20 de abril de 2015

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO

El Otro Caobo y el Almácigo (1 DE 2)

Por Carlos Darío Sousa*

Hace rato pasaba cerca de los restos del tronco del caobo que asesinaron inmisericordemente con cortes, gentes que se identificaron como foresta, y la verdad, no sé si en verdad eran o no eran, lo que si estuve seguro al final del trágico día, era que lo habían matado, asesinado, y lo que es peor, no sé adónde llevaron sus restos mortales. Aunque puedo imaginar, y no hace falta mucha, que mínimamente va a pasar por un
proceso similar a otros u otras caobas y caobos. Que no importa tanto monta, monta tanto, por las sierras de algún aserradero clandestino, juntándose con tablones legales de Caobas brasileñas o de Centro América. Da igual, a lo mejor la esconden un  almacén por ahí o por allá, clandestino, igual que el viaje que puede realizar su tumbador y la cadena alimenticia del mercado, para algún cliente que quiere unas caobas centenarias para las puertas de su casa y no, el muy hijo de puta (con perdón de la puta), para su consumidor de carne o sarcófago de los que hacía Niño Lugo, hace pila de años, al lado del correo. Aunque ya no se usan así, pero debe dar prestigio y muchos comentarios y mucha vigilancia, para evitar que por la noche lo vacíen los especialistas del género, que existen desde siempre en la historia de la humanidad, y son conocidos como saqueadores de tumbas.

Decía, que pasaba lleno de tristeza por donde el desaparecido, secuestrado amigo, que durante años configuró el paisaje con su imponente figura hasta el cielo, que le deparaba recogiendo aquí o por allá, o más allá, todos los sucesos que su visión y su comunicación podían alcanzar, o traídos por vientos mágicos que le susurraban a sus hojas los aconteceres del mundo.


Y es que uno piensa que sólo los seres humanos tenemos el privilegio de un tipo de comunicación. O pensamiento. Los demás tienen instintos. Y algún cuentista nos cuenta que hemos perdido el instinto y el olfato. El viejo caobo tenía comunicación, supongo como lo tiene todo ser vivo con su especie, con todas las caobas de Barahona, y no tanto, pero mucho más de lo que uno suele pensar de las emisoras, que cuando uno coge la costa empiezan a irse de la sintonía. A lo mejor un día de estos nos sorprenda David Vólquez, como cuando nos habló del “Yon Yon” y su moro, de la “Moringa” también con su moro, del “Noni” frío embotellado, y del “Chaya”, proveniente de la cultura Maya, conocido como el árbol espinaca. Todos con un estudio pormenorizado y racionalmente explicado, con su buen verbo, que nos habla del poder de regeneración, medicinal y alimenticio, de establecer el orden natural en el cuerpo humano y los beneficios en la mente de la intercomunicación entre las especies sujetas a raíces, no pedantes ni peripatéticas, y sí provocadoras del rito indígena de la cohoba con la cojoba, de la que se dice produce viajes largos y vómitos, y visiones, como los de la época hipie, que producía algún peyote o alguna flor amarilla, que produce más sonidos que las campanas del carillón de Córdoba, ya que las campanas de Barahona desaparecieron y ahora lo que hay son campanitas. Y es mejor no insistir en ese campo, no en el de las campanas, que está sembrado de un paquete de esos asuntos. Y si no lo cree, léase a Peter Watson, en “La Gran Divergencia”, o nos pone a oír “Lucy in the sky with diamonds” (LSD), con los Beatles (imagínate en una barca, en un río, con árboles mandarinas y cielos de mermelada…) Aunque ahí mismo usted le puede ajustar a Procol Harum, con su “A Whiter Shade of Pale”, con una sombría melodía de órgano muy al estilo Bach. 

Recuerden Toccata y Fuga, con una letra absolutamente surrealista (Nos saltamos el ligero fandango. Hicimos volteretas por el suelo… y vírgenes vestales). Y esto en amplia competencia con David Attenborough, uno de los grandes naturalistas, el de los documentales de la BBC, que da gusto verlos en HD, aunque sin los recursos audiovisuales ni técnicos de éste.


Pasaba y pensaba en aquello de “Es el árbol feliz un amigo”, o “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo”. No era pretencioso, sólo quería seguir siendo árbol, seguir siendo caoba y no puerta ni ataúd. Sí, sólo árbol, pero su exuberancia, y sobre todo de su tronco, le presagió su destino. Destino que aún hoy no sabemos qué fue de su tronco, dividido en dos, de sus ramas o de sus palitos (y eso porque las hojas, opinan, no sirven de nada). No sé si al final habrá culpables, si hay delito, o simplemente pasará lo que está pasando en estos últimos años, que la justicia ciega no ve, y si viese, voltea la vista (privando en seria), para otro lado, para no ser cómplice del latrocinio o la depredación o el tierra arrasada. Para esa justicia está bueno Ravachol. Y es que ni Al Gore, ni los sucesores de Cousteau, serán capaces de presentar, en algún juicioso documental, esto aquí, esto allá, la realidad de lo que va quedando de nuestra geografía, de nuestra fauna, de nuestros ríos y de nuestra población. Hemos (o han) acabado con todo. Y eso, que en medio de la ciudad había una haitiana que daba pela a todas las matas que encontraba en su camino, quizás en su pensamiento atormentado, castigando por unas culpas que algún dios de sus ancestros le dictaba. A esa nadie la podía acusar de tumba matas.

*El autor es catedrático universitario.-

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