Por Juan Llado
Frente a la crisis provocada por la pandemia
del coronavirus, el país no ha tomado plena conciencia de su potencialmente
devastador impacto, ni ha actuado en consecuencia. Las medidas adoptadas por el
gobierno exhiben más sombras que luces y, aunque afectan a toda la población,
no son suficientes. El desafío de restablecer la normalidad requiere movilizar
a todas las instituciones para que arrimen el hombro. La activa participación
del liderazgo político, empresarial y eclesial, sería clave para salir airosos y
cuanto antes del atolladero.
Solo si enmarcamos correctamente la situación, se puede hacer un juicio valedero. Este año representa una transición delicada
por tres razones principales. No es solo el problema del coronavirus que nos
reta a actuar con decisión, es también que atravesamos un convulso periodo
electoral y que, muy probablemente, tendremos un nuevo partido de gobierno a
partir de agosto. Entre esos tres desafíos, la transición electoral es la mas
peligrosa. Un descarrilamiento de la institucionalidad podría costarnos mucho
más caro que lo derivado del impacto del coronavirus.
Respecto a la preservación de la salud de la
población, se ha actuado con mesura y corrección y apegado a los protocolos de
la OMS/OPS. Inclusive al no imponer un toque de queda total se reconoce que esa
medida no es imprescindible. En Corea del Sur y en Japón han tenido éxito en la
contención de la pandemia con las medidas alternativas de un agresivo programa
de pruebas y la cuarentena de los contactos de los afectados. Aquí las medidas
complementarias de absorber el costo de las pruebas, disponer de lugares de
aislamiento en hospitales y clínicas privadas, y actuar con rapidez contra
brotes específicos (SFM), se adecuan a la evolución de la pandemia.
La respuesta de las autoridades al impacto
económico de la pandemia, sin embargo, deja mucho que desear. Las primeras
medidas anunciadas por el primer discurso presidencial post pandemia y las
anunciadas en subsecuente rueda de prensa por el Ministro de Hacienda y el
Gobernador del Banco Central, se centraron erróneamente en proveer estímulos al
aparato productivo. Dieron la impresión de que las autoridades diagnosticaron
una caída brutal de la producción que afectaría dramáticamente al consumo
interno y la exportación. De ahí que se favoreciera fuertemente al empresariado
a través de medidas monetarias, cambiarias, crediticias e impositivas.
Ese alarmante sesgo del conjunto de medidas
para favorecer a los que menos lo necesitan, provocó acerbas críticas. Pronto se
le hizo ver a las autoridades que su principal prioridad era ir en auxilio de
aquellos segmentos de la población que son los mas vulnerables, de la clase
trabajadora que perdería sus empleos y de aquellos microempresarios, chiriperos
y cuentapropistas que deben salir a diario a ganarse el pan de cada día. (El
empleo del 55% de la fuerza laboral es informal.) No era solamente que se erró
garrafalmente en el establecimiento de las prioridades, sino que tampoco se
introdujo el criterio moral de equidad social que debe prevalecer en la
distribución del gasto público.
Afortunadamente, el
gobierno ha corregido en gran medida ese desvarío. Para
el segmento de la población más pobre se ha dispuesto una distribución amplia
de alimentos crudos y cocidos, incluyendo la provisión diaria de 3 raciones a
315,000 familias cada semana, 1.3 millones de raciones para los estudiantes
cada semana, 100,000 raciones diarias en los Comedores Económicos y 22,000 kits
diarios de alimentación para los niños de las estancias infantiles. También se
irá en auxilio de los más pobres, a través de un subsidio de RD$5,000 mensuales
por dos meses, a partir del 1ro. de abril, para un total de 1.5 millones de
hogares adscritos al programa Solidaridad (811,000) y otros 690,000 identificados por SIUBEN. A eso se añadirá RD$2,000 mensuales adicionales para
otros 350,000 hogares que son especialmente vulnerables al coronavirus. Para
garantizar el suministro efectivo de los bienes que demandarán estas medidas, se
añadirán 2,000 nuevos comercios a la actual red de abastecimiento social.
