Por Carlos Darío Sousa S.*
Crear
una lengua a partir de otra vulgarizada, implica un trabajo intelectual de
proporciones “bíblicas”, y despojarla de los modos y estructuras que le precede
es algo que no solamente se construye en años, sino inclusive, en darle el
tratamiento adecuado y el aceptado de
las acepciones que deben aparecer en un diccionario, en un trabajo de
especialistas despojados de prejuicios y buscar un estilo ideal dominado por el
principio del “decorum” y del tiempo implicó, también, un largo proceso.
Cicerón,
Hortensio, Salustio, Platón, Aristóteles, Seneca, Dante o Quintiliano, entre
muchos, demasiados para nombrarlos, constituían la base intelectual europea que
escribieron en Griego o en Latín, y ellos no eran ni primitivos ni tardíos, ni
entraban en la controversia de “antiguos y modernos”, como ocurriría
posteriormente. Pero fueron el referente del francés, como lo fue del
castellano.
El
Castellano, la lengua del Imperio que dedicó Nebrija –Gramática Castellana,
1492- a la Reina Isabel de Trastámara, La Católica, ya tuvo a tiempo con el
aporte de Miguel de Cervantes con su Quijote, novela de extraordinarias dimensiones que los franceses no tenían, aunque la
primera gran obra fue “El Cantar del Mío Cid”, de alrededor de 1200 escritas en
lengua romance.
La
Europa que conocemos hoy día es absolutamente diferente a la medieval, territorialmente
estaba dividida hasta lo inimaginable, dominada por príncipes y reyezuelos, que
imponían sus criterios feudales, tanto en la económico, en lo religioso, como
cualquier aspecto de la vida de sus pueblos, incluyendo las lenguas conque
hablaban. De ellas, de su conjunto, es que nacerá el francés, como el
castellano, el italiano, el portugués o el búlgaro, a partir de la lengua romance.
El
libro, 695 páginas, está dividido en 16 capítulos, en los que Fumaroli va
decantando o recorriendo el largo y tortuoso camino de cómo se fraguo una lengua, un idioma con todas las aristas
que tal hecho conlleva. La prosa se convierte en un asunto de estado como de
socialización.
El
descubrimiento de la pulcritud en los textos en prosa, requiere una autentica
diplomacia del ingenio. Su floración viene acompañada de una nueva primavera en
los géneros literarios. Ni el ensayo, ni las memorias, ni la correspondencia (traté
este tema en el artículo Fumaroli. Septiembre, 2015), ni las recopilaciones de
los moralistas habían encontrado antes unas condiciones tan extraordinarias.
A
partir del “Los manifiestos de Vigenère”, en el que se llama a sus
contemporáneos, es una invitación a legar obras capaces de resistir a la larga
noche que quizá ya va cerniéndose, tras el incipiente clarear.
Y dice:
“Pues toda la marcha de la vida humana se
asemeja propiamente a un carruaje al que van enganchados dos caballos, a saber,
el hacer y el decir (y en esto incluyo la escritura), cuyo cochero es la razón,
que debe efectivamente sujetar las riendas de todos nuestros proyectos y
acciones: por ello hay que amordazarlos con esmero, cepillarlos, peinarlos, y
tenerlos bien limpios; pues son ellos quienes finalmente harón llegar y resonar
nuestro nombre en el templo de la ansiada inmortalidad”
El
capítulo tres, es otro ejemplo, “La prosa del Estado: Charles Paschal, teórico
del estilo real”, nos presenta la retórica y política en tiempos de Enrique III y de
Enrique IV. Dos obras van a orientar este periodo. La edición de “Sobre la elocuencia en lengua vulgar” del Dante por Jacobo Carbonelli, dedicada a Enrique III en 1577, y el tratado “Sobre el mejor género de elocución” de
Charles Paschal, dedicado a Pierre Forget de Fresnes, en 1596, primer secretario de la cámara y receptor de
los establos del rey, Secretario de Hacienda, Embajador en España, Secretario
de Estado, entre otros cargos. Estos dos libros marcan el camino del debate
retórico de la corte de Francia desde el inicio del reinado de Enrique III y
otra en el umbral del reinado de Enrique IV.
Es un
mandato pues “La sublimación de la lengua
vulgar requiere su uso previo por parte de quienes detentan el poder, ejercitan
las virtudes y hacen pasar su lengua de la potencia al acto, del plomo al oro”.
Me queda
pendiente, por lo cual les pido su
anuencia, abundar en otros capítulos del libro, como los que se refieren a: Los
orígenes del arte francés; Las memorias de los géneros de prosa; Memorias en forma
de conversación galante; El arte de la conversación, El poder de las mujeres o
el espíritu de alegría; Las fábulas de La
Fontaine o la sonrisa del sentido común.
*El autor es catedrático universitario.-
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