Estuvo 13 años en estado vegetal
Martin Pistorius, a los 12
años, regresó de la escuela a
su casa en Sudáfrica con un picor en la garganta.
Lentamente fue perdiendo la movilidad y al final se quedó sin voz, según la
crónica del diario El Mundo. Dio positivo en las pruebas de la meningitis
criptocócica y de la turberculosis, pero nunca hubo un diagnóstico definitivo,
ni la menor esperanza de recuperación. Su muerte, eso dijeron, era cuestión de
meses. Pasaba todo el día con los ojos entreabiertos y en estado vegetativo. Una extraña infección cerebral lo tenía inmóvil y sin poder hablar, los médicos habían sido incapaces de llegar al fondo de su enfermedad.
Según relata el matutino, Martin se había convertido en una carga insufrible para su propia familia, su madre estuvo al borde del suicidio y deseó en voz alta la muerte de su hijo, quien estuvo durante más de 13 años en estado vegetal.
Pasó por varias cuidadoras que
ayudaban a la familia que dejaban al chico varias horas frente a la televisión.
Luego llegó Virna, una aromaterapeuta que masajeaba sus brazos con aceite de
mandarina, quien detectó en su mirada algo que le hizo intuir que el niño
fantasma, convertido ya en un hombre de 25 años, se percataba de todo lo que
pasaba a su alrededor y que así llevaba posiblemente una década, aunque fuera
incapaz de hacerse oír.
A raíz de eso, lo llevaron a una
clínica de comunicación “aumentativa y alternativa” y Martin pudo escapar de
los barrotes de su propio cuerpo y hablar con la ayuda de un ordenador y un
sintetizador como el de Stephen Hawking.
“Era tremendamente frustrante
y angustioso tener ese deseo de gritar y hacerme visible, pero no ser capaz de
hablar y apenas poderme mover”, relató a El Mundo.
“Pude soportarlo escapando hacia mi interior. Mi refugio fue mi imaginación. Y podía imaginarme todo tipo de cosas: desde convertirme en un ser muy pequeño y escalar hasta una nave espacial o que mi silla de ruedas se transformaría en un coche a lo James Bond, con cohetes y misiles. A veces imaginaba que era un conductor de F1. O que era una estrella mundial de cricket”, explicó.
Ahora con 39 años, y en su segunda vida, se mueve en su silla de ruedas, conduce su propio auto y “sonríe con una paz contagiosa”. Martin trabaja como diseñador de webs y está casado con Joanna, a quien conoció a través de internet.
Piensa en trasmitirle a sus hijos que “nunca se rindan y que traten a todo el mundo con amabilidad, compasión y respeto” y agregó que, les insistirá en que nunca dejen de soñar ni perseguir sus sueños”.
Aseguró que no busca un respuesta definitiva a su enfermedad y que tampoco se hace la inevitable pregunta -“¿por qué yo?”- y que en todo caso su sentimiento de culpa está asociado a lo que tuvo que pasar su familia: “Mi padre tuvo que renunciar a su carrera y mis hermanos no recibieron todo el cuidado que merecían. En realidad, sé que no fue por mi culpa, pero por todo lo que he oído sé que causé un gran trauma y es duro aceptarlo”.
En un doloroso episodio del
libro, Martin narra cómo le hincó los dientes en el estómago a su padre en un
momento de rabia: “Si no hubiera sido por él, posiblemente yo no habría
sobrevivido. Mi padre fue una auténtica fortaleza durante todo el proceso. El
era quien más tiempo cuidaba de mí y quien más me reconfortaba”.
Quien más sufrió sin embargo el
impacto de su enfermedad fue su madre, que intentó quitarse la vida y llegó a
decir en voz alta lo más parecido a “¡ojalá te mueras!”, sin percatarse de que
su hijo se enteraba de todo: “Obviamente, aquellas palabras fueron
tremendamente difíciles de aceptar. Me afectó mucho, pero no le guardé rencor.
Más que sus palabras, lo que me dolió fue pensar que habíamos llegado a una
situación en la que todos habrían estado mejor si yo no hubiera estado vivo.
Pero aquello pasó. Ahora mismo siento un gran amor y una enorme compasión por
ella”.
Durante su enfermedad Martin
pasaba gran parte de su día en un centro, “atrapado en un purgatorio de días
tediosos”. Tiempo después, una cuidadora destapó la caja de los abusos
sexuales, físicos y mentales, hasta el punto de convertirse en “una parásita” y
hacerle pensar con todas sus fuerzas: “Me preguntó si algún día lograré
librarme de ella”.
“La he perdonado, a ella y a toda
la gente que abusó de mí durante esos años. Sé que esas cosas ocurren donde hay
niños o adultos demasiado débiles, silenciosos o mentalmente indefensos para
poder contar sus secretos. Ahora lo llevo mejor que hace unos años, pero
todavía tengo pesadillas. Aún hay cosas que me hacen revivir cómo me sentía en
aquellos momentos”, confesó.
“Observé las cosas que
habitualmente la gente no ve. Vi a gente metiéndose el dedo en la nariz o
tirándose pedos realmente ruidosos. Algunos cantaban o hablaban consigo mismos
delante del espejo. Vi la manera en la que la gente miente y retuerce la verdad.
Vi la vulnerabilidad de la gente y la máscara con la que suele presentarse ante
el mundo”.
“Mi mente estaba atrapada en un
cuerpo inútil, mis brazos y mis piernas escapaban a mi control y mi voz se
había quedado enmudecida. No podría hacer una señal o emitir un sonido que
hiciera saber a la gente que había recuperado la conciencia. Era invisible, el
niño fantasma”, escribe en el libro que publicó llamado Ghost Boy.
Hubo momentos, reconoce Martin,
en que deseó morir, sobre todo una vez en que contrajo neumonía y su salud se
debilitó. “Pero algo dentro de mí me hacía siempre volver y seguir luchando. A
veces, el detalle más mínimo conseguía levantarme el ánimo. Por ejemplo, cuando
un extraño me sonreía”. El humor y la imaginación, asegura, fueron sus dos
aliados fieles.
Según cuenta la crónica, Martin
sonríe mientras teclea a toda velocidad y activa la tecla mágica que habla por
él. Aunque no mueva los labios, mira como si puntuara las frases. Su expresión
se vuelve eternamente risueña al pensar en Virna y el aceite de mandarina. “Fue
la catalizadora de todos los cambios que ocurrieron en mi vida. Si no hubiera
sido por ella, tal vez estaría aún en un centro especial, o posiblemente
muerto”.
Martín conoció a Joanna, una
trabajadora social, a través de su hermana y entablaron una relación por internet.
Sin conocerse en persona ya se habían declarado su amor y ella cuenta que nunca
le importaron las limitaciones físicas que Martín tenía. En 2009 se casaron.
“Yo aprecié en él sobre todo su
honestidad y su capacidad para escuchar, y llegó un punto en que las barreras
físicas no iban a influir en mi decisión. Lo único que estaba claro es que iba
a necesitar una esposa fuerte y aquí me tiene… Yo quería compartir mi vida con
este hombre especial que me ha enseñado mucho, sobre todo a vivir en el momento
y a apreciar los pequeños grandes regalos que dan sentido a nuestros días”,
relató Joanna.
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