20 de noviembre de 2017

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO (Lunes 20 de Noviembre, 2017)



El Árbol de la Vida 
A Juanito en el recuerdo

Por Carlos Darío Sousa S.*

Hay que escuchar a las gentes, no, escucharlos no, sobre escucharlos sí; pues dime tú, Juan, Juanito y lo que relatas con tu Árbol de la Vida, siendo lo que eras, un niño o la vivencia de un niño, atemorizado y aterrorizado por la desobediencia o por lo que sea y que realmente viste, lo viviste y aún hoy 59 o más años después, lo sigues viendo y
reviviendo, contando, como lo haces ahora mismo, como si ese ahora mismo fuese ayer, como me lo dijiste hace años y ayer, aún ayer, me lo repetiste como si fuese ahora mismo, con los pelos de punta, para certificar la verdad de lo que me contabas, y los pelos de punta, igual como te ocurrió la primera vez que me lo contaste y al igual que hace tantos años, como él dice que ocurrió y se le siguen poniendo los pelos de punta.

Sí, Juan, Juanito, cuéntame otra vez, no para probar que lo que dices es verdad, igual a como me lo contaste ayer, igual que entonces, porque mi memoria lo tiene registrado por ahí de alguna de la mejor forma y ella quiere ver si sigue tan igual, no lo dudes, como entonces. A ver Juan, Juanito, cuéntamelo otra vez, como lo hiciste entonces, tócalo otra vez Charlie, cómo era el árbol de la vida y tu mundo en tus entonces 10 años, que te detenía sin poder andar y que en esos, tus 10 años, te abría la vida y el mundo en un horizonte que aún hoy sigue rodando como hace la intemerata de miles de años, “gira il mondo gira nel suo espacio infinito”, o como se escriba, gira el mundo gira en el espacio infinito, que aún hoy se convirtió en aviso al conocimiento, no el que se da en la lectura, en la escuela, sino el que da la vida, el que en el transcurrir de la adolescencia te encaminó, como en el aún así recodo de tu vida anduviste, como anduviste tantos días por La Calle Padre Billini, con tus manos y alforjas llenas de la esperando del pobre y del rico, que nunca se quedó en tus manos y mucho menos en tus bolsillos esa esperanza, que es sólo la ilusión que da la esperanza por algo que todos queremos tener para mejorar el futuro, el futuro material, el ahora mismo, el macuto de las faltas que vamos acumulando  porque así es la vida, y ella quiere que así sea, amén, que siga su ritmo de esperanzas, mirando así de reojo, buscando dónde está ese árbol de la vida, para ir a recostarte en su sombra, no a morir, sino a revivir la esperanza, como le pasó a Susana -Elizabeth Taylor- la hija del Senador de Georgia en la película El Árbol de la Vida, para retornar el futuro en un sentido fuera de los sin sentidos que te acurrucaron en el regazo del abuelo, al que cuidabas que se ablandaran las habichuelas, para que él, al volver dejando en el camino el sudor de su frente, recogiera en el viento el futuro que el árbol de la vida desparramaba en la campiña. Sí, Juan, Juanito, esa es la vida, esa que tú me cuentas que te abrió el mundo del temor que te acogotó los pies para que no avanzaras sobre ese árbol que entonces era como el del bien y del mal, el de las frutas más sabrosas, el de la ciencia del bien y del mal, como el que la vida y la historia que nos cuentan, no que nos relatan, que nos atemorizan, a veces, que nos convierten en navegantes de la historia , y tú en ese camino, en esos trillos sin rutas definidas, lo andabas, caminando, descalzo y llevando en andas esta historia como si fueran de hoy, de ahora mismo y con los pelos de punta, sabiendo que lo que viste es verdad y que hoy nadie te haga decir que fue simplemente una ilusión, no Gilberto Monroig, esto es hoy y es verdad, ese árbol de la vida estaba allí, plantado en medio del Prado, rodeado de otros miles del mismo tamaño, todos pequeños, esperando su turno, como hijos, para crecer y para transportarse como lo hace el viento, a otros confines, para llevar la esperanza que hoy, como si fuera ayer, ahora mismo, con los pelos de punta, me cuentas como si fuera cuando me lo contaste la primera vez, y como entonces, te creo, rotundamente te creo, que lo que viste fue como me lo contaste la primera vez, con los pelos de punta, como cuando te ocurrió.

