Por Welnel Darío Féliz
Una mirada a lo
mucho que se escribe en la actualidad y de los que escriben sobre procesos
históricos dominicanos, sea en publicaciones, periódicos impresos o digitales o
por las redes sociales, nos lleva a reflexiones. Solo hay que navegar por
Internet y escribir cualquier tema en algún buscador para toparnos con cientos
de informaciones escritas por personas, con excepciones claro, que entremezclan
oralidad con datos secundarios y se
permiten analizar cualquier proceso,
llegando a sus propias conclusiones, en un insustentado y flaco servicio que
contribuye sí, pero al desconocimiento del pasado.
La historia se
considera una ciencia, aunque criticada por algunos como tal, lo que obliga a
observar métodos definidos y la metodología y técnicas adecuadas, que permitan
culminar un trabajo lo más cercano posible a lo científico, cuyas
características principales sean la sustentación en documentos primarios; la
fortaleza en secundarios; seguido por un pensamiento crítico y objetivo, así
como un conocimiento del proceso histórico regional y general. Aunar esos
elementos, acercan al investigador a un historiador.
La libertad de
escribir, como medio de expresión, es una vía que permite que cualquier persona
pueda abordar un tema histórico y comunicar sus ideas sobre él, maniquearlo
según sus concepciones y manejarlo a su antojo, sin preocuparse por observar
elementos básicos de la ciencia de la historia, sin tener, en realidad, un
conocimiento más allá del elemental, sin aplicar técnicas adecuadas que le
permitan llegar a conclusiones cercanas a la reconstrucción de los procesos
apegado a lo realmente acontecido, explicando causas y consecuencias. Muchos de
ellos son aupados y posteriormente se autodenominan o les denominan
historiadores. Basta levantarse un día, tal vez retirado ya o con inquietudes
por delante, y comenzar a escribir sobre algo, enseñarlo a un tercero, para
asumir una posición que normalmente lo da la cientificidad.
Si bien la
historiografía ha encontrado sus exponentes en profesiones que no son la historia,
principalmente en una época en que no existía, y aún ella impartiéndose, es
visible el respeto por la cientificidad de la tarea historiográfica,
principalmente en el uso de la fuente y el análisis historiográfico, que hoy en
día se pierde de vista por muchos de los que recurrentemente plasman palabras
para reconstruir momentos históricos.
No se trata de
que la libertad sea coartada en aquellos que pretenden escribir algo sobre
algún proceso histórico, sino que se asuma la conciencia plena de la responsabilidad
social que conlleva sentarse a escribir y publicar; que se mida el impacto en
la juventud de una comunicación incorrecta, sin fundamentos, principalmente en
una época en que el Internet se ha convertido en la fuente de información
principal para los estudiantes; que se piense en la desconstrucción de los
acontecimientos cuando se aborda un tema sin el debido cuidado y su efecto en
la identidad: que se reflexione sobre su propia condición y se madure su
posición frente a la generalidad.
La libertad de
escribir sobre historia, sin limitaciones previas de licencia para su
ejercicio, es una oportunidad para el desarrollo de investigadores,
historiadores y cualquier persona que aporte y contribuya a reescribir y
dilucidar los procesos de una manera más objetiva y apegada a los
acontecimientos y su verdad, que permitan contribuir a la construcción de una
sociedad conocedora de su pasado, con el objetivo de comprender el presente y
trabajar por un mejor futuro.
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