Por Carlos Darío Sousa S.*
Hace unos días recibí la revista “Studia Aurea”, de Literatura española y Literaria del Renacimiento y Siglo de Oro. Es una publicación anual y la que recibí es el volumen 10, del 2016.
Revisando el
Índice me encontré con un estudio realizado por Víctor Lillo Castan, titulado
“Un reformista en la corte de los Austria": sobre el autor de Omnibóna, una
utopía castellana, obra anónima del
siglo XVI, posiblemente escrita (hay bastantes dudas), por el año 1540.
Víctor Lillo Castan nos permite introducirnos a esta obra conocida, poco, como Omnibóna, de la que se conserva un manuscrito único en la Real Academia de la Historia, pero bajo el
equivocado título de “REGIMIENTO DE PRINCIPES”, de la que se dice puede ser considerada e incluida entre las escasas UTOPÍAS escritas en castellano conocidas hasta la fecha. Está escrita en castellano antiguo y con bastante uso del latín (en ese entonces era el idioma culto y en el que se escribía toda la literatura).El texto,
conocido desde principios del siglo XIX, apenas ha merecido atención de la
crítica, razón por la cual sigue planteando una serie de incógnitas en asuntos tan elementales como la fecha de
su redacción o el título de la obra.
Al leer este
trabajo, lo normal es pensar en las “utopías”, o qué son las utopías. Recurrimos
al Diccionario de la RAE que dice: “Representación
imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien
humano”. En Internet tenemos: “Plan o sistema ideal de gobierno en el que se concibe una sociedad
perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en armonía”,
también como “Proyecto, deseo o plan
ideal, atrayente y beneficioso, generalmente para la comunidad, que es muy
improbable que suceda o que en el
momento de su formulación es irrealizable”.
Raymond
Trousson -en Historia de la Literatura utópica. Viaje a países inexistentes-, define
las utopías como: “Proponemos que se hable
de utopía cuando, en el marco de un relato (lo que excluye los tratados políticos), figure descrita una comunidad (lo que excluye la robinsonada) organizada en base a ciertos principios
políticos y económicos morales, que restituyan la complejidad de la vida
social (lo que excluye la edad de
oro y la arcadia), ya se presente como, ideal a realizar (utopía constructiva), o como previsión de infierno (utopía moderna) y se sitúe en un espacio real o imaginario
o también en el tiempo, o aparezca, por último, descrita al final de un viaje
imaginario, verosímil o no.
Desde hace años
y luego con los estudios universitarios, la utopía, para mí, siempre estaba referida a la de Tomás Moro,
luego san Tomás, a las que fueron sumándose Platón con su “República”, Tomás
Campanella y su “Ciudad del Sol”, Sir Francis Bacon con “La Nueva Atlántida”, y
Agustín de Nipona con su “Ciudad de Dios”.
Campanella
en su obra promete a los que le siguieran, en una insurrección contra la corona
de España, una República comunista fundada en la concordia y el amor.
Bacon, padre
del empirismo filosófico y científico, en su obra nos describe una tierra
mítica, BENSALEH, a donde viaja y donde los mejores ciudadanos pertenecen al “Centro de Enseñanza LA CASA DE SALOMÓN”.
El conocimiento es el más preciado de los tesoros. Estos son, le dicen, hijo
mío las riquezas de la Casa de Salomón.
La obra de
Agustín de Nipona se suele incluir dentro de las utopías. Es una utopía
religiosa basada en sus creencias cristianas. “Todas las acciones
carnales y vistas desde la percepción
terrenal, simbolizan el pecado que vive en cada uno de los habitantes de la
tierra”.
Se suele
incluir dentro de los utópicos a Calos Marx, pues su obra “pasa de la utopía a
la ciencia”. Marx se propone, dice Luis González Seara, “El utopismo de Marx”, -El
País, 29/03/83-, elaborar una ciencia de la sociedad, capaz de explicar las
situaciones existentes y de que permitan elaborar unas leyes que permitan la
evolución de la economía capitalista”. Marx quiere sustituir el subjetivismo
utópico por una visión objetiva, científica del nuevo socialismo.
