En vista de que lo económico es lo que más mueve al electorado, el giro en sus prioridades tornaría difícil que pueda aspirar a una reelección. Él podría perder el camino porque una mayor institucionalidad no le proveería una inmediata empatía electoral.
Por Juan Llado
El oportunismo tiene doble cara. Un diccionario lo define como la “actitud de la persona que, generalmente en sociedad, se acomoda a las circunstancias para obtener provecho, subordinando, incluso, sus propios principios.” Pero la otra connotación se refiere a la “habilidad para aprovechar las oportunidades.” De esta segunda acepción emerge la promesa del presidente Abinader de una modificación constitucional para entronizar, principalmente, la independencia del Ministerio Público y de los jueces de la JCE. Inspirada en los altos intereses de la nación, la propuesta exuda sapiencia política, pero sin los aliados necesarios podría quedarse al garete.
Durante la campaña electoral, el presidente Abinader había prometido una modificación constitucional para garantizar la “independencia del Poder Judicial y recomponer el Consejo Nacional de la Magistratura.” Ratificó la promesa en una entrevista del pasado 12 de los corrientes ante los medios de prensa del Grupo de Comunicaciones Corripio: "Tengo que dejar ese legado en este país, vamos a incluir en la Constitución que nunca más el Ministerio Público dependa de decisiones políticas de un presidente". Esa reforma deberá tambien abarcar a la Junta Central Electoral (JCE) para que sus miembros tengan completa independencia para actuar. "Tenemos que trabajar por un país tranquilo a nivel institucional, lo voy a promover y espero que muchos sectores me acompañen en eso."
Abinader volvió sobre el tema en su
discurso del miércoles pasado. Dijo entonces que "a partir de mañana
enviaré una comunicación a los líderes de los principales partidos y
organizaciones sociales y empresariales para que me acompañen en esta
tarea". Su propósito es "blindar" a través de la Constitución
los avances democráticos que ha alcanzado su Gobierno en la lucha contra la
corrupción y la separación de los poderes del Estado. "En este mandato
aspiramos a completar todas las transformaciones democráticas para convertirnos
en un país capaz de garantizar los derechos de todos sus ciudadanos." Una
meta ambiciosa pero muy deseable.
No cabe duda de que, de lograrlo, ese sería el legado más importante de su periodo de gobierno. Esto así porque, junto a las otras 12 reformas que pretende acometer con ayuda de los partidos políticos y de la sociedad civil, los elementos constituyentes del “legado” transformarían la nación. Si logramos estas reformas institucionales no importará tanto lo que progresemos en términos económicos (empleo, crecimiento, inversion, etc.) o sociales (disminución de la pobreza, protección social). De ahí que las intenciones del presidente Abinader lo califiquen como un heraldo de la anhelada institucionalidad, la cual es una base fundamental del desarrollo.
Ahora bien, ese ambicioso tinglado de reformas
no podrá cumplirse si no le arriman el hombro al presidente. Está claro que las
modificaciones constitucionales --carentes de un clandestino propósito de
lograr una reelección—no pueden concretarse a menos que los partidos PLD y
Fuerza del Pueblo presten su bienhechor concurso en el Congreso. (Consciente de
lo que podría significar frente al electorado una negativa a la reforma, ya el PLD
ha anunciado que apoyará esas modificaciones). Y lo mismo aplica a las otras
12 reformas que pretende la voluntad presidencial. Porque la pandemia ha
menguado los conflictos y querellas políticas se puede albergar una esperanza
de que en la coyuntura se pueda materializar una actuación política mancomunada.
Es precisamente esta coyuntura la que ha
sabido aprovechar el presidente Abinader para ratificar y formular las
propuestas mencionadas. Reconociendo que esperar al 2022 arriesga el clima de
convivencia, ha planteado ahora las iniciativas mencionadas, al terminar su
primer año de gobierno con una alta cota de popularidad, ya a finales del 2022
comenzarían los escarceos electorales y el clima se tornaría inhóspito para
aspirar a una cooperación sincera de la oposición, no tanto así de la sociedad
civil. Aunque por su aire algo triunfalista al discurso de la pasada semana, se
le podría acusar de proselitismo político prematuro, la verdad es que se
escogió el mejor momento de la gestión para avanzar las propuestas de cambio
institucional.
Pero si bien el oportunismo presidencial debe
elogiarse, tambien debe advertirse que el quehacer presidencial debe dar un
giro en los próximos 12 meses. La preocupación por la pandemia y la
recuperación económica debe ceder espacio en la agenda presidencial a la
adecuada orquestación del apoyo ciudadano y político a las reformas planteadas.
El presidente Abinader puede seguir asistiendo a inauguraciones y eventos
populares, pero lo principal de ahora en adelante debe ser la articulación de
los partidos y el involucramiento de la sociedad civil en apoyo a las reformas.
Entre el desarrollo económico y el institucional debe primar este último en el
corto plazo porque a partir del 2023 no habrá un clima propicio para las
reformas.
La coyuntura reclama un sólido espaldarazo de
la sociedad civil a la iniciativa de reforma constitucional. Aunque los
partidos políticos son los que imponen la brújula a nivel congresual, estos
deben sentir que la sociedad que se manifestó el pasado año en la Plaza de la
Bandera y en las demostraciones de la Marcha Verde sigue aspirando a estas
reformas. Ellas disminuirán la discrecionalidad de los funcionarios y
políticos. Los partidos podrán inscribirse en la oleada histórica de las
reformas propuestas, pero esas reformas limitaran su radio de acción y el
consecuente menor control no será de su mejor gusto.
Entre las reformas propuestas, lo primordial
seria la entronización de un Ministerio Publico independiente. Si bien es
cierto que la historia de la humanidad ha demostrado que siempre habrá
corrupción, ese flagelo se controla asegurando que no haya impunidad. Por su
afanoso trajinar del último año el presidente Abinader ha convencido al grueso
de la población de que es “el presidente de las buenas intenciones”. Pero el
principal y más encomiable “legado” que puede dejar de su paso por el poder es
que se le perciba como “el presidente de la transparencia”. Por eso blindar la
independencia del Ministerio Publico comporta la mayor trascendencia, amén de
que sería un homenaje póstumo a la bien ganada honorabilidad de su padre.
El presidente está ahora retado para pasar del
sacro oportunismo a la venerable entronización de la institucionalidad. Ya debe
dejar un poco de lado a la pandemia y a la recuperación económica para
emplearse a fondo en esos menesteres. En vista de que lo económico es lo que
más mueve al electorado, el giro en sus prioridades tornaría difícil que pueda
aspirar a una reelección. Él podría perder el camino porque una mayor
institucionalidad no le proveería una inmediata empatía electoral. Las
repercusiones de la institucionalidad tardan en concretarse y en el horizonte
electoral no es seguro que jugarían el papel preponderante. Ese es el peligro y
por eso el llamado de la hora es reclamar vehementemente, por oportunas, las
reformas.
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