14 de febrero de 2016

Gloriosas Luchas Independentistas

Por Luis Homero Lajara Solá*
“Para merecer el respeto es necesario la consagración al deber”.
-Gregorio Luperón-
Gloriosas luchas independentistas  Este 27 de Febrero los dominicanos conmemoramos el 172 Aniversario de la Independencia Nacional. Rememorando los hechos y circunstancias que dieron lugar a esta gloriosa epopeya, puedo percibir que hay muchos  dominicanos que de manera simplista, creen todavía que para ser una nación libre e independiente con  una bandera, un escudo  y un himno que representan la “identidad nacional”, sólo se
requirió el  trabucazo de Mella en la Puerta de la Misericordia, ante cuyo estruendo los haitianos huyeron despavoridos a donde pertenecen, al lado Oeste.
Por esta preocupación, me he permitido revisar los apuntes del historiador nacional y testigo presencial, don José Gabriel García, y ahí vemos que dividió la guerra  por nuestra independencia en cuatro campañas militares, que son: Primera Campaña, año 1844; Segunda Campaña, año 1845; Tercera Campaña, año 1849; y la Cuarta Campaña en los años  1855-56.
Para los que no recuerdan o conocen del tema, fue el 13 de marzo de 1844, dos semanas después de proclamarse nuestra Independencia, cuando ocurre nuestro bautizo de fuego en defensa de la dominicanidad, con la Batalla de Fuente de Rodeo, en Bahoruco, bajo la guía de los comandantes Fernando Tavera, y sus segundos, Vicente Noble y Dionisio Reyes,  donde derrotan a las   tropas haitianas mejor armadas al mando del coronel Brouard. A esta victoria siguieron otras dos, el mismo día 13, en Cabeza de las Marías, cerca de Neiba, y el  día 18, en Las Hicoteas, cerca de Azua. En estas primeras batallas, los dominicanos enfrentaron a tropas haitianas mejor entrenadas, más numerosas y con mayor potencia de fuego.
De la misma manera que los griegos siguieron a Ulises a los muros  de la fortaleza de Asgard, que los mortales llaman Troya en aquella lejana epopeya (La Guerra de Troya), de esa misma manera los dominicanos siguieron al general Pedro Santana a la ciudad de Azua, para librar la Batalla del 19 de Marzo, cuya victoria, junta con la de Santiago, el día 30, liderada por el general José María Imbert y el comandante Fernando Valerio,  aseguraron  la Independencia Dominicana. Al mes siguiente, el 15 de abril, se libró la Batalla Naval de Tortuguero, en Azua, en donde, al salir victoriosa la marina militar dominicana, nuestras fuerzas lograron el control de los mares del Sur.
Durante la Segunda Campaña, en el 1845, cuando las incursiones de las huestes haitianas intentaban revertir la realidad de nuestra independencia, el general José Joaquín Puello, emulando a Aquiles en el blandir de su sable, derrotó a los haitianos en el Sur en la Batalla de La Estrelleta, en Elías Piña, el 17 de septiembre. En el norte, específicamente en Dajabón, el general Francisco Antonio Salcedo, derrotó a las tropas haitianas en la Batalla de Beller, el 28 de octubre. Por su parte, la flotilla dominicana, comandada por el coronel Cambiaso, durante la noche anterior a la batalla, atacó  a Fort Liberté, siendo esta operación naval  casi  providencial, que devino en un resultado maravilloso, pues temiendo el gobernador de Fort Liberté  que se tratara de un desembarco, detuvo una poderosa columna que iba a reforzar la guarnición haitiana del Fuerte de Beller, construido por los haitianos, al cual habían  bautizado  con el nombre de  “El Invencible”.
La Tercera Campaña se inicia después de una retirada forzosa de 4 años por parte  del adversario del Oeste, el cual, aprovechando las luchas internas y las divisiones  entre los dominicanos, intentó  hacerse nueva vez con el poder político y militar, por lo que se retoma  el combate con la Batalla de El Número, bajo el mando del legendario general Antonio Duvergé, acaecida el 17 de abril de 1849 en Azua, complementada con la Batalla de Las Carreras, el 23 de abril de 1849, también en Azua, en  las inmediaciones del río Ocoa. Allí, cuando  las tropas invasoras intentaban cruzarlo, fueron repelidas por la estrategia militar y el coraje  del ejército libertador con la espada, entonces gloriosa,  del general Pedro Santana, deteniendo el avance de los haitianos a Santo Domingo,  para preservar la bandera nacional.
Fracaso del invasor
La Cuarta y última campaña se inició con otra oleada  fracasada de las hordas invasoras, en San Juan de la Maguana, el 22 de diciembre de 1855, con la Batalla de Santomé, donde se inmortalizó el bravo general José María Cabral. Ese mismo día, pero en Neiba, se produjo la Batalla de Cambronal, bajo la conducción del general Francisco Sosa,  por lo que fueron llamadas “batallas gemelas”. El ocaso bélico del invasor haitiano se produce en la batalla más grande de Centroamérica: Sabana Larga, en Dajabón,  el 24 de enero de 1856. En la zona principal de batalla (ZPB), el enemigo sufrió aproximadamente 2,000 bajas, sin contar los heridos que luego murieron en los montes. En Sabana Larga a los haitianos se les habló bajo la “ley del sable”, único idioma que han entendido. Con esta contundente  derrota militar, que fue conducida brillantemente por el general Juan Luis Franco Bidó, los haitianos perdieron su capacidad de combate, consolidándose con ello la dominicanidad que algunos en la actualidad no quieren valorar.
