31 de mayo de 2021

Valorando la Verdad y la Belleza

Oscar Wilde, el genio irlandés que creyó en que la belleza era el significado de la vida y no el dolor.

Por Juan Llado 

Nunca sabremos cuál de las dos sublimidades es más elusiva, si la verdad o la belleza. Signadas ambas por una enorme carga de subjetividad, sus esencias y parámetros cambian con el tiempo. Donde más se diferencian es en los requisitos de su aprehensión. Mientras la verdad requiere búsqueda y no siempre se encuentra, la belleza solo requiere contemplación. La voluntad no basta para alcanzar la verdad, mientras la belleza es potencialmente de universal percepción. Cuanto incide cada una en el significado de la vida, es una cuestión fundamental.

Proveniente del latín veritas, vivir con la verdad ha sido una aspiración de los humanos desde sus albores más ancestrales. Pero siempre ha sido cierto que la verdad es un concepto poliédrico, por lo que asirse a una sola definición es arriesgado. Aquí basta comenzar con las siguientes: 1) “Es la correspondencia entre lo que pensamos o sabemos con la realidad.” 2) “Supone la concordancia entre aquello que afirmamos con lo que se sabe, se siente o se piensa.” 3) “Se refiere a la existencia real y efectiva de algo.” 4) “Se denomina todo aquel juicio o proposición que no puede ser refutado racionalmente.” De todas las definiciones se destila alguna opacidad. 

En la primera y la tercera definición subyace el concepto de “realidad”, otra cosa huidiza porque su percepción está sujeta a interpretaciones. Salva la situación apelar a “la concordancia entre aquello que afirmamos con lo que se sabe, se siente o se piensa”, porque así la percepción de “la realidad” está validada por los sentidos. Lo mismo puede decirse cuando un “juicio o proposición” es considerado racional. Pero aun los sentidos están sujetos a un grado de ontológica subjetividad por estar intermediados por la experiencia. Para que algo sea “verdad”, entonces, no debe existir una antonimia entre lo individual y lo colectivo. La validación colectiva es la que cuenta. 

Una de las instancias donde se escruta la verdad con mayor formalidad, es en la justicia. Los jurados son una manera de validar colectivamente su percepción. Son muchos los casos en que un jurado condena a alguien y muchos años de cárcel después se establece su inocencia; ahí la validación colectiva ha fallado. En el sistema judicial napoleónico las pruebas son las que establecen los hechos y su validez la determina el juez. Los veredictos de los jueces (napoleónicos) son todavía más controversiales. De manera que la verdad puede ser el basamento de la justicia, pero solo teóricamente. En ambos sistemas judiciales, la formalidad de la búsqueda no garantiza nada. 

En nuestro país otro ejemplo de cuan escurridiza es la verdad lo hallamos en la lucha contra el narcotráfico. Es vox populi que las incautaciones de drogas de la DNCD son más frecuentes cuando entra un nuevo titular porque así gana una percepción positiva de su desempeño. Más adelante esas incautaciones son mínimas y los incumbentes bajan la guardia para poder ellos beneficiarse del tráfico. Como la actual gestión del titular ha incautado una cantidad récord de drogas –24 toneladas-- se podría inferir que cumple con su deber en esa posición. Pero debido precisamente a las múltiples incautaciones de esta gestión, es casi seguro que el tráfico disminuirá y no podremos saber si su actual profesionalidad favorece verdaderamente la actual percepción pública del incumbente. 

Tal vez sea el plano de las relaciones interpersonales donde la verdad es menos asible por estar enmarañada en complejidades. En estas relaciones las mentiras campean por sus fueros, aunque en alguna que otra prevalezca la verdad. Pero desde la “mentira piadosa” hasta la más vulgar patraña, son frecuentes entre los seres humanos. Abunda el caso, por ejemplo, de los matrimonios que se mantienen por décadas a pesar de que se haya esfumado la chispa bienhechora del amor. La naturaleza veleidosa de la verdad en este contexto es tan obvia que la damos como autoevidente y no requiere argumentos adicionales que la apoyen.