No voy a
entrar en el importante género de las novelas de ficción, de las que se han
realizado múltiples versiones de películas, que tienen un alto contenido social
y científico, sólo les nombraré algunos autores: Aldous Huxley, Un mundo feliz;
H.G. Wlles, La máquina del tiempo; George Orwell, 1984 y Rebelión en la Granja;
Ray Bradbury, Fahrenheit 451; Isaac Asimov, Yo, Robot, o todas las referidas a
La Fundación; Karel Capek, -el creador de la palabra Robot- La Guerra de las
salamandras. Le recomiendo la película “Un hombre para la eternidad”, sobre la
vida de Moro.
La obra que
comentamos describe con minuciosidad la
organización de la ciudad de Omnibóna, capital del ficticio REINO DE LA VERDAD
y alude de manera inequívoca a la realidad de la castilla contemporánea al
autor que se llama así mismo CAMINANTE CURIOSO, y como ”un sacerdote de poca
estima”.
El narrador
en primera persona se propone encontrar tras largas peregrinaciones, sin éxitos,
un reino que se rija por la obediencia absoluta del mensaje de Cristo.
En esas
peregrinaciones conoce a un mancebo que responde al nombre de “amor de dos
grados” y que promete conducirlo hasta el reino de la verdad, gobernado por el
rey PRUDENCIANO. Al llegar a la
capital, el monarca trasunto del perfecto
rey cristiano, guía a los dos visitantes por sus dominios y les explica con todo detalle las reformas
que ha operado en el reino hasta convertirlo en “UN TRASLADO DEL CIELO EN LA
TIERRA”.
En el libro se
hace referencia de cómo reformó las órdenes religiosas del reino, como resolvió
los conflictos derivados de la colonización de unas tierras recién descubiertas
y pobladas por infieles, o como puso fin a las injusticia cometida por los
inquisidores, pero también a la dura legislación contra la mendicidad: “Ningún pobre puede pedir limosnas en las iglesias ni por las calles ni andando
de casa en casa, so pena de de cien açotes
y quedar desterrado perpetuamente
de todo el reino”.
La obra
parece destinada al príncipe, puede ser Carlos I o a Felipe II, por la que trata
de influir en la educación del joven príncipe, quizás por eso es que no hay más
ejemplares impresos.
La educación
es una parte importante del texto, por la extensión del capítulo donde expone
minuciosamente el programa educativo de niños y niñas. El modelo que expone
puede considerarse revolucionario. Espiguemos algunos aspectos: La educación es
obligatoria para niños y niñas desde los cinco hasta los doce años. Las
familias que no puedan costear los estudios de sus hijos quedan eximidas de
cualquier gasto, incluso al que se refiere a las comidas escolares.
En las
escuelas, separadas por sexo, hay dos aguaciles con el cometido de procurar que todos los alumnos vayan a
clase. Si alguno de ellos faltara, acuden a casa de sus padres y si la ausencia
no era justificada, estos deberán abonar una multa.
El relato
concluye cuando Caminante curioso, más que satisfecho por lo visto,
emprende el viaje de retorno a Castilla
de donde es natural. Ese sacerdote de poca estima, evidencia cuño de
humanista sobre todo por su insistencia
que el latín tiene en la educación.
La crítica
más importante que se le hace a la obra gira en torno a la falta de
esquematismo, la abundancia de repeticiones donde la huella de la cultura
grecorromana brilla por su ausencia.
Quizás la parte más importante, y rara para el siglo XVI, gira en torno a la oposición al Tribunal del Santo Oficio, por eso llega a decir, “temblando no de me asgan alguna palabrilla para que me metan donde nunca salga”. Y eso era lo habitual.
*El autor es catedrático universitario.-
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