Por Carlos J. Vidal Lassis
La vida no se acaba al dejar el cuerpo
físico, la naturaleza nos dice claramente que “nada se pierde, todo se
transforma”, por lo que es difícil que lo que anima y da identidad y ser al
cuerpo humano simplemente se desaparezca. Eso que se contiene y dirige nuestros
pasos y siente los sufrimientos y los gozos y crece continuamente y hasta se
pierde en la sinrazón y el desconocimiento de la realidad, que se supone, según
se ha establecido científicamente, reside en nuestro cerebro. Hay quienes dicen
que la glándula pineal es clave.
No descarta en nada que Dios esta detrás
de todo esto, somos su creación y no hay más que hablar, el que no lo considere
así, esta en su derecho de pensar como quiera.
El punto de reflexión en este tema es el
hecho de que lo que se transmite en la sangre, lo que se aprende en la Placenta
Maternal, lo que luego se aprende en la vida producto del interactuar en
el seno de nuestra familia, luego la escuela y la formación que nuestros padres
puedan tener, los familiares directos, los amigos y sus influencias, lo que
leemos, o quizás lo que vemos en una pantalla, sea de cine, de la TV o del
celular, todo eso nos define y crea nuestra personalidad y marca nuestra vida y
cómo la vivimos hasta el momento de “irnos”.
Lo que queremos hacer énfasis, es en que
también nosotros marcamos e influimos y formamos y ayudamos a definir a otros,
nuestros hijos, nietos y las generaciones por venir de la familia; cuando
hacemos lo que escogemos como medio de expresión o de vida, también influye y
marca y es de esperarse que siga por muchas descendencias.
De manera que siendo así, aunque nos
hayamos “ido” hasta siglos atrás, lo que trascienda de nosotros, sea por sangre
o por acciones de vida, estará ahí, vivo.
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