6 de mayo de 2014

El Ejercicio de la Insolencia (1 de 2)

Por Manuel Núñez
Durante muchos años,  hemos consentido que ciertos extranjeros nos humillen. Hemos permitido que irrespeten a los poderes del Estado. Que se burlen de las autoridades.  Que ultrajen la honra y el honor de nuestros patricios, que quemen públicamente nuestra bandera, que manipulen nuestras creencias religiosas, para ponerla al servicio de la destrucción de la nación. Y, como si todo lo anterior no fuera suficiente humillación, hemos aceptado que insulten nuestra inteligencia.
Ningún país del mundo ha padecido tan desgarradoramente semejante ejercicio de la insolencia.
Hace pocos días, el Alto Comisionado para las Naciones Unidas (ACNUR) en nuestro país,  nos reveló que ese organismo se empleará a fondo para la destruir la Sentencia 168/13 emitida por un poder del Estado. Don Gonzalo Vargas Llosa, el arrogante funcionario internacional, se atribuye el derecho de sustituir a un poder del Estado dominicano:

Quiero reafirmar el compromiso del ACNUR y la Comunidad Internacional para hacer todo lo posible para ayudar a Juliana Deguis Pierre y a los otros miles de afectados por la Sentencia del TC a recuperar lo que siempre fue suyo  ( HOY, 24/4/14)
¿En nombre de qué principio puede el ACNUR suprimir la soberanía nacional? ¿Quién le dijo a este señor que él puede desmantelar las leyes y la Constitución de nuestro país?  El descaro del hijo solo pudo ser superado con la insolencia del padre, don Mario Vargas Llosa, quien tuvo la  cachaza de pedirle al Papa Francisco que inhabilitara al Cardenal dominicano,  Nicolás de Jesús López Rodríguez.  En su delirios de grandeza, el plebeyo al que han convertido en marqués, les lanzó unas flores al Papa, unos elogios interesados,  como hacen los buenos intrigantes para poder manipularlo, y lograr que se echara de la iglesia al cardenal dominicano al que ha llamado “cavernario”, entre otros insultos.
En ninguna circunstancia el señor Vargas Llosa podía aprobar un  examen de cristiandad. Tampoco puede  manipular las decisiones de una  Iglesia en la que no cree, de la que abjura. En  un artículo publicado en España acusó a las autoridades dominicanas de practicar el nazismo y la barbarie (“Los Parias del Caribe” 3/11/13, El País).  Esas falsedades fueron divulgadas en más de cuarenta de lenguas del mundo. No recuerdo a nadie que haya insultado la dignidad de los dominicanos como lo ha hecho el señor Vargas Llosa, al que, sin embargo, se le han rendido todos los honores. Mantenido en la privanza de aquellos que, al parecer, carecen de amor propio. El daño moral que  este sujeto le ha hecho a la imagen de la República Dominicana no tiene punto de comparación.
Al parecer,  la concesión del premio Nobel le ha dado una patente de corso para insultar a los Presidentes de Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina, de Ecuador, para llamar cloacas a los periódicos peruanos que no comulgan con sus extravagancias, para injuriar al 48% de los peruanos que votaron a una opción distinta de la suya, y para despacharse con  una montaña de insultos contra la República Dominicana.  Aunque se vista de seda, tenga título de Marqués, nació plebeyo, y plebeyo se queda.
Compite con este par de insolentes,  y sin duda le aventaja en petulancia, el sacerdote diocesano Christopher Hartley Sartorius, nieto de los Condes de San Luis, sobrino del Marqués de Nariño y, por lo tanto, primo de la duquesa Isabel Sartorius Zorraquín, la novia eterna de don Felipe de Borbón y Grecia. Hijo, a su vez, de un gran empresario, fundador de las mermeladas Hartley y corredor de azúcares en el mercado londinense. Personaje narcisista, agresivo, desquiciado que se creía la reencarnación masculina de Madre Teresa de Calcuta. Y se propuso construirse una reputación de santo apoyado en  la destrucción de nuestro país. Para montar su número, escogió ser el redentor de los haitianos radicados en los bateyes de San José de los Llanos (San Pedro de Macorís). Las bellaquerías que hizo este cura durante más de diez años pueden llenar un libro de aventuras. Maltrataba a la comandancia de la Policía de San Pedro de Macorís. Se convertía en abogado de auténticos y probados delincuentes. Empleaba a los haitianos como escudos humanos para labrarse fama y nombradía. Sus campañas internacionales le hicieron gastar millones de dólares al Consorcio Vicini, que trató inútilmente de parlamentar con esta fiera, haciéndole concesiones, y teniendo cada vez que terciar con nuevas exigencias. En una circunstancia humillante para el país, el señor Hartley, valiéndose de sus influencias familiares,  logró que las Naciones Unidas, le enviara un contingente de soldados para su protección en San José de los Llanos.  Un contingente militar extranjero dispuesto a batirse.

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