Por otro lado, para la protección de los
empleos se contempla, en el caso de los sectores donde el gobierno ha dispuesto
el cese de sus operaciones, un subsidio de RD$8,500 mensuales por dos meses
–desde el 1ro. de abril hasta el 31 de mayo– para aquellos empleados formales
que han quedado cesantes. (Se estima que ya han sido cesanteados más de
800,000.) También se cubrirá, en aquellas empresas que han disminuido
sustancialmente su actividad, una parte del salario –que puede llegar hasta los
RD$8,500– para que no despidan a sus empleados remanentes. Estas empresas serán
identificadas por la Comisión Económica creada para enfrentar la crisis.
Las medidas económicas reseñadas son
saludables y beneficiarán a casi la mitad de la población dominicana (5.2
millones de dominicanos). Pero deben ser cuestionadas en dos aspectos
principales. El exministro de Economía, Isidoro Santana, ya señaló el primero al
observar, acertadamente, que el subsidio a los hogares de Solidaridad y a los
trabajadores informales debió ser más elevado y que sería preferible asistir a
las familias pobres con entrega directa de dinero en vez de alimentos (por lo
engorroso de su distribución). El segundo aspecto es que el abanico de medidas
que favorecen a los empresarios luce excesivo e innecesario. Esto así aun
cuando algunas empresas y entidades han anunciado medidas para favorecer a sus
empleados y sus clientes (p. ej. bancos).
Es aceptable la fórmula para financiar los
RD$32,000 millones requeridos por las medidas económicas y de salud. El uso de
las reservas técnicas del IDOPPRIL, el préstamo del Banco Central y los fondos
de contingencia que se girarán al Banco Mundial, serían suficientes para
solventar los gastos por los dos meses de vigencia. Pero no debe perderse de
vista que las medidas provocarán un mayor déficit fiscal, en tanto la pandemia
causará una estrepitosa caída de las recaudaciones fiscales y, en la medida en
que el consumo no sea homologado con la producción, una segura inflación en los
precios de los alimentos y otros bienes básicos.
Ahora bien, las medidas del gobierno podrían
ser miopes ante el panorama global. No es solo que localmente disminuirán los
ingresos fiscales y que se resentirán los ingresos de divisas (exportaciones,
turismo, remesas), sino que hay voces autorizadas que visualizan una depresión
económica mundial. Nouriel
Roubini, el famoso economista que predijo la recesión del 2008, ahora dice: “A menos que se detenga la pandemia, las economías y mercados en
todo el mundo seguirán su caída libre. Pero aún si la pandemia está más o menos
contenida, el crecimiento general podría no producirse a fines de 2020. Después
de todo, para entonces, muy probablemente comience otra temporada de virus con
nuevas mutaciones; las intervenciones terapéuticas con las que cuentan muchos
pueden resultar menos efectivas de lo que esperaban. Así, las economías
volverán a contraerse y los mercados volverán a caer.” Y el mismo FMI ha
advertido que la recesión podría ser la peor de todos los
tiempos.
Lo anterior sugiere, por tanto, que la
respuesta nacional a esta pandemia no puede limitarse a las medidas
gubernamentales. Es preciso que otros sectores organizados de la sociedad se
movilicen, especialmente el empresariado, las iglesias y el liderazgo político.
Cada sector debe crear su propia respuesta solidaria y reservar la actuación
ecuménica para la respuesta económica. No debemos esperar a que nos roben para
entonces poner el candado. Debemos anteponernos a la catástrofe con una
planificación certera que minimice los choques negativos del exterior y las
consecuentes dislocaciones internas.
A pedir de boca está la oportunidad que nos
ofrecen las agencias multilaterales y la cual podría determinar si salimos de
esta con “carita de angel” o carita de virus. El gobierno y el PRM deben
abocarse, en el seno de un Consejo Económico y Social presidido por el reputado
economista Isidoro Santana, a discutir la naturaleza de un préstamo a serle
girado al fondo de
emergencia que el FMI tiene disponible, el cual tendría términos
concesionales. Este implicaría unas condicionalidades que no solo equilibrarían
las finanzas públicas, sino que también nos enfilarían hacia el necesario Pacto
Fiscal. Ya 80 países han solicitado la asistencia del FMI y el Ecuador
nos podría servir como referencia para
estos nobles fines.
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