Las canciones de mi vida 1/4
Por Carlos Darío Sousa S.*
Por Carlos Darío Sousa S.*
Decía
alguien que la vida es como una canción y yo diría: no cualquier canción, no
cualquier ritmo o cualquier letra. Pero es. Es también edad, circunstancias.
Ahí está, adosada al cuerpo, como recuerdo, y a la memoria, casi como vivencia que se repite, en el recuerdo, una y otra vez, con sus letra y su
música, su ritmo, hasta, quizás con el perfume flotando y martillándote las neuronas y el olfato, ocupando un sitio especial en la memoria, en las nostalgias y quizás también algún temblor que te dejó como una historia escrita en el cuaderno de poesías.
Ahí está, adosada al cuerpo, como recuerdo, y a la memoria, casi como vivencia que se repite, en el recuerdo, una y otra vez, con sus letra y su
música, su ritmo, hasta, quizás con el perfume flotando y martillándote las neuronas y el olfato, ocupando un sitio especial en la memoria, en las nostalgias y quizás también algún temblor que te dejó como una historia escrita en el cuaderno de poesías.
Las
nostalgias, más como tristeza y melancolía, que como dolor y sí como recuerdo,
es lo que nos lleva a tener las canciones que, como dice Julio Iglesias, con
“morriña” o si quieres mejor como “Saudades” , siempre presente. Recordar es
vivir, y la música y las letras, quizás hasta las circunstancias, nos
acompañan. Las canciones son como las campanitas de la memoria…
Tengo
recuerdos, sin comprobar si son oídos repetitivamente, o sin son recuerdos
reales retenidos en el tiempo, si fueron o no vivencias. Quizás a fuerza de oír
algunas canciones cantadas por mamá o por Gabina, la hermana del alma, desde esa
lejana niñez o quizás oídas en la radio Phillips que había en casa –cuando lo
prendían-, muchas de esas canciones forman parte de mi “reel”, de mis vivencias.
Por supuesto,
en esto no puedo estar solo, hay siempre detrás un adulto, un mayor conduciendo
hacia el conocimiento. Creo que además de mamá y Gabina está mi hermana Rosa, y
es que el tiempo dedicado a las faenas del hogar daban para eso, en cambio yo,
desde muy niño, cuando desde la casa de la Colón 21 hasta la Ferretería Toral,
ahí donde está el banco Popular, me fui
solito (creo que tendría 3 o 4 años), a buscar a papá. No hubo pela y no
recuerdo amonestación y sí el ¿cómo llegaste hasta aquí?. Esos son recuerdos de
viejos.
La verdad
que esa fue una decisión que marcó, quizás sin quererlo, mi futuro. Siempre
digo que allí fue que me salieron los dientes y durante años fui el único
“carpetoso” que anduvo fuñendo en ese edificio, que además de la ferretería,
tenía la beneficiadora de café. En la ferretería había un radio, pero solo podía
ser encendido por los adultos, y recuerdo ya en los inicios de los 50s, a José
Antonio poniendo una bocina en el palo de luz de la esquina de la calle Padre
Billini con Jaime Mota, para amplificar la transmisión de los juegos de pelota. Por cierto, en la
esquina del mercado, en la calle Padre Billini esquina José Trujillo Valdez, hoy
Luis E. Del Monte, estaba la heladería, como recuerdo los de chocolate, de “David la Pelota” -David Féliz-, que también
amplificaba los partidos.
Cómo era
natural, la escuela marcaba las pautas de todo niño, donde doña Candé
(Candelaria de Vargas), que me alfabetizó y luego, con 6 ó 7 años, en la escuela
pública que estaba en la calle Colón esquina Presidente Trujillo, hoy 30 de
mayo, sí, ahí mismo frente a la puerta del Mercado Público.
En las
escuelas, las canciones más habituales eran obligatorias, el Himno Nacional -que
por las letras es un canto Restaurador-, que había que sabérselo entero, aunque
sólo se entonaran las primeras estrofas, y al que había que guardar respeto
absoluto, y silencio conventual cuando era interpretado por la banda de música,
y había que ponerse de pié y detenerse si estaba caminando, y no estoy seguro cuando era transmitido en
la Radio. El himno a las Madres, de doña Trina de Moya: ”Venid los moradores del campo y la ciudad,
entonemos un himno de intenso amor filiar, cantemos a las madres su ternura y
el afán y su noble atributo de abnegación sin par”; el himno a la bandera: “Ya empezó su trabajo la escuela y es
preciso elevarte al azul…”;. Antes de clases: “A la clase que ya es hora de empezar nuestra labor, ya están haciendo
la suya las abejas en la flor..”; Himno a la verdad: “No digamos jamás la mentira. No engañemos a nuestros papás. Que no hay
cosa más bella que un niño. Cuando sabe decir la verdad”. Todas las letras de
Ramón Emilio Jiménez. Aunque uno oía a los más mayores cantando las canciones
de moda, pero lo corriente también eran las infantiles y las nanas.
