3 de noviembre de 2017

Murió Juancito el Billetero



Por Alejandro Santana

Juan Arias, un barahonero poco conocido por su apellido porque todos lo identificábamos como Juancito el billetero cuando nos referíamos a él.

Enfermo en un perredismo que si somos honestos, nunca le dio beneficio, su enfermedad política fue entendida por muchos de sus compañeros como locura.
Fue de esos dominicanos que cuando llegó la avanzada perredeista desde el exilio, con Ángel Miolán a la cabeza, se hizo militante eterno de esa doctrina.

Vivió toda su vida como perredeísta, vocero gratuito y por convicción, de muchos que llegaron luego de él, muchos años después a ese partido y en pocos años pasaron a ser dirigentes y acaudalados “líderes“, con  abultadas cuentas bancarias de muchos millones, no sólo en pesos dominicanos.

A Juan, el billetero, lo conocí hace tantos años, cuando yo era un niño, lo veía en las calles de mi ciudad vendiendo sus billetes, era su modo vivendi, llegó a ser parte de los sindicatos de Billeteros y Quinieleros, unos obreros sin seguro médicos ni de vida.

Como todo hombre honesto, hizo la casa que pudo con el sudor de su frente y el sacrificio de reunir centavo a centavo para lograrlo, no creo que nadie nunca le dio ayuda alguna.

Tratado con desdén por algunos de sus compañeros de partido que lo veían como un desfasado hombre de la política, militante y vocero de dictinas muertas. Así vivió, su accionar fue el Parque Central, la esquina donde está aún el local de su partido el PRD.

Donde tantas veces vibró de emoción escuchando los discursos de barricadas de los líderes gloriosos de su partido y donde tantas discusiones libró con aquellos que de alguna manera trataron de quitar gloria a su partido y a cualquiera de sus compañeros.

Lo conocí de toda la vida, a partir de mis once años, que fue cuando comencé a salir a las calles desde mi barrio Villa Estela, pero mi mayor vinculación con él fue cuando Hipólito Mejía  llegó al poder, ya no era billetero y estaba esperando una pensión de la Lotería Nacional.

Con Hipólito Mejía al mando, un compañero que lo conocía al dedillo, florecieron sus esperanzas de una pensión y siempre le escuchaba en la esquina de Japona,(Duarte con Padre Billini) hablar de esa esperanza.

Esperanza que al igual que la de El Coronel no tiene quien le Escriba, nunca se cristalizó. Salió Hipólito del poder y nada consiguió, pero siguió aferrado a su militancia perredista, soportó la burla de muchos hasta de sus supuestos compañeros, pero su dignidad fue más fuerte que la intentona de hacerlo desplomarse.

Juancito, fue así, fuerte, aferrado a sus convicciones y militancia política y no creo que alguna vez  discutiera con alguien que tratara de ofenderlo en persona, pero si lo hacía denostando a su partido, ahí si ahí sí, su espíritu revolucionario se manifestaba  y hasta te retiraba su amistad.

Hoy habrá solidaridad, reconocimiento a su militancia y honestidad, hasta lagrimas en los ojos de compañeros de algunos compañeros que las mieles del poder empalagaron sus cuentas, mientras que las de Juancito por ser un hombre honesto nunca recibieron un centavo porque si alguna vez tuvo cuentas bancarias nunca pasaron de dos cifras.

Vivió con lo que trabajó, con lo que el sudor de su frente le permitió guardar, hoy pudiera haber resolución municipal a favor de él, presencia en la ciudad de altos dirigentes del PRD, las campanas de mi ciudad pudieran sonar, alarmar al pueblo, que todos pregunten.

¿Por quién doblan las campanas de mi pueblo? y que alguien responda, ¡por  un hombre honesto que para honra de sus hijos, de su familia, su único defecto fue vivir aferrado a una doctrina y militancia política!

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