La verdad y la belleza se interceptan porque también esta última es poliédrica. Aferrarse a una sola definición de lo bello no es, por tanto, aconsejable. Donde se bifurcan es, en cambio, en los sentidos que se emplean para descubrir a cada una. En el caso de la verdad, como se ha visto, se requiere un abanico multisensorial. Pero en el caso de la belleza solo se requiere la vista, aunque el éxtasis que produce tienda a involucrar a los demás sentidos. Por eso tiene sentido el refrán anglosajón que reza “La belleza está en el ojo de quien la mira” (“Beauty is in the  eye of the beholder.”) Mientras la verdad puede ser muy desagradable, la belleza es siempre todo lo contrario. 

Aristóteles fue de los primeros pensadores que establecieron esa diferencia. “Es bello lo que es valioso por sí mismo y a la vez nos agrada, lo que es apreciado por sí mismo (no por su utilidad) y nos proporciona placer o admiración. Esta definición, por tanto, comprende la belleza estética pero no se limita a ella.” Existe, por supuesto, una estrecha relación entre la belleza y el arte, pero este último es, según Aristóteles, “la producción consciente basada en el conocimiento. La basada en el instinto, la experiencia o la práctica no es arte.”

Arte son producciones del ser humano de fines estéticos y simbólicos a partir de un conjunto determinado de criterios, reglas y técnicas.” En consecuencia, solo cierta especie de arte puede considerarse bella. 

Para Platón la belleza se enmarca en su teoría de las ideas. “Platón distingue entre el mundo de la sensibilidad y el mundo del pensamiento. La percepción del mundo físico, material y sensible se basa en impulsos y sensaciones de los sentidos, mientras que el mundo del conocimiento y el pensamiento se basa en las ideas.” Mientras la sensibilidad capta las apariencias que provienen de los sentidos, son las ideas las que proveen las esencias que provienen del pensamiento. Las ideas son el “modelo de la realidad.” “Nuestra primera percepción de la belleza la hacemos a partir de la contemplación de la Naturaleza y el Universo. La belleza consiste en el orden, la medida, la proporción y la armonía que observamos en el cosmos, en el movimiento regular y armónico de los astros y los elementos. En este sentido, la Idea de Belleza vendría a ser el modelo, la forma, la esencia del Universo.” 

En su “Historia de la Belleza”, el escritor Umberto Eco nos relata que el concepto de belleza es relativo y depende de la época y de las culturas. La belleza no se funda en el objeto sino en la mirada del que lo contempla. “La belleza es un concepto que ha estado ligado a la historia del arte, sabiendo que ella no solo reside en la obra artística. La belleza es aquello que nos proporciona cierto placer, una sensación de atracción y se tiende igualar con la idea de bondad. Por otra parte, belleza es un concepto muy ligado a la realidad cultural de quien emite un juicio de belleza, por lo que nos parece bello aquello que históricamente le ha parecido bello a la cultura a la cual se pertenece.” Para captar lo bello es necesario una delicadeza de la imaginación que requiere ser sensible a las emociones más sutiles.” 

Si para Aristóteles la belleza es algo que, aunque no útil, nos agrada y
proporciona placer, para Platón es una forma de las ideas que proyectan la armonía del cosmos. Eco advierte, sin embargo, que la misma esta intermediada por la época y las culturas y requiere sensibilidad frente a sutiles emociones. En estas definiciones, el arte puede o no jugar un papel, dependiendo de sus bases. Pero fuere cual fuere el concepto, lo más importante para Oscar Wilde era que la belleza le daba significado a la vida, aunque de él es la frase “La vida es demasiado importante como para tomársela en serio”.

Lo anterior deja claro que la conquista de la verdad y la belleza es un trajinar quijotesco para anclar nuestras vidas, independientemente del valor que podamos atribuir a una cosa o la otra en diferentes etapas y contextos. Conquistar la verdad, sin embargo, no es tan fácil como advertir la belleza, aunque para esto último sea necesario una delicada imaginación.

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