El asco no se compra en botica.
Pero quien se conduela de la desdicha del prójimo, no tendrá que comprarlo para
sentir ese nivel de repugnancia
frente a la reciente posposición, por
parte de las autoridades del Sistema Dominicano de la Seguridad Social (SDSS),
del inicio de la aplicación de la estrategia de atención primaria en salud.
Declararon que no hay dinero para hacerlo, pero sì para ampliar la cobertura de
medicamentos sòlo para el régimen contributivo. Al sumarle a esto la decisión de
aumentar los honorarios médicos, se cometió un despojo vandálico contra la
justicia social que amerita un severo castigo.
Esto así, porque las decisiones mencionadas no podrían ser más hirientes para los pobres. Mientras a ellos se le niegan los recursos para la implementación plena de la estrategia redentora, a los que menos necesitan se les asignan recursos para acolcharle aún más sus riesgos de salud. Y a los médicos se les aumentan sus ingresos cuando se conoce que son ellos, junto a los propietarios de clínicas privadas y las ARS, los que más obstaculizan el desarrollo y consolidación de la atención primaria. Estas decisiones traslucen una criminal negligencia del gobierno en la defensa de los intereses colectivos, postrándose genuflexo ante los intereses particulares.
Buscando garantizar el acceso
equitativo al sistema de salud, los
servicios aquí se organizan en dos niveles. El primero es un
“Nivel de Atención Primaria y Ambulatoria”, que responde al desafío de
universalizar el derecho a la salud. Un segundo “Nivel de Atención
Especializada” atiende a pacientes que requieren internamiento y cirugía. La
soslayada estrategia de atención primaria, elogiada como la
más importante transformación sanitaria en un siglo, se
considera el pilar fundamental del sistema nacional de salud y el que más
importa para la salud de los pobres. Está diseñada para que sus servicios sean
los más cercanos a la población, resolviendo las más frecuentes necesidades
básicas de atención (aproximadamente el 85% de los problemas de salud).
La cobertura del sistema de
salud revela el papel fundamental de la atención primaria. “La red estatal de
centros de salud está compuesta por unos 1,679 establecimientos que abarcan
1,450 centros del primer nivel de atención, 40 centros de diagnóstico clínicos
de atención primaria, y 189 centros especializados de atención en salud. Entre
estos se incluyen 13 hospitales regionales, 32 hospitales provinciales, 122
hospitales municipales y 19 hospitales de referencias.” Los entendidos
consideran que deberían existir unos 6,000 centros de atención primaria.
Las unidades de atención
primaria (UNAP) son el pilar básico del sistema de salud y consisten en
facilidades y servicios de salud que se asignan a un territorio definido y a
una población de entre 500 a 700 familias. Su objetivo es evitar, mediante la
asistencia, prevención, seguimiento y orientación adecuada, la visita directa a
un especialista o una emergencia. Sus servicios deben incluir educación,
vacunas y otras herramientas de prevención, consultas, análisis y otros métodos
diagnósticos, seguimiento y referimiento, cuando los pacientes necesiten acudir
a otros centros especializados. La mayoría de sus pacientes acuden por procesos
gripales, virales, diarrea, migrañas y dolores musculares.
El principal problema es que
las UNAP no están ofertando los servicios que debieran. “Debido al inadecuado
funcionamiento de las UNAP, las salas de espera y las emergencias de los
centros asistenciales del país se encuentran abarrotadas. Los especialistas
reciben hasta 40 pacientes en un día, que incluyen las personas que van sólo
por prevención, mientras las emergencias entre 1,500 y 3,000 al mes, lo que
hace que no se dedique el tiempo y la atención correcta que amerita el
ciudadano.” El 97% de las UNAP operan con personal mínimo compuesto por un médico,
una enfermera y un promotor especializados en salud familiar y comunitaria. Sin
embargo, el 58.8% de esas unidades son dirigidas por médicos pasantes, que, por
tales, “no tienen la autorización legal para ejercer la medicina”. En los
centros de atención primaria “no hay compromiso alguno de indicadores de
calidad, condiciones de trabajo del personal médico o de eficiencia de
servicio.”
“Para el año 2019, el presupuesto
asignado a los centros de atención primaria asciende
a unos RD$3,793.3 millones, lo que representa el 9.2% del presupuesto del
Servicio Nacional de Salud, revela el informe Atención
Primaria en Salud, divulgado por la Alianza
por el Derecho a la Salud (Adesa). Con relación al presupuesto total del
Ministerio de Salud Pública, el de los centros de atención primaria representa
el 4.6%, lo que significa que menos de cinco pesos de cada 100 son invertidos
en el primer nivel de atención, según el estudio.
”Todo esto se agrava, porque
el 911 ha incrementado la necesidad de un mayor número de UNAP.
La insuficiencia de recursos
para apuntalar la cobertura y calidad de los centros de atención primaria, se
aprecia mejor al ponderar los promedios regionales. “El atraso sanitario del
país se expresa en un bajísimo porcentaje del presupuesto para la salud pública
(menos del 2.0%), incluyendo la promoción y la prevención (menos del 5% del
gasto). En cambio, los países de la región invierten el 4.2 % de su producto
interno bruto (PIB), menos que el mínimo del 6 % recomendado por la OMS, con un
26 % dedicado al primer nivel de atención.”
Mantener carenciada a la
atención primaria, no solo representa una mangrina denegación de derecho para
los pobres. También empantana el desarrollo general del sistema de salud, porque
una buena atención primaria implica “profesionalización del personal de salud y
educación, sistemas de vigilancia epidemiológica más efectivos, mayores niveles
de cumplimiento de protocolos de salud y un fortalecimiento de la articulación
institucional en el sector”.
La olímpica declaración
del Ministro de Trabajo, de que no se aplica la estrategia de atención
primaria por falta de fondos, estimados por el en RD$600 millones mensuales, es
pues una malvada muestra de irresponsabilidad de parte de la clase política, que
equivale a un “pobrecidio”. La reciente “Autopsia
Fiscal” de Oxfam, al reportar que la corrupción en el gasto público representa un 1.1% del PIB, es ayuda suficiente para calificar como cobarde esa
soberbia negligencia. No es solo que algunos de los gastos más superfluos
–asignación a los partidos políticos, yipetas y canonjías de funcionarios,
etc.- podrían redirigirse, sino que para preservar su capital político y ordeñar
al Estado, también no acometen la tarea del Pacto Fiscal para aumentar las
recaudaciones.
Siendo la educación y la salud
los pilares fundamentales del desarrollo, la atención a la salud es un reto de
desarrollo que merece un esfuerzo nacional similar al del 4% del PIB para la
educación. Pero no hay que esperar a que esa meta nacional se logre. Con una
más apretada disciplina fiscal y una voluntad política para redimir a los
pobres, se puede hoy mismo asumir las responsabilidades de la atención primaria.
Vendiendo al Banreservas y/o algunos de los activos eléctricos de Fonper, también podrían solventarse las necesidades más inmediatas de la estrategia de
atención primaria.
Si el gobierno sucumbe a los
intereses creados que impiden la toma de las decisiones al respecto, los pobres
deben orquestar una masiva protesta que les niegue los votos que sus personeros
ansían en las próximas elecciones. Es la mejor forma de demostrar el asco
ciudadano por quienes aparentan solo ver lucro personal en las funciones
públicas. Es tiempo de que el telón moral que separa lo bueno de lo malo, trace
la línea de Pizarro.
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