Historia de la cultura universal II
Por Carlos Darío Sousa S.*
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Si establecemos esas diferencias por razas o por
regiones, creencias, técnicas, ritos, códigos sociales, expresiones artísticas,
formas de alimentación, vestidos, estilos arquitectónicos, utensilios para
diferentes fines, caza, “agricultura”, etc., tendremos la oportunidad de ver
que esa “matriz” nos daría infinidad de combinaciones. Esa acuarela es, con
mucho, el mejor ejemplo de toda la memoria histórica de la raza humana.
Esa acuarela, esa complejidad de formas, ha
permitido la entronización del hombre sobre los demás seres vivos que habitan
en los confines más increíbles del mundo, al fin y al cabo, “los animales
pueden crear sociedades disciplinadas y orgánicas, pero nunca producen ese
objetivo único que es la cultura”. Esa es, pues, propia de nosotros, está
ligada a los procesos mentales del hombre.
Frans de Waal, en su interesante libro “El simio y
el aprendiz de Sushi” (Paidós, 2002), nos dice lo siguiente: “Solemos pensar
que únicamente los humanos disponemos de manifestaciones culturales libres y
sofisticadas, que varían en cada comunidad”. “Pero ¿qué ocurriría si los simios
(hay una diferencia entre simio y mono, ambos son primates. Los Orangutanes,
los gorilas, los chimpancés y los gibones son simios. Son como los monos, pero
no tienen colas. Los simios caminan más erguidos que los monos, aunque usan las
cuatro patas. Los simios son más grandes que los monos y poseen un cerebro más
desarrollado. Hay otras diferencias que van desde la gestación hasta donde
pasan su vida), reaccionaran ante situaciones diferentes con comportamientos
aprendidos mediante la observación de sus mayores (lo que se llama cultura), en lugar de utilizar el mero
instinto heredado genéticamente (lo que se llama natura)?
Los macacos japoneses aprenden de sus congéneres cómo
lavar papas en el mar, y las hembras chimpancés enseñan a sus crías cómo
utilizar correctamente piedras para partir nueces.
Estos escenarios hacen que se tambaleen nuestras
creencias ancestrales sobre lo que nos diferencia de los animales, a la vez que
desafía nuestra tendencia a ver los animales como seres sometidos a leyes
genéticas. Si los animales aprenden unos de otros de forma similar a como lo
hacemos nosotros, entonces los tenemos mucho más cerca de lo que pensamos. Creo,
además, que las investigaciones, en un futuro cercano, nos darán un mejor
conocimiento de la vida de los animales o si quieren, de los demás seres vivos.
Cada etapa de la vida tiene su encanto cultural. Cada
una de las civilizaciones que nos precedieron hicieron su aporte, contribuyeron
ciertamente con la plasmación de sus vivencias o con lo que
sociológicamente se ha venido a llamar
“comportamientos” y que hemos tomado del inglés, de lo que los norteamericanos
estadounidense llaman “behaviors”.
Hablamos entonces de que el ser humano, su raza, su
cultura, no tiene la exclusividad de la convivencia, pues en el tiempo, en la
naturaleza y en la historia, se podía dar, no importa la distancia y el tiempo,
las mismas inquietudes o expresiones que al final podían parecer comunes.
La edades de Cobre, del Bronce y del hierro, y anteriormente
las de las piedras talladas y las pulimentadas, fueron etapas propias de la
evolución del “hombre” y aún y cuando podemos establecer la continuidad, la
solución de continuidad de ellas, no nos cabe la menor duda de que respondían no sólo a criterios evolutivos,
sino también, a la real posibilidad de la interconexión de “gen” y tribus, sin
límites geográficos.
Pensar que el hombre –el ser humano- era un ser
estático, asentado, en esos períodos, nos es difícil. Sabemos que eso ocurre en
un momento determinado de su “historia” y que pese a ello tenían que darse las
condiciones propias y características de esa evolución.
La cultura, pues, no es el producto simple de un
momento, es la resultante de un proceso, de la acumulación de experiencias, en
lo que toda una serie de factores se irán dando, se irán formando hasta llegar
a ellas, aunque tengan rasgos comunes en su conjunto.
En este sentido, existen dos teorías clásicas que
tratan de explicar el acontecimiento: La primera es la de ELMO ROPPER, que
lleva por nombre “CÍRCULOS CONCÉNTRICOS”, y la segunda, la de ARNOL TOYNBEE, que la llama “ENFRENTAMIENTO DE DOS ONDAS
EXPANSIVAS”. Podíamos añadir una tercera y es la que exponen ALVIN Y HEDI
TOFFLER, en “LAS GUERRAS FUTURAS”.
La primera sostiene que “las ideas se expanden en
forma de círculos. Parte de un maestro pasa a sus discípulos directos y de
ellos va pasando por distintos “relais” (relevos) y llegan a la base de la
sociedad donde se emitió. “Con las civilizaciones sucede algo semejante. Se
expanden en todas direcciones, también en forma de círculos concéntricos”.
La cultura griega es un buen ejemplo y su “relais”,
encargado de difundirlo, y lo fue en un vasto y organizado territorio, fueron
los romanos. Comenzaron por adoptarla y luego hacerla suya.
La civilización grecorromana es una “energía
espiritual”. Surge en Grecia y desde ahí se expande en forma de círculos
concéntricos en todas direcciones del humano confín. Al irse filtrando al
través de un medio resistente, se va tornando cada vez más débil. En los
territorios aledaños y en el caso de la literatura, ocurrió lo siguiente: Al
ser la honda tan potente se impone donde llega. Cuando los autores locales
escriben, no sólo lo hacen al estilo griego, sino también en la lengua griega.
Todavía en el siglo IV de nuestra era, los
Capadocios (región de Anatolia, en Turquía) en su producción literaria
escribían en griego. En ese momento, la onda de influencia griega estaba
llegando a su país. Un siglo después, cuando esa honda penetra más lejos y
hacia el Este, y arriba a Siria y Armenia, la distancia la ha debilitado. En
consecuencia, se pierde la lengua griega, pero se escribe con la preceptiva
griega.
*El autor es catedrático universitario.-
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