Clásicos para la vida (1/2)
Por Carlos Darío Sousa S.*
Por Carlos Darío Sousa S.*
Nuccio
Ordine (Italia, 1958) propone “Una pequeña biblioteca ideal”. “Clásicos parea
la vida”, Acantilado. Barcelona 1917.
Decía Borges,
este argentino imprescindible, universal,
“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las
que he leído”, y es que los buenos libros nos transforman, leemos en la
contraportada, un pasaje, por breve que sea, puede despertar la curiosidad del
lector y animarlo a leer una obra que cambie su vida para siempre. He ahí el
poder de la literatura, que no sólo nos abre el horizonte, sino que deposita en
nosotros, de manera lenta, la clave para entender la vida.
Ordine es
profesor de literatura italiana en la Universidad de Calabria, ha sido profesor
invitado en centros como Yale, Sorbona, o en la Academia Rusa de Ciencias.
En esta
producción, Ordine nos invita a descubrir o recordar a algunos de los clásicos
de todos los tiempos, Platón, Rabelais, Shakespeare, Cervantes o Goethe. De
estos y otros tomaremos algunos pasajes.
Para el
autor, la enseñanza, la educación, constituyen una forma de resistencia a la
mercantilización de nuestras vidas, al temible pensamiento único. (Estoy
tentado a hablar sobre lo que ocurre en nuestro país, pero no tendría lágrimas
para llorar).
“Si no salvamos los clásicos y la
escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos”. Es el tema de la introducción, a lo
que agrega: “No hay que leer a los
clásicos para aprobar los exámenes”. Las grandes obras literarias, dice, o
filosóficas, no deberían leerse para aprobar un examen, sino ante todo, por el
placer que producen en sí mismas y para tratar de entendernos y de entender el
mundo que nos rodea.
Hago
referencia, ahora, a un aspecto que me concierne como profesor y es cuando
señala, que “La primera tarea de un buen profesor debería ser reconducir la escuela y la universidad a su función esencial,
no la de producir hornadas de diplomados y graduados, sino la de formar
ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de manera crítica y autónoma. (La negrilla es mía).
Yo estimo que
es razonable la proposición, pero hacer sociedades más cultas es una tarea, una
de las principales, del conjunto de la población y superando las estructuras
limitativas que imponen los ”políticos”. Al fin y al cabo, superar el
analfabetismo, incluyendo el politológico, o la capacidad de comprensión, es una
tarea para personas, dirigentes, que crean en la educación como medio de
superar las limitaciones y abocarnos al desarrollo.
En el título
“Montaigne: Demasiados libros sobre libros”, tenemos esto: ”Los clásicos nos ayudan a vivir. Tienen mucho que decirnos sobre el
<arte de vivir>y sobre la manera de resistir a la dictadura del
utilitarismo y el lucro”.
Los
clásicos, las escuelas, el arte de vivir. Marginados, por desgracia, en los
programas escolares en Europa, y de nuestro país ni hablar, los clásicos no
ocupan ya el lugar de honor que en otros tiempos tenían en la formación de los
ciudadanos. Referimos esto, pero en el recuerdo de la escuela, el latín nos
permitía una aproximación a la cultura clásica y saber de la existencia de las
declinaciones. También saber que El Castellano tiene un abecedario y que este
nombre proviene de las primeras letras del griego, Alfa y Beta. Griego y latín
son lenguas muertas, y como no, el utilitarismo de siempre con la pregunta:
¿para qué sirve estudiar lenguas muertas?. Eso es la quimera del mercado que no
ve negocio en eso…
No se puede
entrar en clase sin una buena preparación. No se puede hablar al alumnado sin
amar lo que se enseña. Una pedagogía rutinaria acaba por matar cualquier forma
de interés. Por ello, George Steiner tiene razón cuando nos recuerda que “una
enseñanza de mala calidad es, casi literalmente, un asesinato”. (En El País,
decía: “Estamos matando los sueños de nuestros niños”, “Si no crees en La
política, no te quejes si los bandidos te gobiernan”, “Estoy asqueado por mala
educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la
memoria”).
La vida de
un joven estudiante puede ser transformada de muchos modos: educando a los
alumnos en la legalidad, la tolerancia, la justicia, el amor al bien común, la
solidaridad humana, el respeto a la naturaleza y al patrimonio artístico, se
realiza en silencio y lejos de los focos, un pequeño milagro que se repite
cada día en cada escuela de cada país, rico o pobre, del mundo.
La
burocratización y los sistemas de evaluación es uno de los capítulos donde
trata este importante tema, en él nos dice cosas como “La tarea principal de la
escuela –y también de los estudios universitarios- debería ser ante todo hacer
entender a los jóvenes que no se acude al instituto o a la escuela para
conseguir un mero diploma, que uno se matricula en la universidad
exclusivamente para obtener un título.
La
asistencia a un instituto, o a un centro universitario, debería considerarse
sobre todo como una gran ocasión para aprender y para intentar hacerse mejor. La escuela parece ir en otra dirección.
Los actuales sistemas de evaluación no tienen en cuenta parámetros que deberían valorarse. Lo más probable que esto se deba a
la deriva empresarial de la enseñanza, que responde a las oportunidades que
demanda el mercado.
La
universidad, debería sobre todo educar a las nuevas generaciones para la herejía, animándola a tomar decisiones contrarias a la ortodoxia
dominante. En vez de formar pollos de engorde criados en el más miserable
conformismo, habría que formar jóvenes capaces de traducir su saber en un
constante ejercicio crítico.
Con dinero
se compra todo (incluyendo parlamentarios y juicios, poder y éxito, o poner,
por ejemplo, un Presidente) pero no el conocimiento: porque el saber es el
fruto de una fatigosa conquista y un esfuerzo individual, quemarse las
pestañas, que nadie puede realizar en
lugar nuestro.
La filología
es, en su acepción más alta -entrelazamiento con la filosofía, el arte y la
vida-, educación para la profundidad: enseñar a leer bien, es decir, lenta,
profunda, respetuosa, cuidadosamente, con cierta malicia y con las puertas
abiertas, con sensibilidad en la mirada y en el tacto.
Invertir en
enseñanza y en cultura significa educar a los jóvenes en el respeto a la justicia, en la
solidaridad humana, en la tolerancia, en el rechazo de la corrupción, en la
democracia, con el fin de mejorar el crecimiento económico y civil. Sirve para
combatir la corrupción y la evasión fiscal, amar el bien común y oponerse al
egoísmo galopante que prima en la sociedad actual.
Finalmente,
que los gobiernos cumplan con su parte. Que los docentes reencontremos, con
nuestro orgullo, el entusiasmo y la motivación necesarios para cumplir una
función educativa que no puede considerarse banal ejerciendo una profesión.
Por eso, es
necesario, preciso, partir de los
clásicos, de la escuela, de la universidad, de aquellos saberes injustamente
considerados inútiles –son vainas viejas- (la literatura, la filosofía, la
música –la cultura que es de muertos-, la investigación científica de base para
formar a las nuevas generaciones de ciudadanos.
*El autor es catedrático universitario.-
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