Por José Ricardo Taveras

Muchas veces, las manifestaciones de rechazo se producen bajo
argumentaciones superfluas, sensibleras y manipuladas, asistiéndose a menudo
del argumento ad hominem, sin que nos detengamos en los fundamentos objetivos e
irrebatibles que nos obligarán a construir un muro más allá de cualquier
sentimiento o interés personal que podamos justamente tener.
Si pretendemos sobrevivir como nación a las implicaciones del universo de
dramas que implica Haití y los contrastes que nos hacen víctima de esa
desgracia, no nos queda otro camino.
Mientras nosotros sostenemos un crecimiento promedio del PIB sobre el 5%
desde 1960, Haití expresa un comportamiento inestable en su economía, que las
más de las veces no rebasa el 2%, mostrando incluso tasas negativas, como en
1994 que fue de -11,06%. Al cerrar el año 2017, el PIB de República Dominicana
fue de US$75,932 millones, nueve veces más grande frente a Haití, que apenas alcanzó
US$8,408.
Para el mismo año, Haití cerró con un PIB per cápita de US$765.68,
mientras RD lo hizo con US$7,052.26, también más de nueve veces mayor. Pero ahí
no se paran las cosas, mientras el PIB per cápita para el año 2030 ascenderá a
US$1,229 para Haití, en RD ascenderá a US$14,490, o sea, once veces más. (Fuentes: Banco Mundial y Millenium Project (MP).
Latinoamérica 2030. Análisis basado en datos históricos del FMI y proyecciones
del modelo “International Future”, Universidad de Denver).
La CEPAL proyecta que para el 2030 seremos unos 25 millones (Haití
13,363,000, RD 12,039,000), pero buena parte de los demógrafos suelen coincidir
en que para la década del 2030-40, la isla alcanzará una población de 30 a 40
millones.
No será difícil predecir que dadas las tasas de natalidad de ambas
naciones, es seguro que las dos terceras partes de los habitantes de la isla
podrían ser haitianos.
Otros datos siguen manteniendo el abismo. Mortalidad Infantil: 2017,
Haití 41,8 por mil (%o) nacimientos, RD 18,1%; 2030, Haití 47,99%, RD 11,95%
(no olvidemos que nuestros números están impactados por el paritorio haitiano).
Esperanza de vida: 2017, Haití 63.33 años, RD 73.86; 2030 Haití 66.21, RD 78.44
años. Tasa de alfabetización: 2017, Haití 60,7%, RD 91,2% (CIA World Factboock), 2030, Haití 69,03%,
RD 92,91% (MP).
En fin, bastaría con recordar que los vecinos tienen una cobertura
boscosa de un 1.75% de su territorio y una matriz energética basada en leña y
carbón, sin que ocurra ningún esfuerzo por superarlo al momento, una amenaza
medio ambiental seria que impactará en la crisis del agua que ya los afecta
gravemente.
Al margen de esas consideraciones, tenemos el gravísimo problema del
dumping del mercado laboral dominicano, reflejado en su elevado nivel de
informalidad calculado en 54%. Se reconoce, en estudios nacionales e
internacionales, que nuestro mercado paga salarios, en el 2018, inferiores hasta
en un 20% a los que pagaba en la década de los 90, para un trabajador cuyos
proveedores son eficientes en ajustarle el precio de la canasta básica a la
fecha; según los economistas, eso es posible gracias a la distorsión que genera
en el mercado la presencia masiva de trabajadores extranjeros ilegales y por
demás indocumentados en general.
Podría abrumarlos y alegar otros motivos, pero es obvio que al
incrementar sus dramas, Haití incrementará también la expulsión espontánea de
población, no crisis migratoria como se suele aducir, porque las causas lejos
de reducirse se agigantan. En ese contexto, hablar de que no es necesario
construir un muro para ordenar los flujos migratorios y el comercio, no para
dividir, es el resultado de la incapacidad que acusamos especialmente políticos
y empresarios para asumir la planificación como una cultura de inherente a toda
acción, porque la vocación de privilegiar intereses electorales y corporativos
está por encima del bien común.
Ese Haití que se padece a sí mismo, nos hace padecer, más el que se nos
viene encima, no da muestra de procurar un cambio de rumbo, su condición de
Estado fallido se agudiza, la debilidad de sus instituciones no alcanza para
sostener su precaria democracia, sin tutela militar internacional padece un
vacío tal, que al primer y único gobierno que le sucede, en año y medio, ya lo
impactan dos conspiraciones, una de ellas en curso.
Sostener un Estado que ordene la vida de una nación con las
características históricas, sociales, políticas y económicas de Haití, es una misión
compleja y financieramente costosa.
Es en ese contexto, advierto, que el muro se construirá de emergencia,
como siempre entre nosotros, y que lejos de ser un capricho, es una imperiosa,
indetenible y urgente necesidad, si queremos sobrevivir al caos, preservar la
identidad y usarlo de mensaje al mundo melodramático, para que cese en su
conmiseración, involucre sus bolsillos y ponga manos a la obra en el rescate de
Haití, para convertir así al haitiano en ciudadano, no en mendigo de
misericordia migratoria.
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