Errancia y creación (2 de 2)
Por Carlos Darío Sousa S.*
Los avatares del destino, sobre todo las condiciones económicas, hacen que tenga la necesidad de buscar nuevos horizontes. Esas circunstancias, unidas al derrotero que tomó su vida en México, lo hacen emigrar a la Argentina, donde ya gozaba de un enorme prestigio, carta de triunfo en el mundo intelectual argentino, aunque esa acogida despertara celos de otros profesionales, profesores de la misma asignatura que él enseñaba.
Poco a poco se va incorporando a su ritmo natural de trabajo, aunque el centro de sus preocupaciones eran su esposa, Isabel Lombardo Toledano, hija del destacado líder sindical, político y filósofo marxista, Vicente Lombardo Toledano, fundador del Partido Popular Socialista.
Ya estabilizado en Argentina, donde escribiría la casi totalidad de su obra lingüística y filosófica, escribe a su gran amigo Alfonso Reyes una aguda observación sobre la sociedad argentina: “Aquí no se cuenta sino en pequeñísima escala con las clases ricas para las cosas de América: los ricos son europeístas ..”
Centra su docencia en el Colegio Nacional de La Plata y en 1925 publica su conferencia “La utopía de América”, libro en el que está el contenido del americanismo que sustenta.
En 1926
aparecerá “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”. Estas páginas
resumen su madurez intelectual y existencial y definen al hombre de pensamiento
frente a la historia; “El ideal de justicia está antes que el ideal de cultura:
es superior el hombre apasionado de justicia al que sólo aspira a su propia
perfección intelectual”, adoptando el punto de vista de Martí. Perfilando la
especificidad americana dirá: “Nuestra América se justificará ante la humanidad
del futuro cuando, constituida en magna
patria, fuerte y próspera por los dones de la naturaleza y por el
trabajo de sus hijos, dé el ejemplo de la sociedad donde se cumple la
emancipación del hombre y de la inteligencia”. “La cultura salva a los pueblos”
El Crack o
la crisis del 1929, complica la vida de la Argentina, como casi todo el mundo
capitalista, aquella Argentina que el describía con dinero abundante y
estabilidad económica y política, se ha ido eclipsando. Soplan aires de fronda
al sentir los efectos de la recesión.
En esas
circunstancias tiene que duplicar su trabajo acompañado del desarraigo con el
que vive. Vuelve su vista a su país natal donde su hermano Max trabaja con
Trujillo y que en un momento ocupa la Secretaría de Relaciones Exteriores. Max
le envía un telegrama ofreciéndole la Superintendencia General de Enseñanza. En
diciembre de 1931 llega a la rada del Ozama
y es recibido con todos los honores por estudiantes, profesores,
intelectuales y autoridades.
Inicia la
organización del sistema educativo. Produjo ordenanzas destinadas a modernizar
la concepción del trabajo pedagógico, y pautó esquemas de prácticas educativas
acordes con la experiencia de los países donde había vivido.
Crea el
Consejo nacional de educación, ampliado con personalidades de la vida
intelectual dominicana, probablemente fue el artífice de la Ley General de
estudios, promulgada por Trujillo en 1932.
En junio de
1933 se marchó del país, envuelto en un silencio que lo acompañó por el resto
de su vida. Trujillo no perdonó el desplante, renunciarle a un cargo implicaba
una ofensa personal. Su hermano Max permaneció al servicio del régimen sujeto a
pruebas de fidelidad continua.
Regresa a la
Argentina, pero mantendría el código de silencio y eso permitiría que Trujillo restituyera algunos dones a su
familia, e inclusive le otorga una condecoración, que se atribuye por haber
firmado una carta, colectiva, en la que se pide el otorgamiento del premio
Nobel de la Paz a Trujillo.
Integrado en
la dinámica de vida académica y en el
debate, trabajará con las editoras Espasa-Calpe y Losada, pero sufre por su
status profesional, ya que para ser titular en las universidades era necesario
ser argentino, cosa a la que se niega, y muere siendo profesor de categoría
inferior a la que correspondía a sus méritos y nombradía internacional.
Trabaja como
profesor en La Plata y Buenos Aires, lo que contribuye a su agotamiento físico.
Cuando murió cargaba en su maletín con las notas del profesor abrumado y los
apuntes de clase de sus alumnos.
Su vuelta a
la Argentina después de su frustrado paso por Santo Domingo, lo volcó
frenéticamente hacia el estudio de su país. Desarrolló casi un compendio de sus
expresiones espirituales, abarcando los modos más característicos del ser
dominicano y profundizó la particularidad lingüística. Publica “La cultura y las
letras coloniales en Santo Domingo” y en 1941, “El español en Santo Domingo”.
Junto a
Borges compila una “Antología clásica de la literatura argentina” . Después
produce dos formidable síntesis de sus pensamientos y sus juicios críticos
sobre América que son “Las corrientes literarias en la América hispánica” e
“Historia de la cultura en la América hispana”. Estos dos libros son esenciales, pues con ellos se organizaron las periodizaciones de la historia de la literatura hispanoamericana y la historia de la cultura.
Publica
“Plenitud de España”, en la que plasma una visión aguda del valor de los clásicos de
la lengua, medievales e integrantes del Siglo de Oro.
El 11 de
mayo de 1946 toma el tren que se dirige a La Plata y se quedó viajando
eternamente esperado por sus alumnos y corrigiendo por toda la eternidad las
fichas de clases.
Así moría
P.H.U., en un tren poseído de la urgencia de nombrar las realizaciones
espirituales de un continente perdido en su propia virginidad expresiva.
Aferrado a un rigor moral, dueño de un insobornable sentido de la honradez y de
la justicia. Vivió errante y murió errante.
Gracias al profesor Mateo por introducirnos al conocimiento, también por su “El habla de los historiadores”, por las cartas de P.H. U., de ese conocido de nombre, no de sus realizaciones, de su dimensión como investigador, intelectual y creador, como ejemplo que hemos perdido en ese laberinto innecesario que crean nuestro dirigentes. Quizás algún día de estos podemos despertar en el vagón de sus sueños cargados de vergüenzas y dejemos de ver sólo un nombre, sino un gran dominicano.
*El autor es catedrático universitario.-
Muy buen insumo pa la memoria.
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