Por José D. Sánchez
Ayer, al cumplirse el 50 aniversario del vil asesinato de Amín Abel Hasbún, no quise escribir nada ni conversar con él, como hago en cada aniversario de su fatídica muerte.
Tenía y quería
decir tantas cosas, que ofenderían a muchos, inclusive a quien escribe.
Preferí viajar y visitar su tumba en el cementerio de la Máximo Gómez y me convencí de haber hecho lo correcto y vi que no valía
la pena dar riendas al pensamiento y plasmarlo en palabras que leerían unos y a otros entrarían y saldrían por cualquier lado del cuerpo, pero jamás por el mínimo resquicio de la razón.Habían varias
comisiones de varios partidos y personas propias y extrañas, desperdigados,
cada quien con su acto y su bandera, sólo saludos de odio entre la mayoría,
escasos saludos sinceros y abrazos efusivos.
Policías a nuestro
alrededor paseando a pies o en motocicletas, grabando olímpicamente con sus
celulares a todos, cada paso, cada movimiento, sin que nadie se inmutara, sin
dolor y sin agravio aparente.
Los seguidores de Amín, por otro lado.
Los que decimos
honrar su memoria no somos capaces de dejar las contradicciones a un lado y por
unos esporádicos minutos de una hora, de un solo día del año, estar juntos y
reunidos por Amín y su legado internacionalista, camaraderil, amistoso y de
unidad, y al final cada uno aislado, frente a su última morada, nos atrevemos a
decir en alta voz:
AMIN POR SIEMPRE.
En la noche
peleando encarnizadamente con el sueño para estar despierto y poder ver una
película de Edzel Báez sobre el asesinato de Amín, quería ser testigo de qué nos traía el celuloide.
Al terminar de
verla, sin euforia, al borde de la rabia, quise decir tantas cosas malas sobre
la cinta, pero pude conciliar el sueño y hoy, rememorando lo pensado y lo pasado, sólo puedo dar la gracias al cineasta y decirle:
Por lo menos tú
hiciste algo para perpetuar la memoria de Amín y para que las nuevas
generaciones sepan de su existencia y de su alevosa muerte.
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