Por Rosario Espinal
La conducta humana, y votar es una, no puede predecirse con el 100% de
confiabilidad. Por eso, en el análisis político-electoral hay que conjugar la
estructura y las tendencias políticas para estimar lo que podría suceder el día
de las elecciones. Tomando en cuenta estos factores, he dicho en los últimos
meses que en República Dominicana no hay contexto propicio de segunda vuelta
para las elecciones de 2016. Estas son las razones.
Segundo,
durante tres años de gestión presidencial, Danilo Medina ha registrado un alto
nivel de aprobación, entre 70 y 80%. Esta aprobación no se traduce automáticamente,
ni en igual magnitud, en apoyo electoral; pero usualmente hay relación en el
electorado entre aprobación de la gestión y votación.
Tercero,
los sistemas tri- o multi-partidistas, es decir, donde tres o más fuerzas
obtienen un porcentaje significativo de votos, son más proclives a producir una
segunda vuelta. Desde que se aprobó esa modalidad en la reforma constitucional
de 1994, sólo se ha producido en 1996, cuando existió un tripartidismo con el
PRSC, PRD y PLD. Eso se esfumó después de la muerte de Balaguer en el 2002. El
PRSC se desplomó.
Cuarto,
en República Dominicana domina actualmente un partido político con inmensos
recursos acumulados en el poder. Ningún otro se acerca en organización ni
financiamiento, ni tampoco en intención de votos al PLD. Por ejemplo, en la
mayoría de las encuestas realizadas en el 2016, el PRM, ahora principal partido
de oposición, registra menos de 40%; y los partidos minoritarios registran
bajísimos porcentajes.
Propagar
la idea de que para derrotar a Danilo Medina y el PLD se necesita una segunda
vuelta ha sido un despiste de la oposición. Para derrotar al PLD se necesita
una fuerte oposición que hamaquee el predominio peledeísta, y esa oposición no
existe en estos momentos. Una oposición tan fragmentada como la que concurre a
las elecciones del 15 de mayo aleja el objetivo de derrotar el oficialismo.
Cada
líder político y organización partidaria tiene absoluto derecho de aliarse o no
en unas elecciones, pero, que quede claro, las decisiones tomadas impactan los
resultados electorales.
A nivel
presidencial es muy remota la posibilidad de una segunda vuelta por las razones
mencionadas. A nivel legislativo y municipal, la división de la oposición
facilita también el triunfo del PLD. Por ejemplo, los senadores y alcaldes se
eligen por mayoría simple (quién obtiene más votos gana la elección aunque no
alcance el 50+1). Si a las candidaturas del PLD a senadores y alcaldes se
enfrentan cuatro o cinco opositores, el voto de oposición se dividirá mucho y
la candidatura oficialista irá más cómoda.
Los
argumentos y cálculos políticos errados producen derrotas electorales, y
entonces hay que esperar cuatro años más para competir nuevamente. De los
errores de la oposición se ha nutrido mucho el PLD en la última década. El
inmenso poder acumulado por el peledeísmo no se derrota con falsas ilusiones ni
estrategias equivocadas, sino con mucha inteligencia y habilidad política de la
oposición.
Quedemos
ahora a la espera de ver si algún tsunami político imprevisto cambia los
vientos. Si no, habrá que aplicar al PLD aquella expresión acuñada para el PRD:
sólo el PLD derrota al PLD.
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