Clásicos Vividos (2 de 2)
Por Carlos Darío Sousa S.*
De otros
autores expuestos por Micó, están, Ariosto, Góngora, Rubén Darío, Juan Ramón
Jiménez, Vicente Llorens, y un análisis titulado “Don Quijote en Barcelona”,
sobre el que no haré comentarios.
Sobre Ludovico
Ariosto, 1474-1533, poeta italiano, autor del poema épico “Orlando Furioso”, cuya primera edición es del 22 de abril de 1516,
y que llevaba años pensando en zurcir y desarrollar la trama inacabada
e inacabable del “Orlando
innamorato”, semillero de aventuras caballerescas para el ocio de los
ambientes cortesanos.
En la obra
se pueden establecer tres puntos en las que discurre: épico, amoroso y
laudatorio, aunque el texto está salpicado de aventuras que a veces se antojan
bufonadas.
Juan Ramón
Jiménez, Moguer, Huelva 1881- San Juan de Puerto Rico 1958, es de los poetas
que están presentes en mi juventud, y es que este español universal, premio Nobel
de Literatura de 1956, republicano, exiliado en Puerto Rico a raíz de la Guerra
Civil española, escribe aquella narración que recrea poéticamente la vida y
muerte del burrito Platero, del que no se puede olvidar aquello de “Platero es pequeño, peludo, suave, tan
blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los
espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal
negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente rozándola apenas,
las florecillas rosas, celestes y gualdas…lo llamo dulcemente ¿Platero? Y viene
a mí con su trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo
ideal.”
Su
producción poética es francamente de una variedad y fastuosidad enorme.
El capítulo
VIII, titulado “Rubén Darío a secas”, es otro de los vates que acompañan la
juventud de mi época. Sus obras fundamentales “Azul”, el comienzo de la
primavera, “Prosas profanas”, mi primera primavera y “Cantos de vida y esperanza”, que encierra
las esencias y savias de mi otoño, eran y son aun parte fundamental de nuestros
recuerdos encadenados a nuestros cuadernos
y a nuestros enamoramientos. Sonatina: “La princesa está triste…¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se
escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla
de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en su vaso, olvidada, se
desmaya una flor”.
Lo fatal: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y
más la piedra dura porque esa ya no siente, pero no hay dolor más grande que el
dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.
Hay dos
frases, cita Micó, inventadas por Lope de Vega, que parecen cortadas a la medida
de Rubén, pues él mismo aplicó la segunda a su instinto juvenil desbocado:
“Monstruo de naturaleza” y “potro sin freno”, Rubén, talentoso y desvalido,
lujurioso y pusilánime, veleidoso y obsesivo. Acabó abriendo con vigor inaudito
todas las puertas que parecían fatalmente cerradas desde su nacimiento en un
pueblito de un pequeño país alejado de los grandes centros culturales de su
tiempo, en el seno de una familia desestructurada (como se dice ahora) que se
sostenía sobre una débil red de medias verdades y en la que lo más sólido
parecía ser un apellido ficticio, eufórico y pegadizo, Darío, al que Félix
Rubén García Sarmiento (su verdadero nombre) acabó dando fama.
La voracidad
lectora, sigue Micó, de su infancia y adolescencia, atenta sobre todo a la
literatura francesa en boga, le puso en relación con las divisas del
decadentismo (corriente artística y filosófica), del parnasianismo (movimiento
literario post-romántico) y del simbolismo (movimiento literario. El mundo es un
misterio por descifrar); pero lo suyo no era idolatría ni intransigencia de converso, sino fe sincera en la
superioridad del arte y en la misión del artista.
Luis de Góngora,
Córdoba 1561-1627, poeta y dramaturgo. El título del capítulo es “Góngora y
unos perros muertos”. El más famoso epitafio a un perro es tal vez el que
escribió Lord Bayron, “Yacen aquí los restos de una criatura que fue
hermosa sin vanidad, fuerte sin jactancia, valiente sin temeridad…”.
Micó refiere
la cantidad de referencias a la “Fidelidad abnegada y heróica de los perros”
desde tiempos remotos, desde la antigua Grecia a los mejores autores latinos,
que también se acordaron de “las bestezuelas domésticas”, como es el caso del “Epitafio de la perra
Lidia de Marcial”: “Yo, criada entre
adiestradores del anfiteatro, una perra de caza implacable en el campo,
zalamera en la casa, era llamada Lidia, la más fiel a mi amo Dextro…”.
Góngora: “A
los ladrones ladré, al amante enmudecí: a mi amo agrade así, así a mi ama
agradé”. Quevedo en el Buscón dice. “Leal
el perro que miráis se llama, pulla de piedra al tálamo inconstante, ironía de
mármol a su fama. Ladró al ladrón, pero calló al amante; ansí agradó a su amo y a su ama: no le pises, que
muerde, caminante.
Para Góngora,
la tradición literaria representaba un
desafío. Lo que en el fondo pretendía era superar a sus maestros, y lo
consiguió con medios diversos: con invención, con ingenio, con imaginación.
De Vicente
Llorens, Valencia 1906-1979, me he leído dos libros, “Liberales y Románticos” y
“Memorias de una emigración. Santo Domingo, 1939-1945”. No voy referirme a
estos, ya que Micó habla de su relación con el autor. En otro momento trataré de
hablarles de estos libros.
“Podría decirse que Vicente Llorens y yo somos
del mismo pueblo. Podría decirse exagerando un poco, pero ya se sabe que la
exageración es una de las formas más deslumbrantes de la verdad. La verdad
descarnada es que ni él ni yo nacimos…. en el mismo pueblo”.
Habla de las
circunstancias en que lo conoció, con el margen de diferencia de edad, y del
primer trabajo que leyó, la introducción a “Cartas de España”, hay una edición
de Alianza 1977, de José María Blanco White (uno de los exiliados culturales en
Londres y que proponía la creación de una especie de Commonwealth similar a la
creada por los ingleses).
El tema del
exilio es recurrente en su bibliografía, del que dice en “El Retorno del
Desterrado”:“La vida del desterrado
apenas merece tal nombre. Rota, frustrada, vacía, fantasmal, está en realidad
más cercana de la muerte que de la vida, y esta sólo se sustenta en la
esperanza del retorno a la patria. En esa esperanza, estrecho y luminoso
portillo abierto hacia un mañana mejor, se concentra todo anhelo de vivir del
desterrado”.
Finalmente,
por toda la producción de los autores señalados podemos decir: “Todos ellos nos
enseñan que, por encima de lenguas, de fronteras y de modas académicas, hay
autores y textos del pasado que merecen ser vividos”.
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