El Árbol de la Vida
A Juanito en el recuerdo
Por Carlos Darío Sousa S.*
Hay que escuchar a las gentes, no, escucharlos no, sobre
escucharlos sí; pues dime tú, Juan, Juanito y lo que relatas con tu Árbol de la
Vida, siendo lo que eras, un niño o la vivencia de un niño, atemorizado y
aterrorizado por la desobediencia o por lo que sea y que realmente viste, lo
viviste y aún hoy 59 o más años después, lo sigues viendo y
reviviendo,
contando, como lo haces ahora mismo, como si ese ahora mismo fuese ayer, como
me lo dijiste hace años y ayer, aún ayer, me lo repetiste como si fuese ahora
mismo, con los pelos de punta, para certificar la verdad de lo que me contabas,
y los pelos de punta, igual como te ocurrió la primera vez que me lo contaste y
al igual que hace tantos años, como él dice que ocurrió y se le siguen poniendo
los pelos de punta.
Sí, Juan, Juanito, cuéntame otra vez, no para probar que lo
que dices es verdad, igual a como me lo contaste ayer, igual que entonces,
porque mi memoria lo tiene registrado por ahí de alguna de la mejor forma y
ella quiere ver si sigue tan igual, no lo dudes, como entonces. A ver Juan,
Juanito, cuéntamelo otra vez, como lo hiciste entonces, tócalo otra vez
Charlie, cómo era el árbol de la vida y tu mundo en tus entonces 10 años, que
te detenía sin poder andar y que en esos, tus 10 años, te abría la vida y el
mundo en un horizonte que aún hoy sigue rodando como hace la intemerata de
miles de años, “gira il mondo gira nel suo espacio infinito”, o como se
escriba, gira el mundo gira en el espacio infinito, que aún hoy se convirtió en
aviso al conocimiento, no el que se da en la lectura, en la escuela, sino el
que da la vida, el que en el transcurrir de la adolescencia te encaminó, como en
el aún así recodo de tu vida anduviste, como anduviste tantos días por La Calle
Padre Billini, con tus manos y alforjas llenas de la esperando del pobre y del
rico, que nunca se quedó en tus manos y mucho menos en tus bolsillos esa
esperanza, que es sólo la ilusión que da la esperanza por algo que todos
queremos tener para mejorar el futuro, el futuro material, el ahora mismo, el
macuto de las faltas que vamos acumulando
porque así es la vida, y ella quiere que así sea, amén, que siga su
ritmo de esperanzas, mirando así de reojo, buscando dónde está ese árbol de la
vida, para ir a recostarte en su sombra, no a morir, sino a revivir la
esperanza, como le pasó a Susana -Elizabeth Taylor- la hija del Senador de
Georgia en la película El Árbol de la Vida, para retornar el futuro en un
sentido fuera de los sin sentidos que te acurrucaron en el regazo del abuelo,
al que cuidabas que se ablandaran las habichuelas, para que él, al volver
dejando en el camino el sudor de su frente, recogiera en el viento el futuro
que el árbol de la vida desparramaba en la campiña. Sí, Juan, Juanito, esa es
la vida, esa que tú me cuentas que te abrió el mundo del temor que te acogotó
los pies para que no avanzaras sobre ese árbol que entonces era como el del
bien y del mal, el de las frutas más sabrosas, el de la ciencia del bien y del
mal, como el que la vida y la historia que nos cuentan, no que nos relatan, que
nos atemorizan, a veces, que nos convierten en navegantes de la historia , y tú
en ese camino, en esos trillos sin rutas definidas, lo andabas, caminando,
descalzo y llevando en andas esta historia como si fueran de hoy, de ahora
mismo y con los pelos de punta, sabiendo que lo que viste es verdad y que hoy
nadie te haga decir que fue simplemente una ilusión, no Gilberto Monroig, esto
es hoy y es verdad, ese árbol de la vida estaba allí, plantado en medio del
Prado, rodeado de otros miles del mismo tamaño, todos pequeños, esperando su
turno, como hijos, para crecer y para transportarse como lo hace el viento, a
otros confines, para llevar la esperanza que hoy, como si fuera ayer, ahora
mismo, con los pelos de punta, me cuentas como si fuera cuando me lo contaste
la primera vez, y como entonces, te creo, rotundamente te creo, que lo que
viste fue como me lo contaste la primera vez, con los pelos de punta, como
cuando te ocurrió.
