18 de septiembre de 2017

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO (Lunes 18 de septiembre, 2017)



Clásicos Vividos (2 de 2)

Por Carlos Darío Sousa S.*
Resultado de imagen para clasicos vividosEn esta segunda parte de Clásicos Vividos, la producción literaria de José María Micó, hay otros personajes de la literatura que desconocíamos, a pesar de ser Premio Nobel de Literatura de 1975, quizás por ser autor circunscrito a una región o zona muy particular, es el caso de Eugenio Montale, Génova 1896, cuya principal obra fue “Huesos de Sepia”, “libro basado en la contemplación minuciosa y exacta de un mundo físico que deviene emblema metafísico. La atención del observador se proyecta sobre el paisaje, el mundo natural, la flora y la fauna de un pequeño punto del mapa, que reúne los trazos de una ciudad portuaria del Mediterráneo, del litoral de La Spezia, de la Cinque Terre, y en particular de Monterosso al Mare, donde el autor paso muchos veranos”.


Su poesía es definida como “hermética, austera, breve, de sinuosa síntesis, pero de gran apego a las cosas y los hechos. Su obra refleja la visión de la crisis del hombre contemporáneo”. Dice, “la poesía es una forma de conocimiento de un mudo oscuro que sentimos en torno de nosotros, pero que en realidad tiene sus raíces en nosotros mismos”.


De otros autores expuestos por Micó, están, Ariosto, Góngora, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Vicente Llorens, y un análisis titulado “Don Quijote en Barcelona”, sobre  el que no haré comentarios.


Sobre Ludovico Ariosto, 1474-1533, poeta italiano, autor del poema épico “Orlando Furioso”, cuya primera edición es del 22 de abril de 1516, y que llevaba años pensando en zurcir y desarrollar la trama inacabada  e inacabable del “Orlando innamorato”, semillero de aventuras caballerescas para el ocio de los ambientes cortesanos. 


En la obra se pueden establecer tres puntos en las que discurre: épico, amoroso y laudatorio, aunque el texto está salpicado de aventuras que a veces se antojan bufonadas.


Juan Ramón Jiménez, Moguer, Huelva 1881- San Juan de Puerto Rico 1958, es de los poetas que están presentes en mi juventud, y es que este español universal, premio Nobel de Literatura de 1956, republicano, exiliado en Puerto Rico a raíz de la Guerra Civil española, escribe aquella narración que recrea poéticamente la vida y muerte del burrito Platero, del que no se puede olvidar aquello de “Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Solo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y se va al prado y acaricia tibiamente rozándola apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas…lo llamo dulcemente ¿Platero? Y viene a mí con su trotecillo alegre, que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal.”


Su producción poética es francamente de una variedad y fastuosidad enorme.

El capítulo VIII, titulado “Rubén Darío a secas”, es otro de los vates que acompañan la juventud de mi época. Sus obras fundamentales “Azul”, el comienzo de la primavera, “Prosas profanas”, mi primera primavera y  “Cantos de vida y esperanza”, que encierra las esencias y savias de mi otoño, eran y son aun parte fundamental de nuestros recuerdos encadenados a nuestros cuadernos  y a nuestros enamoramientos. Sonatina: “La princesa está triste…¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el  color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en su vaso, olvidada, se desmaya una flor”.


Lo fatal: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pero no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.


Hay dos frases, cita Micó, inventadas por Lope de Vega, que parecen cortadas a la medida de Rubén, pues él mismo aplicó la segunda a su instinto juvenil desbocado: “Monstruo de naturaleza” y “potro sin freno”, Rubén, talentoso y desvalido, lujurioso y pusilánime, veleidoso y obsesivo. Acabó abriendo con vigor inaudito todas las puertas que parecían fatalmente cerradas desde su nacimiento en un pueblito de un pequeño país alejado de los grandes centros culturales de su tiempo, en el seno de una familia desestructurada (como se dice ahora) que se sostenía sobre una débil red de medias verdades y en la que lo más sólido parecía ser un apellido ficticio, eufórico y pegadizo, Darío, al que Félix Rubén García Sarmiento (su verdadero nombre) acabó dando fama.


La voracidad lectora, sigue Micó, de su infancia y adolescencia, atenta sobre todo a la literatura francesa en boga, le puso en relación con las divisas del decadentismo (corriente artística y filosófica), del parnasianismo (movimiento literario post-romántico) y del simbolismo (movimiento literario. El mundo es un misterio por descifrar); pero lo suyo no era idolatría ni intransigencia de converso, sino fe sincera en la superioridad del arte y en la misión del artista.


Luis de Góngora, Córdoba 1561-1627, poeta y dramaturgo. El título del capítulo es “Góngora y unos perros muertos”. El más famoso epitafio a un perro es tal vez el que escribió Lord Bayron, “Yacen aquí los restos de una criatura que fue hermosa sin vanidad, fuerte sin jactancia, valiente sin temeridad…”.


Micó refiere la cantidad de referencias a la “Fidelidad abnegada y heróica de los perros” desde tiempos remotos, desde la antigua Grecia a los mejores autores latinos, que también se acordaron de “las bestezuelas domésticas”,  como es el caso del “Epitafio de la perra Lidia de Marcial”: “Yo, criada entre adiestradores del anfiteatro, una perra de caza implacable en el campo, zalamera en la casa, era llamada Lidia, la más fiel a mi amo Dextro…”.


Góngora: “A los ladrones ladré, al amante enmudecí: a mi amo agrade así, así a mi ama agradé”. Quevedo en el Buscón dice. “Leal el perro que miráis se llama, pulla de piedra al tálamo inconstante, ironía de mármol a su fama. Ladró al ladrón, pero calló al amante; ansí agradó a su amo y a su ama: no le pises, que muerde, caminante.  
  

Para Góngora, la tradición literaria  representaba un desafío. Lo que en el fondo pretendía era superar a sus maestros, y lo consiguió con medios diversos: con invención, con ingenio, con imaginación.


De Vicente Llorens, Valencia 1906-1979, me he leído dos libros, “Liberales y Románticos” y “Memorias de una emigración. Santo Domingo, 1939-1945”. No voy referirme a estos, ya que Micó habla de su relación con el autor. En otro momento trataré de hablarles de estos libros.


“Podría decirse que Vicente Llorens y yo somos del mismo pueblo. Podría decirse exagerando un poco, pero ya se sabe que la exageración es una de las formas más deslumbrantes de la verdad. La verdad descarnada es que ni él ni yo nacimos…. en el mismo pueblo”.


Habla de las circunstancias en que lo conoció, con el margen de diferencia de edad, y del primer trabajo que leyó, la introducción a “Cartas de España”, hay una edición de Alianza 1977, de José María Blanco White (uno de los exiliados culturales en Londres y que proponía la creación de una especie de Commonwealth similar a la creada por los ingleses). 


El tema del exilio es recurrente en su bibliografía, del que dice en “El Retorno del Desterrado”:“La vida del desterrado apenas merece tal nombre. Rota, frustrada, vacía, fantasmal, está en realidad más cercana de la muerte que de la vida, y esta sólo se sustenta en la esperanza del retorno a la patria. En esa esperanza, estrecho y luminoso portillo abierto hacia un mañana mejor, se concentra todo anhelo de vivir del desterrado”.


Finalmente, por toda la producción de los autores señalados podemos decir: “Todos ellos nos enseñan que, por encima de lenguas, de fronteras y de modas académicas, hay autores y textos del pasado que merecen ser vividos”.


*El autor es catedrático universitario.-

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