3 de septiembre de 2018

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO (Lunes 3 de septiembre, 2018)


Clásicos para la vida (1/2)

Por Carlos Darío Sousa S.*



Nuccio Ordine (Italia, 1958) propone “Una pequeña biblioteca ideal”. “Clásicos parea la vida”, Acantilado. Barcelona 1917.
Decía Borges, este argentino imprescindible, universal, “Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, y es que los buenos libros nos transforman, leemos en la contraportada, un pasaje, por breve que sea, puede despertar la curiosidad del lector y animarlo a leer una obra que cambie su vida para siempre. He ahí el poder de la literatura, que no sólo nos abre el horizonte, sino que deposita en nosotros, de manera lenta, la clave para entender la vida.
Ordine es profesor de literatura italiana en la Universidad de Calabria, ha sido profesor invitado en centros como Yale, Sorbona, o en la Academia Rusa de Ciencias.


En esta producción, Ordine nos invita a descubrir o recordar a algunos de los clásicos de todos los tiempos, Platón, Rabelais, Shakespeare, Cervantes o Goethe. De estos y otros tomaremos algunos pasajes.


Para el autor, la enseñanza, la educación, constituyen una forma de resistencia a la mercantilización de nuestras vidas, al temible pensamiento único. (Estoy tentado a hablar sobre lo que ocurre en nuestro país, pero no tendría lágrimas para llorar).


“Si no salvamos los clásicos y la escuela, los clásicos y la escuela no podrán salvarnos”. Es el tema de la introducción, a lo que agrega: “No hay que leer a los clásicos para aprobar los exámenes”. Las grandes obras literarias, dice, o filosóficas, no deberían leerse para aprobar un examen, sino ante todo, por el placer que producen en sí mismas y para tratar de entendernos y de entender el mundo que nos rodea.  


Hago referencia, ahora, a un aspecto que me concierne como profesor y es cuando señala, que “La primera tarea de un buen profesor debería ser reconducir la escuela y la universidad a su función esencial, no la de producir hornadas de diplomados y graduados, sino la de formar ciudadanos libres, cultos, capaces de razonar de manera crítica y autónoma.  (La negrilla es mía).


Yo estimo que es razonable la proposición, pero hacer sociedades más cultas es una tarea, una de las principales, del conjunto de la población y superando las estructuras limitativas que imponen los ”políticos”. Al fin y al cabo, superar el analfabetismo, incluyendo el politológico, o la capacidad de comprensión, es una tarea para personas, dirigentes, que crean en la educación como medio de superar las limitaciones y abocarnos al desarrollo.


En el título “Montaigne: Demasiados libros sobre libros”, tenemos esto: ”Los clásicos nos ayudan a vivir. Tienen mucho que decirnos sobre el <arte de vivir>y sobre la manera de resistir a la dictadura del utilitarismo y el lucro”.


Los clásicos, las escuelas, el arte de vivir. Marginados, por desgracia, en los programas escolares en Europa, y de nuestro país ni hablar, los clásicos no ocupan ya el lugar de honor que en otros tiempos tenían en la formación de los ciudadanos. Referimos esto, pero en el recuerdo de la escuela, el latín nos permitía una aproximación a la cultura clásica y saber de la existencia de las declinaciones. También saber que El Castellano tiene un abecedario y que este nombre proviene de las primeras letras del griego, Alfa y Beta. Griego y latín son lenguas muertas, y como no, el utilitarismo de siempre con la pregunta: ¿para qué sirve estudiar lenguas muertas?. Eso es la quimera del mercado que no ve negocio en eso…


No se puede entrar en clase sin una buena preparación. No se puede hablar al alumnado sin amar lo que se enseña. Una pedagogía rutinaria acaba por matar cualquier forma de interés. Por ello, George Steiner tiene razón cuando nos recuerda que “una enseñanza de mala calidad es, casi literalmente, un asesinato”. (En El País, decía: “Estamos matando los sueños de nuestros niños”, “Si no crees en La política, no te quejes si los bandidos te gobiernan”, “Estoy asqueado por mala educación escolar de hoy, que es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria”).


La vida de un joven estudiante puede ser transformada de muchos modos: educando a los alumnos en la legalidad, la tolerancia, la justicia, el amor al bien común, la solidaridad humana, el respeto a la naturaleza y al patrimonio artístico, se realiza en silencio y lejos de los focos, un pequeño milagro que se repite cada día en cada escuela de cada país, rico o pobre, del mundo.

La burocratización y los sistemas de evaluación es uno de los capítulos donde trata este importante tema, en él nos dice cosas como “La tarea principal de la escuela –y también de los estudios universitarios- debería ser ante todo hacer entender a los jóvenes que no se acude al instituto o a la escuela para conseguir un mero diploma, que uno se matricula en la universidad exclusivamente para obtener un título.

La asistencia a un instituto, o a un centro universitario, debería considerarse sobre todo como una gran ocasión para aprender y para intentar hacerse mejor. La escuela parece ir en otra dirección. Los actuales sistemas de evaluación no tienen en cuenta parámetros que deberían valorarse. Lo más probable que esto se deba a la deriva empresarial de la enseñanza, que responde a las oportunidades que demanda el mercado.

La universidad, debería sobre todo educar a las nuevas generaciones para la herejía, animándola a tomar decisiones contrarias a la ortodoxia dominante. En vez de formar pollos de engorde criados en el más miserable conformismo, habría que formar jóvenes capaces de traducir su saber en un constante ejercicio crítico.

Con dinero se compra todo (incluyendo parlamentarios y juicios, poder y éxito, o poner, por ejemplo, un Presidente) pero no el conocimiento: porque el saber es el fruto de una fatigosa conquista y un esfuerzo individual, quemarse las pestañas, que nadie puede realizar en lugar nuestro.

La filología es, en su acepción más alta -entrelazamiento con la filosofía, el arte y la vida-, educación para la profundidad: enseñar a leer bien, es decir, lenta, profunda, respetuosa, cuidadosamente, con cierta malicia y con las puertas abiertas, con sensibilidad en la mirada y en el tacto. 

Invertir en enseñanza y en cultura significa educar a los jóvenes  en el respeto a la justicia, en la solidaridad humana, en la tolerancia, en el rechazo de la corrupción, en la democracia, con el fin de mejorar el crecimiento económico y civil. Sirve para combatir la corrupción y la evasión fiscal, amar el bien común y oponerse al egoísmo galopante que prima en la sociedad actual.

Finalmente, que los gobiernos cumplan con su parte. Que los docentes reencontremos, con nuestro orgullo, el entusiasmo y la motivación necesarios para cumplir una función educativa que no puede considerarse banal ejerciendo una profesión.

Por eso, es necesario, preciso, partir de los clásicos, de la escuela, de la universidad, de aquellos saberes injustamente considerados inútiles –son vainas viejas- (la literatura, la filosofía, la música –la cultura que es de muertos-, la investigación científica de base para formar a las nuevas generaciones de ciudadanos.

*El autor es catedrático universitario.-                     

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