El otro Caobo y el Almácigo (2 de 2)
Por Carlos Darío Sousa*
En el tramo
casi final de la carreterita del Batey (si ombe sí, batey, del Taíno, señores
despojadores de identidad), hay un Almácigo que tiene reflejado en su tronco
los embates del destino. A ese le han dado con todo y sigue ahí. Quizá nuestra
zona geográfica estaba bien poblada de esos árboles. Pero llegaron los grandes
depredadores, con grandes apellidos, algunos presidenciables, desde que se fundó
la República. Esa división entre hateros y cortadores de madera contra
comerciantes citadinos, la marcaron, o le hicieron Peinados para siempre,
dejando sus huelas, o rayas, en las lomas, en los llanos, y allí donde
apareciese el Guayacán, el Cedro, las Magnolias –los Ébanos-, los Robles, y
todos los árboles que la imaginación pueda darnos, y que sirvan para construir
de todo, incluyendo mitos e hipótesis,
como los que refiere James George Frazer
en “La Rama Dorada”.
Les decía
del Almácigo y que sobrevivió a la Barahona Wood Company, (búsquela en el Álbum
de fotos de Don Pedro Vargas), y a los sucesores del aserradero de la calle “La
Carretera”, que luego fue Restauración, y más luego José Trujillo Valdez y
ahora Luis E. Del Monte (sí, ahí mismito donde está el Banco Agrícola y que
antes estuvo el Universal, luego el Banínter y la oficina de seguros de Luis
Suárez). Decía que el Almácigo sigue ahí y no deja de decir que sus días están
contados, luego de ver lo que le pasó al Caobo. ¡Requintos del demonio, quizás
tiene razón! O sabrá de la existencia del “Codex Gigas”, y por tanto de su
contenido y los avatares que le esperan. Pero a él no lo van a convertir en
cajas para vender fuera del país. Los embalajes, para su suerte, han cambiado,
pero no el espíritu. O como diría el poeta Dylan, hay gentes más “sigilosos que
silenciosos”, preparadas siempre para entonar el canto que más les gusta,
acompañado de machetes, hachas y sierras.
Por cierto,
yo soy el Caobo que está en el otro lado de la carreterita, pegado a la
propiedad de Beltrán, y que me tiene
podado por todos los lados, para que no me pegue de los alambres eléctricos que
pasan por ahí y que antes no existían, y que los políticos llaman progreso, a
la electrificación total.
Oí a uno que decía que la revolución se hace con
electricidad, y otro que decía que la
silla eléctrica usa también corriente o electricidad, y si no pregunten como
frieron a Caryl Chessman. Aunque viene un salsero con una canción “rara”, que “árbol
que nace torcido nunca su rama endereza”, y a mí que me han dado machete desde
que tenía unos cuantos palmos del suelo, ¿no voy a saber de qué se trata?
Venga a
fijarse para comprobarlo, y es que mañana o pasado mañana, a lo mejor, o a lo
peor, ya no estoy.
*El autor es catedrático universitario.-
*El autor es catedrático universitario.-
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