Por Rafael Hernández
Estamos en cuarentena y nosotros, personalmente, la estamos llevando al pie
de la letra, pues no queremos contagiarnos con virus alguno. Sabemos que de
algo vamos a morir, pero por eso no tenemos que exponernos a precipitar un
hecho que de todos modos sabemos que es inevitable, porque es una ley de la
naturaleza. No tengo miedo a morir, pero no veo por qué debo adelantar un
proceso, cuando todavía puedo aportar a los demás. No es cuestión de egoísmo,
es cuestión de dejar que la naturaleza continúe su curso, pues la naturaleza es
muy sabia.
Hace un siglo el país vivió una situación similar. A finales de 1918
e inicios de 1919, el país vivió la debacle de la
llamada “Fiebre
Española”, mejor conocida como “influenza”. En esos momentos estábamos
ocupados militarmente por los Estados Unidos. Entonces el país ni siquiera
tenía un sistema de comunicación que no fuera el Telégrafo, y una que otra
emisora de radio, que entraban del exterior y quizás en las principales
ciudades había un par de receptores de radios entre familias ricas o
acomodadas. O sea, que no era un medio popular todavía.
Las tres carreteras trazadas para cada región todavía estaban en
construcción y no teníamos ríos navegables, salvo parte del bajo Yuna, del Yaque
y en la costa sur, Ozama, Haina, Macoris, pero por trechos muy cortos que no
permitían pasar por ciudades y por naves ligeras y de corto tonelaje. Los
únicos ferrocarriles existentes estaban ya en decadencia, como el de La
Vega-Sánchez y el de Santiago-Puerto Plata, que se comunicaban ambos por ramales
a Moca. Estaban en decadencia, porque solo se les sacaba dinero y el
mantenimiento era solo el vital, sin renovación alguna ni visión de futuro para
modernizarlos y ampliarlos a otros puntos. El país recibía noticias diarias por
el cable internacional, especialmente por el Cable Francés y el Norteamericano
(All American Cable and Radio), el cual era utilizado por los periódicos y el
comercio importador y exportador del país.
Fue la primera Cuarentena general que vivimos por una pandemia. La gente
moría y los escasos médicos de entonces no daban abasto y teníamos escasos
hospitales formales, sino los de Campaña, asistidos por las tropas
norteamericanas. Morían y seguían muriendo, y había que pedir un “suero” a los
Estados Unidos para atender a los enfermos y los departamentos de Sanidad
de los Ayuntamientos y su médico sanitario, fueron los encargados de manejar el
problema y lo hicieron con una eficiencia extraordinaria. La Vega,
Santiago y todo el Cibao tenían que pedirlo por Puerto Plata y por ahí lo
recibían, e igual ocurrió par de años más tarde con la epidemia de viruelas.
Incluso, al pueblo que le llegaba más rápido el suero, le prestaba a los
vecinos hasta que ellos los recibieran, y les parecerá increíble que La Vega
tuvo que prestarle a la misma ciudad de Puerto Plata.
No se permitieron reuniones de más de tres personas, se cerraron los
mercados públicos, iglesias, restaurantes, hoteles, parques, bares, escuelas y
toda reunión que pasara de tres personas. Y dio mucho trabajo volver a abrir
las escuelas, porque todavía al año los padres temían enviar a sus hijos. En las
cárceles se tomaron las medidas preventivas de lugar, igual que en los
campamentos militares y cuarteles. La Guardia Nacional y la Policía Municipal
(única que existía) estaban en las calles haciendo cumplir la cuarentena y
cuando alguien moría se ocupaban de que fuese enterrado sin velorio para evitar
el contagio de los familiares. Con la influenza fue más suave, pero con las
viruelas, las carretas del Dpto. de Sanidad del Ayuntamiento, encargadas de
recoger la basura, fueron utilizadas para recoger los muertos y tirarlos en las
fosas comunes, sobre cuyos cadáveres tiraban cal viva para evitar que
trascendiera mucho el hedor y en algunos casos se procedió a cremar los
cadáveres.
Entonces las acciones de la Guardia y la Policía fueron muy efectivas y a
nadie se le ocurrió coger de relajo la Cuarentena. Parece que en el país hasta
que no vean los ríos de cadáveres, ciertos sectores no la tomarán en serio.
Cuando la influenza, era raro que en las comunidades rurales hubiera
cementerios, y entonces hubo que construirlos y más aún cuando las viruelas,
pues los cementerios de las ciudades se saturaron y hubo que iniciar la
construcción de otros muchas veces más grandes.
Ahora contamos con radio, televisión, cable, internet y cuantas
aplicaciones se han ido creando sobre la marcha, que a través de los celulares
y las computadoras nos mantienen plenamente informados. Entonces, hay quienes se
han dedicado a aterrorizar la gente y a dar recetas y supuestos especialistas
hablando o rebuznando porquerías que todo el mundo cree e inmediatamente
reenvía a todos sus contactos, y en el terror creado, la gente pierde la
capacidad de análisis y no se da cuenta cuando la están relajando. No
crean nada, analicen primero a ver porqué las burlas están a la luz del día,
les han metido cuco por todos los lados; no sean tan ingenuos, escuchen bien.
No hay remedio para esto, dejen de estar tomando nada, sigan las reglas de
higiene que es lo único que los salva y dejen los besos y abrazos para después,
que esa cercanía es la que contagia y mata por exceso de confianza, ya habrá
tiempo para eso.
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