Estimado Rolando (1 de 3)
Por Carlos Darío Sousa Sánchez*
Desde nuestra niñez oíamos hablar de Roma, y en la bruma de
esos recuerdos del Papa, por aquello de que somos Católicos, Apostólicos y
Romanos, sin una idea clara, entonces, de su significado que sólo se
manifestaba en los viajes a la parroquia y a las misas. Es más, en principio
oíamos hablar de que fueron Rómulo y Remo quienes fundaron la ciudad, y fueron
abandonados y salvados por una loba, una loba buena, o una buena madre, que los
amamantó. Y que Roma tiene siete colinas y que sobre ellas fue que se asentaron
sus fundadores, y que produjo el “Rapto de las Sabinas” (nombre que tuve que retener por ser el
nombre de una hermana de papá). Secuestro que fue organizado por Rómulo por la
falta de mujeres en Roma.
La religión, o las creencias en dioses que regían la vida en
su totalidad, siempre fue importante para los romanos, y para todas las
sociedades antiguas, y lo fue más en Roma, aunque después supiésemos que en la
Roma Republicana, o en la Imperial, tenían sus dioses y su religión, que era,
al decir de los cristianos, hebreos y musulmanes, “pagana”, y por tanto
“falsa”. Con el tiempo vino a ser que los dioses griegos, primero, y después
los romanos, eran tan actuales que van a trascender en el tiempo, cambiando de
cara, pero no de objetivos. E igual, que siempre esos dioses trabajaban para
satisfacer las peticiones personales, y ese puede ser el “legado” más
importante de la Roma antigua a Europa y América. Y es que los gobernantes
actuales no son seres divinos, algunos creen que sí, pues otorgan favores de la
misma manera que los dioses paganos.
O pasábamos por aquello, también incomprensible, de “mamita
llegó el Obispo, llegó el Obispo de Roma…”, que Don Paco Escribano entonaba
como a la una de la tarde.
Christofher S. Mackay, en “El Declive de la República romana
de la Oligarquía al Imperio”, Ariel, 2011, busca responder a la pregunta ¿por
qué se desmoronó la forma de gobierno de la República y acabó siendo
reemplazada por la autocracia militar que se convirtió luego en el Imperio
Romano? El mismo reconoce que es difícil dar una opinión de conjunto. Unos la
ubican en la conspiración de Catiliina. Curzio Malaparte, en su “Técnica del
Golpe de Estado”, siempre se refiere a Catilina como el gran provocador en lo
que se ha llamado “conjuración de Catilina”, que contribuyó a la desaparición
de la República. Hay que ver, también, lo que dice Cicerón sobre el tema al que
tuvo que investigar por mandato del Senado, después de la emisión de un
“tumultus”, o “emergencia militar”. Guillermo Altares, en un artículo reciente,
publicado en el diario español El País (05/03/15) decía, “Ni Bruto, ni Casio:
Décimo es el hombre clave en la muerte de César”.
Claro, había más de Italia cuando nos hablaban de algo así
como “El Imperio Romano”, y de su participación en la muerte de Jesús, y de lo
grande e imponente de su dominio. Es quizás por eso que empezamos también a oír
aquello de Pedro, sobre ti edificaré mi iglesia, o de que “un día san Pedro y
san Pablo hicieron un barco nuevo, el mar (¿el Mediterráneo?) era de plata y
los remos de acero” (o algo así), que cantaba mi hermana Rosa enseñada por las
monjas que se habían instalado en Barahona para dar clases en el recién fundado
Colegio Divina Pastora, allá en la iglesia vieja.
Esos son retazos que nos ayudan a construir una alfombra
sobre la que podremos recorrer un poco, con paso firme, acercándonos a la
adolescencia, donde seguíamos oyendo cosa, algunas veces sin una idea ni
siquiera meridianamente clara, y sí muy sesgada de sus significados, pero que
repetíamos como pericos. Eso sí, 60 o más años después, con más gusto que
entonces, pues dígame usted si “las muchachas de la plaza España” son o no son
“tan bonitas”. Ahí oyendo a alguien que entonces se llamaba Lucha Gatica, y que
“Aventura en Roma” nos hizo ir al Teatro Ercilia a ver a Suzanne Pleshette, los
varones, y a Troy Donahue, las hembras, y todos a oír a Emilio Pericoli,
cantanto “Al di la”. Quién puede olvidar “Mondo Cane” (Perro Mundo), ese
semidocumental que nos hizo conocer diferentes culturas en un viaje por el
mundo. Pero sobre todo, como olvidar “More” o Más, el tema de fondo musical de
la película que luego cantó en castellano Enrique Guzmán.
Pasamos de la Primaria a la Intermedia, y después al
Bachillerato, y nuestros profesores y profesoras, ¿qué digo?, nuestros
Maestros, que entonces eran como padres, nos llevaban de la mano, con mano
firme, en ese laberinto, por ese recorrido que nos da la historia, y
descubríamos los aportes de muchas civilizaciones y de sus culturas con un
pasado que no deja margen para pensar negativamente de su grandeza.
Nos hablan de Constantino
(en mi caso, reteniéndolo aún más por ser el nombre de un hermano de
papá), que aceptó e impuso el cristianismo como religión del estado romano, y
que también dividió el Imperio en dos:
Romano de Oriente y Romano de Occidente. No me voy a meter con lo que se
desencadena a raíz de su muerte, ni como siglos después, y ya como Imperio
Otomano, tiene que enfrentar a los Musulmanes. Y como ese enfrentamiento
provoca El Renacimiento (que al decir de Fumaroli, en “República de las
letras”, Acantilado, 2013, se inicia con Petrarca), que es el segundo momento
estelar de tu libro. Y un poco después, con la conquista total de los
musulmanes, el cierre del “Ponto Euxino” de los griegos. Y del Bósforo, todos
en las Ruta del Comercio, lo que trae a partir del portugués Enrique el
Navegante, y luego con la alianza de los Reyes Católicos y Cristóbal Colón, del
que nos decían que había nacido en Génova, hoy de Italia (por cierto, en esa
ciudad la Casa Toral Hermanos CxA exportaba café de Barahona y se anunciaba
como tal en las cafeterías), el Descubrimiento (a pesar de Tolomeo) y Conquista
de Nuevas tierras, que por una de esas muecas del destino, las tierras a las
que llegó Colón no llevan su nombre y sí el de Américo Vespucio.
*El autor es catedrático universitario.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La Caracola agradece su disposición de contribuir con sus comentarios positivos, siempre basados en el respeto a los demás y en la ética de la comunicación popular.