25 de mayo de 2015

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO

Estimado Rolando (1 de 3)

Por Carlos Darío Sousa Sánchez*

Acabo de leerme tu “Tres momentos estelares de la historia de Italia”, y no debo desaprovechar la oportunidad para enviarte más que unas reflexiones sobre su contenido, unas consideraciones personales, quizás un poco abigarradas, sobre lo tanto que estamos unidos con la historia de Italia. Sé que en tu caso está en primer lugar el aspecto familiar y  en segundo, tu tránsito por ese país cautivante.
Tercero, y no por último, tu amor por ese país.

Desde nuestra niñez oíamos hablar de Roma, y en la bruma de esos recuerdos del Papa, por aquello de que somos Católicos, Apostólicos y Romanos, sin una idea clara, entonces, de su significado que sólo se manifestaba en los viajes a la parroquia y a las misas. Es más, en principio oíamos hablar de que fueron Rómulo y Remo quienes fundaron la ciudad, y fueron abandonados y salvados por una loba, una loba buena, o una buena madre, que los amamantó. Y que Roma tiene siete colinas y que sobre ellas fue que se asentaron sus fundadores, y que produjo el “Rapto de las Sabinas”  (nombre que tuve que retener por ser el nombre de una hermana de papá). Secuestro que fue organizado por Rómulo por la falta de mujeres en Roma.

La religión, o las creencias en dioses que regían la vida en su totalidad, siempre fue importante para los romanos, y para todas las sociedades antiguas, y lo fue más en Roma, aunque después supiésemos que en la Roma Republicana, o en la Imperial, tenían sus dioses y su religión, que era, al decir de los cristianos, hebreos y musulmanes, “pagana”, y por tanto “falsa”. Con el tiempo vino a ser que los dioses griegos, primero, y después los romanos, eran tan actuales que van a trascender en el tiempo, cambiando de cara, pero no de objetivos. E igual, que siempre esos dioses trabajaban para satisfacer las peticiones personales, y ese puede ser el “legado” más importante de la Roma antigua a Europa y América. Y es que los gobernantes actuales no son seres divinos, algunos creen que sí, pues otorgan favores de la misma manera que los dioses paganos.

O pasábamos por aquello, también incomprensible, de “mamita llegó el Obispo, llegó el Obispo de Roma…”, que Don Paco Escribano entonaba como a la una de la tarde.
Christofher S. Mackay, en “El Declive de la República romana de la Oligarquía al Imperio”, Ariel, 2011, busca responder a la pregunta ¿por qué se desmoronó la forma de gobierno de la República y acabó siendo reemplazada por la autocracia militar que se convirtió luego en el Imperio Romano? El mismo reconoce que es difícil dar una opinión de conjunto. Unos la ubican en la conspiración de Catiliina. Curzio Malaparte, en su “Técnica del Golpe de Estado”, siempre se refiere a Catilina como el gran provocador en lo que se ha llamado “conjuración de Catilina”, que contribuyó a la desaparición de la República. Hay que ver, también, lo que dice Cicerón sobre el tema al que tuvo que investigar por mandato del Senado, después de la emisión de un “tumultus”, o “emergencia militar”. Guillermo Altares, en un artículo reciente, publicado en el diario español El País (05/03/15) decía, “Ni Bruto, ni Casio: Décimo es el hombre clave en la muerte de César”.

Claro, había más de Italia cuando nos hablaban de algo así como “El Imperio Romano”, y de su participación en la muerte de Jesús, y de lo grande e imponente de su dominio. Es quizás por eso que empezamos también a oír aquello de Pedro, sobre ti edificaré mi iglesia, o de que “un día san Pedro y san Pablo hicieron un barco nuevo, el mar (¿el Mediterráneo?) era de plata y los remos de acero” (o algo así), que cantaba mi hermana Rosa enseñada por las monjas que se habían instalado en Barahona para dar clases en el recién fundado Colegio Divina Pastora, allá en la iglesia vieja.

Esos son retazos que nos ayudan a construir una alfombra sobre la que podremos recorrer un poco, con paso firme, acercándonos a la adolescencia, donde seguíamos oyendo cosa, algunas veces sin una idea ni siquiera meridianamente clara, y sí muy sesgada de sus significados, pero que repetíamos como pericos. Eso sí, 60 o más años después, con más gusto que entonces, pues dígame usted si “las muchachas de la plaza España” son o no son “tan bonitas”. Ahí oyendo a alguien que entonces se llamaba Lucha Gatica, y que “Aventura en Roma” nos hizo ir al Teatro Ercilia a ver a Suzanne Pleshette, los varones, y a Troy Donahue, las hembras, y todos a oír a Emilio Pericoli, cantanto “Al di la”. Quién puede olvidar “Mondo Cane” (Perro Mundo), ese semidocumental que nos hizo conocer diferentes culturas en un viaje por el mundo. Pero sobre todo, como olvidar “More” o Más, el tema de fondo musical de la película que luego cantó en castellano Enrique Guzmán.

Pasamos de la Primaria a la Intermedia, y después al Bachillerato, y nuestros profesores y profesoras, ¿qué digo?, nuestros Maestros, que entonces eran como padres, nos llevaban de la mano, con mano firme, en ese laberinto, por ese recorrido que nos da la historia, y descubríamos los aportes de muchas civilizaciones y de sus culturas con un pasado que no deja margen para pensar negativamente de su grandeza.


Nos hablan de Constantino  (en mi caso, reteniéndolo aún más por ser el nombre de un hermano de papá), que aceptó e impuso el cristianismo como religión del estado romano, y que también dividió el Imperio en dos:  Romano de Oriente y Romano de Occidente. No me voy a meter con lo que se desencadena a raíz de su muerte, ni como siglos después, y ya como Imperio Otomano, tiene que enfrentar a los Musulmanes. Y como ese enfrentamiento provoca El Renacimiento (que al decir de Fumaroli, en “República de las letras”, Acantilado, 2013, se inicia con Petrarca), que es el segundo momento estelar de tu libro. Y un poco después, con la conquista total de los musulmanes, el cierre del “Ponto Euxino” de los griegos. Y del Bósforo, todos en las Ruta del Comercio, lo que trae a partir del portugués Enrique el Navegante, y luego con la alianza de los Reyes Católicos y Cristóbal Colón, del que nos decían que había nacido en Génova, hoy de Italia (por cierto, en esa ciudad la Casa Toral Hermanos CxA exportaba café de Barahona y se anunciaba como tal en las cafeterías), el Descubrimiento (a pesar de Tolomeo) y Conquista de Nuevas tierras, que por una de esas muecas del destino, las tierras a las que llegó Colón no llevan su nombre y sí el de Américo Vespucio.

*El autor es catedrático universitario.-

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