Sí, Juan, Juanito, te creo, creo que viste el árbol de la vida, el árbol de la esperanza, y seguro que eso es la vida, viste el “Árbol de los filósofos”, porque es vegetativo. El Gran Árbol de los filósofos es su Mercurio, su Tintura, su Principio y su Raíz. Como decía El Cosmopolita, en su Enigma dirigido a los niños de la verdad, explica que fue transportado a una isla ataviada con todo aquello que la naturaleza produce de más precioso, y entre otras cosas dos árboles, uno solar y otro lunar, es decir, que uno de ellos produce oro y el otro plata. Recuerdas Juan, Juanito, cuando me hablabas de tus sueños, como si fuese ahora mismo, hoy, ahora, con los pelos de punta, como ayer, lo que querías para tu madre.

Sí, Juan, Juanito. El Árbol de la Vida está en el Génesis, está ahí desde el primer momento, desencadenando las desdichas sobre la humanidad “Díjose Yahvé Dios “He aquí al hombre hecho como uno de nosotros, conocedores del bien y del mal; que no vaya ahora a tender su mano al árbol de la vida, y comiendo de él, vida para siempre”.

Juan, Juanito, seguro que viste el Árbol cabalístico de la Vida, sí, el Árbol de la Vida que está en el Génesis, “Y plantó Jehová Dios un jardín en el Edén…hizo brotar de la tierra toda clase de árboles atractivos a la vista y buenos para comer; también en el jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal”. Sí, Juan, Juanito, eso fue lo que viste, tal como me lo dijiste ayer, y ahora, hoy, con los pelos de punta.

Sí, Juan, Juanito, el árbol de la vida, ese esquema simbólico que resume toda la ciencia iniciática, la doctrina de todos los iniciados. Ahí está todo. “Todo está ahí, todos los principios, todos los elementos, todos los factores con los cuales el Señor ha creado el mundo”. Sí, Juan, Juanito, eso fue lo que viste, tal como lo contaste el primer día, como me lo contaste ayer, como si fuera hoy, con los pelos de punta.

Sí, Juan, Juanito, para que sepamos que la relación entre la Cruz y el Árbol de la Vida es grande, para que sepamos que el Árbol de la Cruz pasa a ser Árbol de muerte, a ser Árbol de Vida en Cristo. Sí, para que sepamos que “El palo seco es una cara de la realidad posible, pero florece cuando da la Cara a Dios. La ley de la muerte se convierte en Ley de Vida”. Eso fue lo que te salvó la vida Juan, Juanito, cuando detuvo tu andar y te acogotó las piernas y te amarró los pies para que no andaras, para que no se cumpla aquello de “Cuidado con los que intentan tocar el Árbol de la Vida”. Y me lo cuentas como si fuera hoy, ahora, con los pelos de punta.

Sí, Juan, Juanito, me cuentas todo eso que te ocurrió hace años y aún hoy se te engreñan los pelos, me has contado tantas cosas en una sola, que me vienen a la mente tantas cosas relacionadas con árboles, que solo la cultura Universal, no importa la Latitud y la Longitud, llena espacios infinitos con cultos a los árboles, representando tantos símbolos que es imposible abarcar, pero siempre contemplando el “Poder benéfico de los espíritus de los árboles”. Porque sí, Juan, Juanito, hay árboles tocados por el rayo, árboles que son adornados con brazaletes, quemados en hogueras, los hay de culto, los hay de almas externadas en él, animados, sensibles, de los que se pide excusa por talarlos, amenazados, tratados como mujer preñada, animados por los muertos, plantados en las tumbas, de los demonios, los hay que hay que hacerle ceremonia para talarlos, están en los monumentos de Osiris y Dionisios, los hay que reciben transferencia de los males, los que curan enfermedades, los frutales fertilizados por mujeres para hacer llover, los vinculados a muertes violentas, a la resurrección, los hay que creen en Dios como el Ciprés, cuya sombra es alargada; sí, Juan, Juanito, todo eso que te digo y relato existe, porque existe el Árbol de la Vida, el que viste y viviste cuando apenas tenías 10 años y que me lo contaste como si lo siguieras viviendo, contando, como ahora mismo, como si ese ahora mismo fuese ayer, como me lo dijiste hace años y ayer, aún ayer, me lo repetiste como si fuera ahora mismo, con los pelos de punta igual, tal como te ocurrió la primera vez que me lo contaste y al igual que hace tantos años como me dices que ocurrió, y cómo se te siguen poniendo los pelos de punta.

*El autor es catedrático universitario.-

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