de generar un gobierno estable. Por eso la meta fundamental debe ser la celebración de elecciones libres con una afluencia masiva de votantes.
En su bien ponderada exposición ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Abinader llegó a la misma conclusión. “La comunidad internacional no debe, ni puede, abandonar al pueblo haitiano en este momento en que los niveles de inseguridad lo están llevando a su autodestrucción.” “Ante la división actual que existe entre el liderazgo haitiano y la peligrosa presencia de bandas criminales que controlan una buena parte de su territorio, los haitianos por sí solos no podrán pacificar su país y mucho menos garantizar las condiciones para establecer un mínimo de orden. Consecuentemente, lo más importante e inmediato es la seguridad en Haití, y que solo después de haberlo logrado, pueden llevarse a cabo unas elecciones libres, justas y confiables”.
Rica y República Dominicana, creó una Alianza para el Desarrollo en Democracia y declaró una “profunda preocupación ante los retos que plantea la crisis política, económico-social, alimentaria y de seguridad en la República de Haití. En consecuencia, proponemos a la comunidad internacional, con la participación de las autoridades haitianas, su involucramiento inmediato.” Como primera prioridad se pide el “desarme y pacificación de la población y el fortalecimiento de la seguridad.” Las otras prioridades incluyen la celebración de elecciones, un plan integral de desarrollo, inversiones en infraestructura y financiamiento para recuperar las cuencas hidrográficas y para reforestar.
Inspirados en su Alianza, los mandatarios citados acordaron reunirse aquí el próximo 10 de diciembre. Pero las perspectivas son de que lo que hayan podido conseguir para Haití entonces será poco. Las potencias que podrían movilizar una acción concreta –EEUU, Francia y Canadá— no dan muestras de estar interesadas en ningún tipo de intervención. EEUU ha deportado más de 11,000 haitianos de su frontera con México, y Francia y Canadá no tienen ningún interés especifico en nuestra hermana nación que los motive a involucrarse. Rusia y China, por su parte, no osarían tomar alguna participación en el patio de EEUU, excepto si logran movilizar alguna decisión del Consejo de Seguridad de la ONU.
Para nuestro país, entonces, el reto mayor y más inmediato es la movilización de la comunidad internacional. La tarea no es fácil y ha quedado demostrado que con exhortaciones grandilocuentes en foros internacionales no se conseguiría nada; son muchas las declaraciones sin éxito que han hecho nuestros mandatarios y embajadores en ese sentido. Después de la comparecencia del presidente Abinader ante la ONU, varios países declararon su solidaridad con sus pronunciamientos (Argentina, México, Panamá y Costa Rica), pero eso no ha tenido ningún efecto hasta ahora. De ahí que se impongan nuevas y urgentes gestiones que puedan ser más efectivas.
Lo que sigue es un escenario concebido por quien escribe como un recomendable camino a seguir. Una opción a la mano es la próxima celebración de la XXVIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado donde nuestro país presidirá y organizará las sesiones. En fecha 24-25 del próximo mes, se celebrará en nuestro país la reunión de Coordinadores Nacionales y Responsables de Cooperación y debemos aprovechar para proponer que el tema principal de la Cumbre sea la situación de Haití.
Por
su lado, la opción de emprender gestiones de diplomacia personal de parte del
jefe del estado se torna viable y deseable. Dejando de lado los primeros
palazos de nuevos proyectos y las inauguraciones, el presidente Abinader debe
hacer dos viajes de una semana cada uno. El primero seria a EUU y, mas
particularmente, a Washington y New York, mientras el segundo seria a Bruselas
y a Paris. En Washington visitaría al secretario Almagro de la OEA, al
secretario de Estado Blinken de EEUU, al Embajador de Noruega en esa ciudad y,
de ser posible, a Barack Obama. En cada caso reiteraría la necesidad de un
involucramiento de la comunidad internacional y solicitaría solidaridad y
ayuda. Obama y Noruega podrían ser de gran ayuda.
En
Bruselas se reuniría con Ursula von der Leyen, la actual presidenta de la
Comisión Europea y Josep Borrell, encargado de las relaciones exteriores en la
Comisión. En Paris conversaría con el presidente Macron. En ambos casos
reiteraría la necesidad del involucramiento internacional en Haití. De paso
podría también visitar en Bonn a Angela Merkel y explorar la posibilidad de que
ella pueda, usando su tiempo libre y su enorme prestigio, ser enlistada
como embajadora de buena voluntad para ayudar a movilizar la ayuda de la Unión
Europea hacia Haití.
Estos
viajes del presidente Abinader no necesariamente darían los frutos esperados.
Pero la diplomacia personal siempre ha tenido un papel que jugar y vale la pena
invertir ese tiempo por si acaso.
El
otro frente de las nuevas gestiones se esboza a continuación a sabiendas de que
consiste en un plan ambicioso. Lo primero seria la celebración de una
conferencia de cancilleres de la OEA, preferiblemente en nuestro territorio. El
tema único, por supuesto, sería la situación de Haití. Es poco probable que
algunos de nuestros países del hemisferio desee jugar un rol protagónico en la
delicada tarea de restablecer la seguridad. Pero los cancilleres si podrían
diseñar un plan para alcanzar la codiciada meta de la celebración de elecciones
libres y justas en Haití, un paso esencial para asegurar la estabilidad
política de largo plazo. Ese plan entonces se presentaría a la consideración
del Consejo de Seguridad de la ONU en busca de su adopción e implementación.
El
plan consistiría en el acompañamiento de tropas de tres países (EEUU, Francia,
Canadá) por un periodo de seis meses para garantizar la seguridad del proceso
electoral. Se requeriría unos 15,000 soldados, a razón de cinco mil por país
involucrado. Las tropas se presentarían en Haití tres meses antes de las
elecciones y se quedarían ahí por tres meses más después del certamen. La OEA
ejercería una supervisión tutelar de los mecanismos electorales, siendo el
principal soporte de la Comisión Electoral Provisional de Haití. El comando de
las tropas recaería en un oficial canadiense que guarde estrecha relación con
la policía haitiana. No debe descartarse una participación de la Policía
Montada de Canadá en el sometimiento de las bandas armadas.
Naturalmente,
lo anterior debe ser autorizado por las autoridades haitianas. Si bien
actualmente no existen autoridades que puedan endosar legítimamente estos
planes, los presidentes de la Alianza se emplearían a fondo para que las
provisionales accedan. De cualquier modo, el citado plan no podría orquestarse
a menos que el Consejo de Seguridad de la ONU lo adopte como hoja de ruta y le
preste su mayor respaldo. Lo propio deberá hacer el Consejo Permanente de la
OEA donde actualmente nuestro embajador, Josue Fiallo, es el presidente.
Nadie dudará de que entronizar un nuevo gobierno de amplio respaldo en Haití es el paso esencial para acometer las tareas del desarrollo. CEPAL y el PNUD se encargarían de trazar un plan de desarrollo y el financiamiento concesional del BID y el Banco Mundial se harían presentes. También se deberá adoptar el Plan Laredo para el desarrollo fronterizo que propusieron en su momento Francia, Canadá y la Unión Europea y que está respaldado por las firmas de las autoridades dominicanas y haitianas.
Haití
representa hoy una gran fuente de problemas para nuestro país y su estabilidad
y desarrollo es de alto interés nacional. Nuestras gestiones, por tanto, no
pueden flaquear y debemos ser más diligentes y audaces en procura de las
soluciones. Tenemos un matrimonio obligado que da muchos dolores de cabeza,
pero que también puede traernos felicidad.
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