21 de septiembre de 2020

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO- Pedro Henríquez Ureña

Errancia y creación (1 de 2)

Por Carlos Darío Sousa S.*

Andrés L. Mateo nos brida la posibilidad en esta biografía de Pedro Henríquez Ureña, Pedro Nicolás Federico Henríquez Ureña, escrita en el 2001 y reeditada por UNAPEC, 2015, para celebrar sus cincuenta años, de acercarnos a la vida, obra y errancia del que sin lugar a dudas es uno de los investigadores más importantes nacido en nuestra patria, es “una cartografía angustiosa de su vida itinerante, un solitario marino intelectual, como él mismo se describía, y deja en el aire la formidable verificación de una existencia enteramente dedicada al estudio, el trabajo, el engrandecimiento personal y la entrega a los demás.

Nace en el Santo Domingo, que entonces “era apenas un tramado sinuoso de calles polvorientas”, el 29 de junio de 1894, en el seno de una familia cuya prestancia intelectual era ampliamente conocida.

Hay tres factores, señala el profesor Mateo, que hay que destacar: la circunstancia familiar, que entraña una verdadera oligarquía espiritual de la nación dominicana, el hecho de despertar el intelecto en un momento de grandes transformaciones sociales, y el influjo intelectual de las oleadas de inmigrantes que propiciaron las transformaciones del pensamiento que caracterizó la época.

La veladas culturales, tan queridas por muchos de los jóvenes de mi época, eran organizadas por la “Sociedad Amigos del País” –esta necesitaría un análisis complementario por su importancia en el mundo hispano – y la presencia de Salomé Ureña que participa declamando poemas escritos bajo el seudónimo de Herminia.

La muerte de Salomé afecta a la familia, pero pese a ese golpe el joven Pedro Nicolás es un proyecto que empieza a funcionar y paulatinamente se va convirtiendo en un referente y símbolo de la historia y la cultura hispanoamericana.

Por motivos políticos, en el gobierno de Ulises Heureaux, viaja a Cabo Haitiano, donde reside su padre Francisco Henríquez y Carvajal, desde allí viaja a los EEUU, donde dice su padre: “estudiando y recibiendo la influencia de una civilización superior”. Pedro nunca pensó que ese primer viaje fuera de la isla se iniciara la ya indetenible errancia. (Nota en pie de página dice el escritor mexicano Enrique  Krauze fue quien acuñó la expresión “el crítico errante”).

Pasa a Cuba. La Habana lo recibió entre luz y los colores del trópico. Estaba aturdido, se reincorpora a la maravilla del mundo caribeño comenzando a contrastar el gris de Nueva York con el resplandor de arco iris de las tardes habaneras. Sin embargo, la ciudad lo intimida, la encuentra vulgar, aplanada y de calles estrechas.

La familia Henríquez y Carvajal, por su relación con Martí y los aportes a la independencia le permiten estables y sólidas relaciones sociales. Máximo Gómez lo recomienda para un trabajo en una importante empresa.

Su hermano Max, que funda en Santiago de Cuba la revista “Cuba Literaria”, en la que publica versos, que él llama “postales”, y ensayos sobre música y crítica literaria. En el período envía colaboraciones a la revista “Cuna de América”. Colabora con la revista “La Discusión”, en la que publica trabajos tan importantes como “La sociología de Hostos” o el “Modernismo en la poesía cubana”.

Su estancia en Cuba la vivió contrastando su experiencia norteamericana, y el saldo fue negativo. Le parecía “chata la vida cultural y el mundo intelectual”. Había resuelto marcharse, no sabía dónde, pero su propia aventura intelectual lo empujaba, al final se decide por México.

El “crítico errante” inicia aquí, a partir de enero de 1906, su primera gran aventura en su errancia interminable. Ciudad México lo recibe con indiferencia.

Su primer libro había sido editado en 1905, en La Habana. Se llama “Ensayos críticos”, y es, aún hoy, una buena muestra de su erudición. Este libro lo situó rápidamente en medio de las corrientes del pensamiento hispanoamericano: En España, Menéndez y Pelayo saludó la aparición de un pensador original y profundo.

Su primera etapa mexicana dura de 1906 a 1914. Vive un momento importante para la historia de ese país, que se estremece en sus cimientos con la Revolución de 1910, pero es también una época en la se forman las figuras más notables de su cultura.

Para P.H.U., la cultura es un absoluto, y su concepción de “revolucionario” es cultural. Toda su idea de lo heróico es espiritual, no tiene nada que ver con lo bélico o con la toma del poder político. Ni siquiera con el poder factual, el poder económico.

El proceso de su formación se amplia mediante una lectura cada vez mayor de escritores que le hacen profundizar sus conocimientos. La amplia lista de títulos y nombres hacen imposible una referencia adecuada. Esa larga lista hace que se plantee aspectos sobre su propia educación. Pasa del positivismo de Hostos, que la había tenido por sus padres, su derrotero intelectual es de un héroe antipositivista.

Su vida en México no está exenta de polémicas, pues su imperativo ético determinará sus actos. Entra a formar parte del periódico “El anti-reeleccionista”, contrario al dictador Porfirio Díaz, que fue impedido de circular en el propio año de 1909.

El hoy famoso Ateneo de la Juventud se funda el 28 de octubre de 1909 y fue, desde el punto de vista del pensamiento político, el preámbulo de la Revolución mexicana de 1910. En su Diario hace esta referencia. “Se instaló anoche, en el incómodo Salón de Actos de la Escuela de Jurisprudencia, el Ateneo de la Juventud, inventado por Antonio Caso, formado por gentes de de diversas filiaciones políticas, pero todos juntos eran signo de los cambios que se había producido en el pensamiento.

En el marco de esa institución P.H.U. pronuncia su famosa conferencia sobre José Enrique Rodó, que abrió el ciclo del arielismo en el mundo americano.

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