Sí, Juan, Juanito, te creo, creo que viste el árbol de la
vida, el árbol de la esperanza, y seguro que eso es la vida, viste el “Árbol de
los filósofos”, porque es vegetativo. El Gran Árbol de los filósofos es su
Mercurio, su Tintura, su Principio y su Raíz. Como decía El Cosmopolita, en su Enigma dirigido a los niños de la verdad,
explica que fue transportado a una isla ataviada con todo aquello que la
naturaleza produce de más precioso, y entre otras cosas dos árboles, uno solar
y otro lunar, es decir, que uno de ellos produce oro y el otro plata. Recuerdas
Juan, Juanito, cuando me hablabas de tus sueños, como si fuese ahora mismo,
hoy, ahora, con los pelos de punta, como ayer, lo que querías para tu madre.
Sí, Juan, Juanito. El Árbol de la Vida está en el Génesis,
está ahí desde el primer momento, desencadenando las desdichas sobre la
humanidad “Díjose Yahvé Dios “He aquí al
hombre hecho como uno de nosotros, conocedores del bien y del mal; que no vaya
ahora a tender su mano al árbol de la vida, y comiendo de él, vida para siempre”.
Juan, Juanito, seguro que viste el Árbol cabalístico de la
Vida, sí, el Árbol de la Vida que está en el Génesis, “Y plantó Jehová Dios un jardín en el Edén…hizo brotar de la tierra
toda clase de árboles atractivos a la vista y buenos para comer; también en el
jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal”.
Sí, Juan, Juanito, eso fue lo que viste, tal como me lo dijiste ayer, y ahora,
hoy, con los pelos de punta.
Sí, Juan, Juanito, el árbol de la vida, ese esquema
simbólico que resume toda la ciencia iniciática, la doctrina de todos los
iniciados. Ahí está todo. “Todo está ahí,
todos los principios, todos los elementos, todos los factores con los cuales el
Señor ha creado el mundo”. Sí, Juan, Juanito, eso fue lo que viste, tal
como lo contaste el primer día, como me lo contaste ayer, como si fuera hoy,
con los pelos de punta.
Sí, Juan, Juanito, para que sepamos que la relación entre la
Cruz y el Árbol de la Vida es grande, para que sepamos que el Árbol de la Cruz
pasa a ser Árbol de muerte, a ser Árbol de Vida en Cristo. Sí, para que sepamos
que “El palo seco es una cara de la
realidad posible, pero florece cuando da la Cara a Dios. La ley de la muerte se
convierte en Ley de Vida”. Eso fue lo que te salvó la vida Juan, Juanito,
cuando detuvo tu andar y te acogotó las piernas y te amarró los pies para que
no andaras, para que no se cumpla aquello de “Cuidado con los que intentan tocar el Árbol de la Vida”. Y me lo
cuentas como si fuera hoy, ahora, con los pelos de punta.
Sí, Juan, Juanito, me cuentas todo eso que te ocurrió hace
años y aún hoy se te engreñan los pelos, me has contado tantas cosas en una
sola, que me vienen a la mente tantas cosas relacionadas con árboles, que solo
la cultura Universal, no importa la Latitud y la Longitud, llena espacios
infinitos con cultos a los árboles, representando tantos símbolos que es
imposible abarcar, pero siempre contemplando el “Poder benéfico de los
espíritus de los árboles”. Porque sí, Juan, Juanito, hay árboles tocados por el
rayo, árboles que son adornados con brazaletes, quemados en hogueras, los hay
de culto, los hay de almas externadas en él, animados, sensibles, de los que se
pide excusa por talarlos, amenazados, tratados como mujer preñada, animados por
los muertos, plantados en las tumbas, de los demonios, los hay que hay que
hacerle ceremonia para talarlos, están en los monumentos de Osiris y Dionisios,
los hay que reciben transferencia de los males, los que curan enfermedades, los
frutales fertilizados por mujeres para hacer llover, los vinculados a muertes
violentas, a la resurrección, los hay que creen en Dios como el Ciprés, cuya
sombra es alargada; sí, Juan, Juanito, todo eso que te digo y relato existe,
porque existe el Árbol de la Vida, el que viste y viviste cuando apenas tenías
10 años y que me lo contaste como si lo siguieras viviendo, contando, como
ahora mismo, como si ese ahora mismo fuese ayer, como me lo dijiste hace años y
ayer, aún ayer, me lo repetiste como si fuera ahora mismo, con los pelos de
punta igual, tal como te ocurrió la primera vez que me lo contaste y al igual
que hace tantos años como me dices que ocurrió, y cómo se te siguen poniendo
los pelos de punta.
*El autor es catedrático universitario.-
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