Por José Domínguez Sánchez
Cuando vamos a realizar una
inversión, de las primeras cosas que tenemos en cuenta es la garantía que
nos ofrecen, luego vemos otros detalles en orden de importancia: tiempo
de garantía, costo del producto, posible vida útil, costo en el
mercado, intereses y cuotas, si la compra es a crédito, marca del
producto, seriedad de la empresa o tienda vendedora, origen de
fabricación, abastecimiento de piezas y hasta su pérdida de valor con los
años, entre otros.
Las empresas tomaban todo esto en consideración y
cada día y cada hora las dedicaban para mejorar sus productos y
trataban que el comprador se sintiera más que satisfecho, por ende,
buscaban recompensarlos más allá de lo esperado y hacían lo imposible
para que el producto final rindiera más de los años dado como garantía.
Todo quedó atrás como resultado de la obsolescencia programada, que es
la dueña y rectora del aparato productivo en todas las industrias y en
todos los países conocidos y por conocer.
Lo más lamentable del caso
es que la nueva generación y otras que la preceden, no se dan cuenta ni
mínimamente, de esta gran estafa a que estamos sometidos y mientras más
consumistas nos volvemos más estamos, ridículamente robados.
Ilustremos con algunos ejemplos:
Antes comprábamos zapatos, sin importar la marca, podíamos guardarlos y
hasta echarlos en el olvido y cuando los necesitábamos, les tumbábamos el
polvo acumulado, nos los poníamos y a disfrutar de su comodidad o
incomodidad y nos duraban muchos años aún con uso a diario.
Hoy
compramos zapatos, sin importar la marca, si los dejamos de usar por uno o
dos meses, cuando decidimos ponérnoslos es casi seguro que dejarán las zuelas, sino en la casa, en cualquier parte del trayecto y peor aún, su
durabilidad está preestablecida.
Las baterías tenían garantías
definidas el día de la compra, 6 meses, 1 año, 2 años, 5 años, pero estábamos
plenamente seguros que luego de vencida esa garantía, las íbamos a seguir
usando un largo tiempo más.
Eso era antes. Hoy no.
Cuando
nos dan 2 años de garantía es casi seguro que al cumplirse ese
período,no da más e irremediablemente tenemos que cambiarla.
Con las
ropas, un tanto igual, después de un tiempo de uso, sin importar las veces
lavadas, pierden el color, se rompen, se pudren y sin tomar en cuenta el
amor que le tengamos y lo mucho que nos gusta andar con ella puesta, se
echan a perder ante nuestra mirada impotente.
Con todos los
productos sucede lo mismo, todo está fabricado con su tiempo limitado, la
vida útil de todo lo que compramos viene de antemano con sus días de
caducidad a cuesta.
Con los equipos modernos, y sobre todo los que
vienen con software, es peor, los equipos eléctricos y electrónicos no van
más allá del tiempo preestablecido de uso.
Los teléfonos móviles, tablet, iPad, vienen con softwares de sacarlos de circulación cuando llega su tiempo de uso programado.
Cuando compramos un programa tenemos que comprar agregados varios
antivirus creados por la misma empresa que nos hace la venta, para poder
usarlos el tiempo que ellos nos establecen.
Y su reparación? Otra estafa, cuando hacemos el intento por repararlos nos vamos a dar
cuenta que dicho arreglo es más caro, casi siempre, que comprar un equipo o
aparato nuevo y tenemos que sumarnos en consumidores sin freno,
engañados.
A este límite de tiempo y de uso de todo lo que compramos. A tener que usar lo comprado y no poder guardarlo para uso posterior. Ese período de caducidad predeterminado. A que no podamos alargar la vida útil de lo que compramos.
A esa estafa que, deseándolo o no, estamos condenados, es a lo que hoy conocemos cómo: OBSOLESCENCIA PROGRAMADA.
Espero que nunca lleguen a controlar de este modo La Vida Humana.
Se que este escrito va a ser vedado y que tratarán de que no tenga amplia difusión por los grandes intereses que afectan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La Caracola agradece su disposición de contribuir con sus comentarios positivos, siempre basados en el respeto a los demás y en la ética de la comunicación popular.