Por Ernesto Heredia
En la República Dominicana se ha hecho costumbre que cada vez que un mandatario inaugura una obra pública, el acto se convierte en un escenario de discursos cargados de clientelismo político. Más que resaltar el impacto social o económico del proyecto, los gobernantes aprovechan el momento para vender la idea de que le están haciendo un favor al pueblo, como si la obra se hiciera con dinero de su bolsillo y no de los impuestos que pagamos los ciudadanos.
Lo preocupante es que esa práctica no es nueva, sino un patrón repetido en cada gestión. Se confunde la responsabilidad de gobernar con la oportunidad de ganar aplausos y fidelidades. Así, el espacio que debería ser de rendición de cuentas y compromiso con la sociedad, se transforma en un mitin disfrazado.
El Estado tiene la obligación de invertir en escuelas, carreteras, hospitales y demás infraestructuras. No se trata de una concesión graciosa del Presidente de turno, ni de un regalo partidario. Cuando un mandatario corta una cinta, simplemente está cumpliendo con el mandato constitucional que le impone garantizar el bienestar colectivo.
El clientelismo disfrazado de agradecimiento erosiona la institucionalidad, porque minimiza la verdadera esencia del servicio público. No necesitamos discursos que pidan gratitud, sino gestiones que promuevan eficiencia, transparencia y visión de futuro.
Inaugurar no es un acto de generosidad política, es un deber elemental de todo gobierno. Recordarlo es vital para que la ciudadanía no caiga en la trampa de confundir derechos con favores.
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