Por eso, como ya los haitianos no  pueden volver a combatirnos  con las armas,  ahora atacan con una invasión pacífica por la frontera,  y ejerciendo una  diplomacia aviesa, ladina y constante, continuando con los mismos fines perversos  de antaño, recibiendo en esta nueva lucha  la misma derrota demoledora, aunque ahora peleada  en un campo de batalla legal, donde se  tocó zafarrancho de combate con el   trabucazo  del honorable Tribunal Constitucional de la República Dominicana, con su histórica sentencia No. 168-13, cual escudo impenetrable de la soberanía nacional como estandarte.
Esta epopeya bélica, llevada a cabo por dominicanos genuinos que fueron guiados siempre solo por amor a la patria, debería servir de ejemplo, compromiso e inspiración  a los hombres de uniforme  y a los demás servidores públicos que, con argumentos obtusos,  premian  afrentas al ideario duartiano, para que honrando a estos próceres, preserven con su accionar la dignidad dominicanista y el imperio de la ley,  manteniendo nuestros símbolos y tradiciones, reflexión que aplica también a la sociedad civil , donde a  veces  se asumen posturas que debilitan la identidad nacional,  junto con los orcopolitas que disfrazados de mansas ovejas marca ONGs, quieren convertir la palabra nacionalismo en un término  decimonónico, menos entre las naciones poderosas, y tienen el descaro de pretenden  que absorbamos, injustamente,  la miseria, enfermedades y debilidades sociales de los vecinos del Oeste. En ese sentido incluimos a los extranjeros que opinan sobre nuestro tema migratorio, sin ni siquiera tener idea de nuestra gloria inmarcesible librada en los dominios de Marte.
Hay que enseñar historia
Entiendo y siento que para elevar el fervor patriótico debe  conocerse a fondo  la historia, comenzando con una verdadera educación cívica en las aulas, incluyendo, como regla obligada, todo lo relacionado con nuestros símbolos patrios. En ese tenor, me permito referir el caso del himno nacional dominicano, el himno de José Reyes y letras de  Emilio Prud’Homme, cuyo estreno tuvo lugar el 17 de agosto de 1883, en el gobierno de Ulises Heureaux (Lilís), en los salones   de la Logia Esperanza, de la calle Mercedes No.4. La orquesta que tuvo el honor de tocarlo estaba dirigida por el maestro Manuel Martínez.
El 30 de abril del año 1897, el diputado Rafael Martínez, presentó ante el Congreso Nacional una moción para lograr la oficialización del himno, hecho trascendente que se logró  en otro  gobierno dictatorial, el  de  Trujillo, con la Ley  No. 700 del 30 de mayo de 1934, fecha coincidente con su final sangriento  27 años más tarde. En el año de 1935, el legislador  Telelésforo Calderón, apoyado por Francisco Álvarez Almánzar, propuso  que la quinta estrofa del himno nacional se modificara para insertar en la misma una lisonja al entonces llamado benefactor de la patria.
En ese contexto, el Artículo 97 de la Constitución de la República votada en el 1966, dice: “El Himno Nacional es la composición musical consagrada por la Ley No. 700, de fecha 30 de mayo de 1934, y es invariable, único y eterno”, siendo ratificado en la reforma constitucional del 2010, donde   se señala a  los autores de su letra y música, estableciendo  en su  Artículo 33.- Himno  Nacional. “El Himno Nacional es la composición musical de José Reyes con letras de Emilio Prud¥Homme, y es único e invariable”. Parte de estos  datos, no menos interesantes, fueron recopilados por el dramaturgo Franklin Domínguez en su libro: “Prud’Homme La Historia de una Canción”, ganador del  Premio Nacional de Teatro Cristóbal de Llerena, 2014.
Dominicanos, este 27 de Febrero al conmemorarse un aniversario más  de la Independencia Nacional, fruto de nuestras  gloriosas luchas independentistas, vamos, unidos,  a enarbolar henchidos de orgullo,  en lo más alto,  el Pabellón Nacional en cada hogar, oficina y edificios públicos,  en tributo eterno a nuestros próceres, quienes nos legaron una nación libre e independiente , y como dice una estrofa de nuestro himno nacional: Que si dolo y ardid la expusieron/De un intruso señor al desdén/ !Las Carreras! ¡Beller!, campos fueron / Que cubiertos de gloria se ven.
¡Dios, Patria y Libertad ¡ ¡Viva la República Dominicana!
*El autor es miembro fundador del Círculo Delta  fuerzadelta3@gmail.com

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