Hace veinte años comenzó en el país la discusión acerca de si los partidos políticos dominicanos estaban en crisis.
Había quienes sostenían que sí lo estaban; otros que no, incluido yo,
pues veíamos que por más apatía de los ciudadanos para organizarse y
hacer “vida partidaria”, ante la cercanía de las elecciones la gente se
activaba y al final acudía a concentraciones masivas y cerca del 70% iba
a votar por dos o más partidos.
Nadie cuestionaba, en los hechos, el juego perverso de los caudillos y
caciques para anular la militancia ideológica y los derechos
partidarios.
Hoy se puede sostener que los partidos, sencillamente, no existen como fueron concebidos originalmente en todos los sistemas.
Lo que antes eran formaciones político-ideológicas, son plataformas
forradas de dinero y compromisos para lanzar caudillos a controlar el
poder, entronizar a su grupo particular y facilitar negocios a
“empresarios” que les aportan fondos para campaña.
Todos los partidos con alguna significación política hacen eso y
hasta hoy el sistema electoral está preparado para perpetuarse y no
aceptar que formaciones políticas emergentes –que en la mayoría de los
casos son desprendimientos de los primeros– tengan alguna oportunidad de
crecer y desafiar la primacía de las plataformas.
Por eso en este país no se debaten programas y propuestas
electorales, ni la gente con un mínimo de talento y honestidad escala en
los partidos. Tienen que ser los humanoides dispuestos a engañar al
pueblo y a su madre incluida con tal de coronar al caudillo y su coro de
adulones, malcriados y sicarios, quienes dominen los partidos.
El Partido de la Liberación Dominicana (PLD), donde hasta el año 1993
sus miembros no iban –por principios y formación boschista- a una
discoteca y vivían rodeados de una humildad digna de una cultura forjada
en el confucianismo, hoy son los exponentes del derroche, los
forajidos, los chicos malos dispuestos a matarse ¡incluso entre ellos!
por abrirse paso al poder y obstruirlo a sus compañeros.
Del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) no hay que hablar, pues
ha devenido en una entelequia de alquiler que se endereza al poder sin
el menor rubor, unas veces contra la reelección principista del
peñagomismo (pacto de corbatas azules, 2010) y otras a favor de la
reelección, sin rectificación y por la sobrevivencia, como hizo en 2015.
¡Avemaría Pelencho!
El Partido Revolucionario Moderno (PRM), que surgió como negación de
la manipulación vargo-maldonadista del PRD, ha devenido en una
caricatura mal dibujada de esa misma práctica, cuya última credencial
fue la convención de marzo pasado donde Abinader e Hipólito se
repartieron los puestos dirigentes y después pusieron a las “bases” a
legitimar el reparto.
Ellos dos cogieron de “mofia” a dirigentes históricos de la lucha
por la libertad como Milagros Ortiz Bosch, Hugo Tolentino Dipp, Rafael
(Fafa) Taveras, Ivelisse Prats Ramírez de Pérez –solo menciono a estos
por su edad y méritos– entre decenas de hombres y mujeres honorables,
quienes, para los señores Hipólito y Abinader, en los hechos no
significan nada.
Por eso ahora vemos a Abinader espabilarse sin respuestas ante el
hecho de que a pesar de que su PRM se decantó por las primarias
cerradas, un grupo de diputados de ese mismo partido, pero seguidores de
Hipólito, formaron filas con los danilistas para bloquear el quórum e
impedir que la Ley de Partidos fuera rechazada con primarias abiertas en
la Cámara de Diputados como se la envió el Senado.
Esa es la realidad. Grupos caudillistas que controlan siglas
partidarias, o menos, parte de una sigla partidaria, para impulsar
intereses particulares, ajenos a una estrategia, táctica o ideología
identificativa de una corriente política.
Como Abinader –que sobre las primarias tiene la posición correcta- se
burló de las bases del PRM para repartirse su dirigencia con Hipólito,
ahora está tomando de esa misma medicina cuando Hipólito, en otra coz
sobre el aguijón, le da la espalda y respalda una pieza clave (las
primarias abiertas) del calendario reeleccionista.
Lástima que las bases del PRM no existan para que hicieran una
rebelión en forma que sacudiera a ese tipo de dirigentes partidarios
(Hipólito y Abinader) que incluso aspiran a dirigir la nación. ¡Dios nos
libre!
Si las bases perremeístas hicieran eso, “otro gallo cantaría, la patria se salvaría y Cuba sería mejor”. Pero para eso “hace falta señor… ese sinsonte cubano, ese mártir hermano, que Martí se llamó”. Y yo no ignoro, para nada, el ejemplo que evoco y la cita que cito.
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