Por José D. Sánchez
Con la facilidad de comunicación por las redes sociales nos vamos enterando de la forma de pensar de muchos grupos y conglomerados, también de las consideraciones generacionales, cada generación tiene defensores y detractores y nadie se escapa de pertenecer a una de ellas.
En mi caso
particular, según se dice, pertenezco a la generación dorada, los nacidos en
los años mediados de los 50 y principio de los 60.
Muchas páginas se
han escrito y seguirán escribiéndose sobre la generación dorada, verdades,
medias verdades y mentiras, pero para las que nos precedieron somos y
seguiremos siendo los jurásicos, dinosaurios prehistóricos en el siglo XXI.
Pocos se atreven a decir la verdad, fuimos una generación de locos, soñadores y románticos, tan orates que nos atrevimos a enfrentar la sociedad y sus aparatos represivos, armados, amurallados, con preparación intelectual y académica, a manos peladas y con la única fuerza de las palabras.
Muchos, inconscientemente,
buscábamos la inmolación, el martirologio, desafiábamos la muerte, pero jamás
como forma de suicidio, sino como una manera de concientización, de levantar la
moral, de llamar la atención sobre la situación nacional e internacional,
muerte por y con objetivo.
Estábamos
dispuestos a matar, pero sin ser asesinos.
A pesar de todo,
mirábamos hacia arriba, hacia adelante, teníamos metas y sabíamos que la única
forma de alcanzarlas era con trabajo, estudio o ambas cosas, ÉRAMOS Y SOMOS
AMANTES DE LA FAMILIA Y DE LA VIDA.
Con una tenacidad
de superhéroes nos preparábamos para sortear todos las adversidades, derrumbar
fortalezas y murallas para conseguir el fin que nos habíamos propuesto.
Hago este preámbulo
para establecer una comparación con las generaciones que nos precedieron, las
presentes, sobre un caso muy particular:
SU DESPRECIO POR LA
VIDA
No logro entender,
ni entenderé jamás, la forma tan fácil, tan ligera, sin motivo, que disponen de
la vida, hasta la propia, y los bienes de los demás.
Pareciera que matar
o hacer daño es una moda, sin importar la edad de las víctimas, pero tampoco sin
tomar en cuenta que las mismas están indefensas o no tienen la mínima
oportunidad de enfrentarlos o hacerles frente.
Es como si le
apasionara apropiarse de lo ajeno, de poseer sin comprar, de acumular riquezas
a cualquier precio, vivir lujosamente sin esfuerzos, sin trabajar, sin
estudiar, solo buscando o esperando un golpe de suerte, tropezarse con la fama
sin soñarla, arrebatando, dañando, sin escrúpulos y sin cargos de conciencia.
La pinta es lo
principal, aparentar, lucir, tener, gastar, fantasmear, pero están pagando un
alto precio, por algo tan bonito, cuando lo conseguimos con nuestro esfuerzo,
con el orgullo del trabajo y el estudio.
Aún hay algo peor,
la manera tan fácil y tan estúpida en que llegan al suicidio.
Niños, jóvenes,
adolescentes, de diferentes géneros y edades que creen tener todos los caminos
cerrados y la única forma de enfrentarlos es cerrando el capítulo de su vida.
Es penoso como
tantos jóvenes, el futuro del país y del mundo, toman la decisión de quitarse
la vida sin mirar atrás, no se percatan del dolor, la pena, la desilusión, la
angustia, las preguntas inconclusas que dejan entre los amigos, familiares y en
quienes nos enteramos sin haberlos conocidos.
PORQUE?
No hay camino sin
salida.
No hay problema sin
solución.
No hay enfermedad
sin medicina.
No hay dolor que el
cuerpo no pueda soportar.
“NO HAY RAZÓN PARA
EL SUICIDIO”.
Hay que hablar,
tener a alguien para apoyarnos en sus brazos, en sus hombros, tomarlos de las
manos y tener el valor de sincerarnos y decirles lo que estamos pensando, lo
que nos agobia, lo que necesitamos, nuestras aflicciones.
La madre, el padre,
hermano, amigo, sacerdote, monja, pastor, profesor, compañero, colega,
desconocido y hasta un enemigo, para pedirle un consejo antes de colocar el
pestillo definitivo a la existencia.
Nos estamos
quedando estúpidamente sin juventud, están cercenando el futuro de la nación.
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