12 de octubre de 2020

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO- Anatomía del Asco (1 de 2)

Por Carlos Darío Sousa S.*

Hace unos años estaba convaleciendo de una operación, cuando me visitaron, los entonces compañeros Rotarios, y hoy más que amigos Dr. Julio Vargas Matos y Rafael Méndez Read.

Por supuesto después de preguntar cómo me sentía, el Dr. Vargas me preguntó qué estaba leyendo y cuando vio el titulo exclamó: ¡Mira lo que estás leyendo! Era nada más y nada menos que el libro de William Ian Miller “Anatomía del Asco”, Turner, 1998.

Quizás para algunos el título asuste o provoque asombro e inclusive el contenido repugnancia, y claro asco, si lo lee, claro.

Para mí no. Cada vez que voy a la librería, casi siempre la Cuesta, y encuentro  un  título extraño y que compruebo el contenido, posiblemente es pasado por el ritual de pasar páginas para la izquierda.

Por ahí deben de estar, seguro que están, “La cultura de la copia”, de Hiller Schwartz; “Historia universal de la infamia”, de Jorge Luis Borges; “El arte de insultar”, de Arthur Schopenhauer; “Geografía del hambre”, de Josué de Castro. Seguro que debe quedar un paquete de títulos con mucho atractivo. O no suenen bien, como “Rebelión en la granja”, de Orwell; o el más que polémico, “El espejismo de Dios”, del  ateo mundial Richard Dawkins.

Desde entonces pienso, y alguna vez hice referencia en algún escrito, que los políticos, algunos más que otros, y otros más nuestros dan asco, y que no puede haber conmiseración con algunos de ellos. No sé quien fue que dijo “Que lo peor que hay es un demagogo con talento”, y yo añado, y si tiene poder, peor aún”. Y eso sí me produce asco, pues ensucia la política, que como dice Duarte es la más linda de las ciencias.

Quizás el primer libro que me leí con un título raro fue “Geografía del hambre”, el inolvidable libro publicado en 1951, por el brasileño Josué de Castro, y leído por allá por el año 65 o 66 del pasado siglo, y es que este insigne médico y diplomático brasileño, empieza a utilizar los principios de la geografía y de la ecología para aportar luz sobre el complejo fenómeno de la desnutrición, y de esta forma pone sobre el tapete la terrible calamidad que es el hambre.

Pero volvamos a “Anatomía del Asco”, que ya tendremos tiempo para los otros.  

En este libro el autor se ha embarcado en un fascinante viaje por el mundo del asco y el desagrado. Nos muestra el significado que tiene en nuestras vidas, aún cuando nos horrorice y nos repugne.

Con sentido de humor, pero con rigor, analiza la naturaleza del asco y estudia sus conexiones con los procesos básicos de la vida, comer, excretar, fornicar, deteriorarse y morir.

El asco y el desprecio, y esto es rigurosamente cierto, juegan un papel político crucial para mantener la jerarquía social o la democracia, se trata, entonces, de un tema serio que tiene que ver con la sensibilidad moral, el amor, la política y nuestro sentido del yo.

Por supuesto el asco no es exclusivo de un grupo social y es que forma parte del ser humano, aunque posiblemente nos falta saber hasta dónde eso es así, por no incluir a todos los seres vivos. Jonathan Swift, citado por el autor, sostiene que son probablemente la única especie que experimente asco y parece que somos los únicos de sentir aversión por su propia especie.

Cuando el autor se adentra en el desarrollo del tema, lo hace partiendo del concepto ingles de “disgust” que es utilizado por Darwin en relación al rechazo de la comida, o desagradable al gusto, y es que el asco plantea una serie de problemas hasta relacionado con el sexo. Se trata, entonces de un tema serio que tiene que ver con la sensibilidad moral, el amor, la política y nuestro sentido del yo, al que no es ajeno la época y el nivel social, inclusive religioso y de la cultura,  que se analice.

Lo que produce asco está sujeto a determinantes culturales, es ésta y no la naturaleza la que marca la línea que separa la pureza de aquello que mancilla  y lo sucio de lo limpio, que son los límites cruciales que el asco se encarga de controlar.

