Por Alejandro Santana
Juan Arias, un barahonero poco
conocido por su apellido porque todos lo identificábamos como Juancito el
billetero cuando nos referíamos a él.
Enfermo en
un perredismo que si somos honestos, nunca le dio beneficio, su enfermedad
política fue entendida por muchos de sus compañeros como locura.
Fue de esos dominicanos que cuando
llegó la avanzada perredeista desde el exilio, con Ángel Miolán a la cabeza, se
hizo militante eterno de esa doctrina.
A Juan, el billetero, lo conocí hace
tantos años, cuando yo era un niño, lo veía en las calles de mi ciudad vendiendo
sus billetes, era su modo vivendi, llegó a ser parte de los sindicatos de
Billeteros y Quinieleros, unos obreros sin seguro médicos ni de vida.
Como todo hombre honesto, hizo la
casa que pudo con el sudor de su frente y el sacrificio de reunir centavo a
centavo para lograrlo, no creo que nadie nunca le dio ayuda alguna.
Tratado con desdén por algunos de
sus compañeros de partido que lo veían como un desfasado hombre de la política,
militante y vocero de dictinas muertas. Así vivió, su accionar fue el Parque
Central, la esquina donde está aún el local de su partido el PRD.
Donde tantas veces vibró de emoción
escuchando los discursos de barricadas de los líderes gloriosos de su partido y
donde tantas discusiones libró con aquellos que de alguna manera trataron de
quitar gloria a su partido y a cualquiera de sus compañeros.
Lo conocí de toda la vida, a partir
de mis once años, que fue cuando comencé a salir a las calles desde mi barrio
Villa Estela, pero mi mayor vinculación con él fue cuando Hipólito Mejía
llegó al poder, ya no era billetero y estaba esperando una pensión de la
Lotería Nacional.
Con Hipólito Mejía al mando, un
compañero que lo conocía al dedillo, florecieron sus esperanzas de una pensión y
siempre le escuchaba en la esquina de Japona,(Duarte con Padre Billini)
hablar de esa esperanza.
Esperanza que al igual que la de El
Coronel no tiene quien le Escriba, nunca se cristalizó. Salió Hipólito del
poder y nada consiguió, pero siguió aferrado a su militancia perredista,
soportó la burla de muchos hasta de sus supuestos compañeros, pero su dignidad
fue más fuerte que la intentona de hacerlo desplomarse.
Juancito, fue así, fuerte, aferrado
a sus convicciones y militancia política y no creo que alguna vez
discutiera con alguien que tratara de ofenderlo en persona, pero si lo
hacía denostando a su partido, ahí si ahí sí, su espíritu revolucionario
se manifestaba y hasta te retiraba su amistad.
Hoy habrá solidaridad,
reconocimiento a su militancia y honestidad, hasta lagrimas en los ojos de compañeros de algunos compañeros que las mieles del poder empalagaron
sus cuentas, mientras que las de Juancito por ser un hombre honesto nunca
recibieron un centavo porque si alguna vez tuvo cuentas bancarias nunca pasaron
de dos cifras.
Vivió con lo que trabajó, con lo que
el sudor de su frente le permitió guardar, hoy pudiera haber resolución
municipal a favor de él, presencia en la ciudad de altos dirigentes del
PRD, las campanas de mi ciudad pudieran sonar, alarmar al pueblo, que
todos pregunten.
¿Por quién doblan las campanas de mi
pueblo? y que alguien responda, ¡por un hombre honesto que para honra de
sus hijos, de su familia, su único defecto fue vivir aferrado a una doctrina y
militancia política!
En paz descanse mi primo
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