Por Vinicio López
Si pésimas eran las condiciones laborales en el Hospital
Regional Jaime Mota, en las clínicas privadas eran peores para los
anestesiólogos y el anestesista. Para entonces laboraba también en la Clínica
Magnolia, Clínica Santo Tomás, Clínica Elena, Clínica San Martín, Clínica del
Dr. Michel, Clínica del Dr. Gary y Clínica del Dr. Pérez Reyes. También en el
Hospital Jaime Sánchez del IDSS, donde sí existían muy buenas condiciones.
Sólo dos de estos centros médicos privados disponían de viejas
máquinas de anestesia, los demás solo de un tanque de
oxígeno con un manómetro
al que adaptábamos una manguera y una bolsa para ser utilizadas en la
oxigenación de los pacientes en salas de cirugías. Ninguno de ellos compraba
los medicamentos de uso anestésico, ni laringoscopios, ni tubos endotraqueales,
ni esfigmomanómetros, ni estetoscopios.
Teníamos que cargar en un bultico médico con todo lo necesario,
y para colmo, no nos pagaban por el uso de estos medicamentos. A cambio
recibíamos una humillante paga discrecional directamente del cirujano para los
muchachos de anestesia (para ellos éramos de segunda
categoría). Peor aún eran los abusivos honorarios médicos y
los tiempos de pago de las Igualas Médicas existentes.
Con el respaldo de nuestros escasos compañeros iniciamos una
dura batalla para establecer el pago del 30% de los honorarios del cirujano
como honorario para los anestesiólogos. El único cirujano que
siempre nos pagaba bien, y que nos apoyó en esta lucha, fue el Dr. Rafael Féliz
Vilomar. Ganada esta lucha, los que nos dedicamos a la
anestesia pudimos acceder a mejores niveles de ingreso y calidad de vida.
Como les mencioné más arriba, el Hospital Jaime Sánchez del IDSS
era el oasis en este desierto que les he descrito, pero con el tiempo fue
cayendo también en un grado tal de deterioro, que en una ocasión nos vimos en la
imperiosa necesidad de intervenir quirúrgicamente por placenta previa a la
cuñada del Director de entonces, sin que en toda la institución hubiera un
tanque de oxígeno.
Aceptar un anestesiólogo una cirugía de cualquier
tipo sin disponibilidad de oxígeno, es un pecado capital casi
imperdonable, sobre todo si se trata de anestesia general. Era la tarde de un
domingo, el ginecobstetra era el Dr. Víctor Terrero, la paciente sangraba a
raudales, tampoco había sangre para transfundirla ni tiempo para que llegara
viva si la referíamos a otro centro de salud.
Ante esta situación, llamamos a los familiares para que
gestionaran urgentemente donantes, mientras corríamos el inmenso riesgo de
aplicar la anestesia general endovenosa, y practicar la cirugía, oxigenando a
la paciente con un bambú y aire del medioambiente. La sangre apareció al
finalizar la cirugía y la paciente se salvó, más por la ayuda de
Dios que por el arrojo de nosotros.
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