La niñez y
la pubertad transcurrían en esos bemoles, seguíamos escuchando canciones y
oyendo la inolvidable sintonía de Radio Nacional de España, que papá
sintonizaba por la tarde noche cuando regresaba de la ferretería. (Se podía
sintonizar con absoluta tranquilidad, pues seguro no se difundiría nada contra
el gobierno de Trujillo). Otras veces, el primo Luis, cuando ni mamá ni papá
estaban, ponía merengues típicos, que como se decía eran a base de Tambora,
Güira y Acordeón. Los Isidoro Flores, Reinoso y quizás Guandulito, despachaban
sus ritmos y letras para mi inteligibles. Eso sí, La Mangulina dedicada a mi
abuelo Monono, siempre estaba presente…
Ya un poco
más crecidito, intentaba cantar canciones de moda como la de Alberto Beltrán con
la Sonora Matancera, y con Daniel Santos, con el clásico “Aunque me cueste la
vida”. Y en esa, como se dice, brumas de recuerdos enredados en la
indefinición exacta, cantaba un tal Lope Balaguer, “El Cantantazo”, “El Tenor de la Juventud”, con mucho uno de
los mejores cantantes dominicano de todos los tiempos, del que yo intentaba
cantar “Ni Pié Ni Pisá”, “Serrana”, y
del que siempre recordaré: “Arenas del desierto”, con letras de Héctor Cabral
Ortega, con el tuve oportunidad de compartir innumerables veces en la UASD, sin
dudas la música la puso Rafael Colón. Oía a Nicolás Casimiro, quien luego haría
dueto con Fellita Cabrera, Fellita y Colás.
Por supuesto,
estaban bastante avanzadas las invasiones de Argentina y México, y en casa un
chin de España, pasodobles, “Suspiros de España”, “El Gato Montés”, ”La boda de
Luis Alonso”, ”Valencia”, eso y un poquito más, hasta la llegada de Los
Churumbeles de España, Los Bocheros, Joselito, Carmen Sevilla, José Luis y su
Guitarra -decía de México que ahí ya estaban Los Panchos, y hacía rato Juan Arvizu, Genaro
Salinas, José Mojica, (que luego sería Fray José de Guadalupe Mojica) Pedro
Vargas, Hugo Avendaño, Fernando Fernández, Fernando Albuerne, y claro, ahí
estaban Toña, Eva garza, Landín Victoria, que decir de Carmela y Rafael, y los
Charros que venían a La Voz dominicana; los argentinos, desde Carlos Gardel,
Hugo de Carril, Libertad Lamarque, y por ahí venia Ernesto Batet Vitali, más
conocido como “La voz que acaricia”, Leo Marini, el colombiano Víctor Hugo Ayala; de Puerto
Rico, Daniel Santos, José Luis Moneró, Rafi Muñoz, Felipe Rodríguez, Bobby Capó
–quién no cantó y canta “Piel Canela-, ”Blanca Iris Villafañe, Odilio González
–El Jibarito de Lares-, Paquitín Soto. Chile nos dio a Lucho, Antonio Prieto, Los
Cinco Latinos, El Indio Araucano, y la incomparable Monna Bell.
Cuba, por
supuesto, merece un renglón aparte. Y es que las emisoras cubanas entraban como
si fueran locales, y de ellas escuchábamos todas las novedades y tendencias
musicales, autores cantantes que marcarían toda una época en la música popular
de toda América.
Desde “El
Manicero” –el Son compuesto por Moisés Simons-, una de las primeras canciones
llevadas al acetato en ritmo de Jazz Dixieland, Nueva Orleans- también está la
grabación de 1928, cantada por Rita Montaner. Tuve un casete con las versiones
originales por años, una mano desconocida se encargó de mudarla-. Hoy puede
encontrarla en You Tube. La lista de cantantes, compositores, orquestas,
teatro, espectáculos, o creadores de ritmos, difusión, radiodifusión, es tan
grande, que es difícil resumirlas en unas pocas líneas.
Estoy tentado a hacer una lista, mi lista. Puedo empezar por la nombrada Rita Montaner, y Antonio Machín, seguidos por los que de verdad me tocaron de cerca por asunto de edad, restán todos los cantantes que grabaron con “La Sonora Matancera” no importa la nacionalidad, Daniel Santos, Bienvenido Granda, Celio González, Carlos Argentino, Leo Marini, Nelson Pinedo, Alberto Beltrán, y Celia Cruz. Olga Guillot, Beni Moret, Olga y Tony Chorens, Xiomara Alfaro, La Lupe, Roberto Ledesma, Orlando Contreras, Omara Portuondo, Elena Burke, José Antonio Méndez, Rolando Lasserie, Barbarito Diez, Fernando Álvarez. Yo se que es una lista incompleta. Faltan las Orquestas, desde La Casino de la Playa, hasta la Orquesta Aragón y Pérez Prado.