El autor aborda la difícil y compleja cuestión de las relaciones entre asco y deseo y deseo y prohibición. Divide el asco en dos tipos: uno opera como obstáculo para el deseo inconsciente y su objetivo es impedir la indulgencia. El otro opera tras la indulgencia de deseos muy conscientes y se trata del asco en exceso.

En la parte del asco en la historia, lo asqueroso a lo largo del tiempo, nos señala los distintos estilos que adopta. Compara lo que él llama la ética heróica y la compara con el mundo de la santidad medieval, que al enfrentarse con leprosos emprende una competición por una  mortificación de la carne. Expone el caso de santa Catalina de Siena, que ingería pus o que en otro momento asuma la curación de una monja con cáncer que despedía un olor nauseabundo a la que nadie se le acercaba.

Miller habla del asco como una emoción primaria y que presenta gran afinidad con otros sentimientos. La emoción nos embarga cuando respondemos emocionalmente a nuestros propios estados emocionales. Cuando nos enfadamos, nos sentimos culpables, la pena nos turba y nos asquea sentir miedo. El odio y el asco suelen servir de apoyo a la indignación a la hora de cumplir la función moral de la venganza.

La distinción entre asco y desprecio es bastante relevante por los efectos sociales y políticos. Tanto el desprecio como el asco son emociones que conllevan un sentimiento de superioridad frente a aquellos objetos que las provocan. El objeto del asco es repulsivo.

El asco, el desprecio, la vergüenza y el odio, se alían en el síndrome del odio mismo. La vergüenza es señal de incapacidad a la hora de ajustarse a las normas  comunes que se asumen como propias; aparecen cuando se piensa que no se ha estado a la altura de las circunstancias. Si se fracasa, aparece la vergüenza, a no ser que el transgresor sea un sinvergüenza.

El tacto se diferencia radicalmente de la vista, el gusto, el olfato y el oído por el carácter difuso de la localización de sus sensores, mientras que los de los otros sentidos se localizan en orificios y órganos concretos que se encargan de recibir esos estímulos. El olfato funciona por medio de receptor muy localizado, que es la nariz, pero a menudo con fuentes de emisión de olores difusa y difícilmente localizable.

Los olores son penetrantes e invisibles y capaces de resultar tan amenazadores como el veneno. Los olores nauseabundos tenían colgado el sambenito (una especie de saco) de transmitir enfermedades, son malos: fétido, hediondo, apestoso, nauseabundo o repulsivo; mientras que los buenos olores se le atribuían poderes curativos.

Freud en su “Civilización y sus descontentos” extrae consecuencias del sentido del olfato, que acompañaron al hombre en su paso de andar a cuatro patas a hacerlo erecto. Mantenerse en pie cambió la ubicación de la nariz con respecto a los genitales de los demás, pero sobre todo con relación a la entrepierna de las mujeres.

El oído es el sentido que desempeña el papel más insignificante a la hora de sentir asco, sin embargo se compensa a la hora de percibir lo molesto y exasperante. El sonido de los mosquitos, de la llave que gotea, los lamentos en forma de gemidos.

En cuanto al gusto, normalmente viene relacionado a la comida, es decir, a las cosas malas que nos llevamos a la boca. Experimentamos náuseas y vómitos no sólo a causa de las cosas que saben mal, sino que los malos olores, las imágenes visuales espantosas y los contactos repulsivos, puede causarnos el mismo efecto.

Lo asqueroso es algo extraordinariamente promiscuo y que está presente en todas partes. Cuando identificamos nuestro interior con el alma, los orificios del cuerpo se convierten en zonas extremadamente vulnerables que enseñan el peligro de dejar penetrar aquello que puede mancillarnos desde el exterior.

Podemos dividir los orificios en dos grupos según la función que desempeñen en el asco. El primero son las zonas erógenas, formado por los genitales, el ano y la boca; el segundo, los lugares donde se ubican órganos claves de los sentidos, como los ojos, los oídos y la nariz.

Veremos esto con detalles en la próxima entrega

*El autor es catedrático universitario.-

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