Por Carmen Imbert Brugal
Trágico
destino el del forjador de la patria, quizás como el de la patria misma. De
prócer a perseguido. Encarcelado y expulso. Ignorado, olvidado, despreciado,
como peor condena.
Inclemente
ha sido la posteridad con el patricio. Su logro luce arrebato. Se diluyó el
esfuerzo frente al embate certero de los conservadores y de la cobardía de
allegados, antes trinitarios después traidores y pusilánimes, oportunistas sin
prebenda, sitiados por el miedo y el asombro de una epopeya con nombre de
República Dominicana. La contemporaneidad manipula su estampa. Los interesados
en la distorsión omiten, añaden, retuercen. Se quedan con el exilio y la
tristeza, con la desolación y la miseria.
Zarandean
su lucha, la denuestan. Fue accidente, tal vez ficción. El clamor del equívoco.
No hay arrojo en su biografía porque esconden contexto y detalles, arremetidas,
intereses y soportes. Demeritan los antecedentes del 27 de febrero de 1844,
para negar la estrategia del político que fue.
Roberto
Cassá, historiador, asevera que La Trinitaria tuvo impronta única. “Es el
primer agrupamiento revolucionario animado por una doctrina política, con un
programa y un sistema de organización. Su razón de ser estribaba en plasmar el
objetivo que había predicado Duarte, derrocar el dominio haitiano para fundar
un Estado independiente”. (R.Cassá. Padres de La Patria. AGN).
El
proyecto de Constitución del fundador de la República revela sus convicciones.
“La Ley no reconocerá más nobleza que la virtud, ni más vileza que la del
vicio, ni más aristocracia que la del talento, quedando para siempre abolida la
aristocracia de sangre”.
“El
gobierno deberá ser siempre y antes de todo, propio y jamás ni nunca de
imposición extraña bien sea esta directa, indirecta, próxima o remotamente. Es
y deberá ser siempre popular en cuanto a su origen, electivo en cuanto al modo
de organizarle, representativo en cuanto al sistema, republicano en su esencia
y responsable en cuanto a sus actos’’.
Destino
inconcebible el del vástago del gaditano José Duarte Rodríguez y Manuela Díez
Jiménez, descendiente de español y criolla. La gloria para él fue fugaz. 203
años después de su nacimiento, blasón tienen sus verdugos, no él. Preferible
seguir a Santana, a Báez. Rentable y chic, cotizar la patria. Mejor cuando la
soberanía es antigualla y hay protectorados sin camuflaje, con certeras
acometidas. Desdén hubo antes y ahora más. Orcopolitas redivivos cuestionan la
identidad. Es pecaminoso el patriotismo y suspicaz la exaltación del prócer.
Duarte, continúa Cassá, fue “radical en las ideas y en la acción. Y esto lo
llevó a combatir, intransigentemente, a los conservadores, partidarios de
anexar el país a una potencia extranjera”. Hoy, su evocación provoca más mofa
que alusión al decoro. La mayoría repite: Duarte la autopista y el peso, Duarte
la calle y la avenida. Duarte peluquería, banca de apuesta, compañía de transporte
y liceo. ¿Quién sigue matando su memoria? La respuesta estremece cuando se
recuerda que su única pasión fue “la patria libre, en paz, su única ilusión, el
bien y la justicia para todos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La Caracola agradece su disposición de contribuir con sus comentarios positivos, siempre basados en el respeto a los demás y en la ética de la comunicación popular.