Estoy tentado a hacer una lista, mi lista. Puedo empezar por la nombrada Rita Montaner, y Antonio Machín, seguidos por los que de verdad me tocaron de cerca por asunto de edad, restán todos los cantantes que grabaron con “La Sonora Matancera” no importa la nacionalidad, Daniel Santos, Bienvenido Granda, Celio González, Carlos Argentino, Leo Marini, Nelson Pinedo, Alberto Beltrán, y Celia Cruz. Olga Guillot, Beni Moret, Olga y Tony Chorens, Xiomara Alfaro, La Lupe, Roberto Ledesma, Orlando Contreras, Omara Portuondo, Elena Burke, José Antonio Méndez, Rolando Lasserie, Barbarito Diez, Fernando Álvarez. Yo se que es una lista incompleta. Faltan las Orquestas, desde La Casino de la Playa, hasta la Orquesta Aragón y Pérez Prado.
Faltan
también los compositores, desde Ernesto Lecuona, Osvaldo Farres, por supuesto
la orquesta de Beni Moré, o la que acompañaba a Pototo y Filomeno, la Siglo XX,
Don Américo y Los Caribes.
Así que
estábamos entre boleros, tangos, corridos mexicanos, guarachas, merengues,
algún pasodoble, algún charlestón –mamá bailándolo-, Glenn Miller, la música de
Cole Porter -el cine sonoro estaba haciendo de la suya-, y con él, los astros,
las canciones, los bailes -quién no quería bailar como Fred Astaire (por
cierto, tenía una orquesta llamada Merengues y Mambos), y Ginger Roger, en Cheek
to Cheek, del inolvidable Irvin Berlin, el mismo de God Bless América-, o en fumar -cómo agarrar el cigarrillo– con miles de ejemplos -las poses-del cine
americano- las modas –y a veces con revistas como Vanidades o con el catálogo
de Sears, en los peinados -las hondas- y el corte de pelo –a lo boy, las
chicas-, flaps tops los chicos, nada de corvejas – los estilos sean mexicanas,
argentinas, inglesas, italianas…
Así, en un
poco, eran nuestras referencias, y no voy a hablar de los Wrangles, ni las
cretonas, de los Chemis, ni las botas vaqueras, ni de los tenis Convers, ni de
los trajes de baños Jansen y Catalinas, ni de los calcetines y polos Banlong,
ni las camisas de punta, ni las Oscar´s.
Era otra
época, cuando empezaba a despuntar otra vida y las expectativas eran otras, pero
siempre arregladitos para impresionar a las chicas. Teníamos que estar al día
con las canciones, con las poesías –José Ángel Buesa (Poema de la despedida); Héctor J. Diaz, Rubén Darío, Juan Ramón
Jiménez, las Rimas de Bécquer, Nervo, Machado, Neruda, Lorca, Rosario Sansores,
Juan de Dios Peza- Reir Llorando: Viendo a Garrik, actor de la Inglaterra, el
pueblo al aplaudirlo le decía: “Eres el más gracioso de la tierra y el más
feliz”…cambiadme la receta; santa Teresa y su “Vivo sin vivir en mí”, José
Martí, “Yo soy un hombre sincero” y “Cultivo una rosa blanca”; y en otra categoría,
El Indio Duarte (Jorge E. Coss B., se las sabía todas).
Y con las
músicas de fuera, principalmente la norteamericana –en el “Hit Parade” de HIZ
presentado por Ellis Pérez-, aunque Lucho Gatica venía dando caña y algunos
quisimos cantar como él.
Los cincuentas
fue eso. El inicio de los sesenta y los sesenta en su totalidad, marcan mi
vida. Por razones familiares dejo la Normal (bachillerato) y empiezo a trabajar
en la ferretería Toral –donde me salieron los dientes- junto a papá, Mandin
Gonzalez, Juan Natali, Tomasito Campiz, y en otro momento, con José Manuel
Rodríguez Lomba, (que de verdad trajo el futbol a la ciudad) y que por una u
otra forma buscaron nueva vida con otras expectativas, lo que motivó mi salida
de la Normal.
Con ellos
aprendí algunas canciones -con Mandin y Juan-, aunque no había mucho tiempo para
esas delicadezas. A pesar que había un radio, se encendía un ratico y siempre
que había pelota. Las costumbres eran otras.
*El autor es catedrático universitario.-
*El autor es catedrático universitario.-
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