13 de noviembre de 2014

Al Cumplir 35 Años de mi Llegada al Hospital Regional Jaime Mota (5)

Por Vinicio López

Si pésimas eran las condiciones laborales en el Hospital Regional Jaime Mota, en las clínicas privadas eran peores para los anestesiólogos y el anestesista. Para entonces laboraba también en la Clínica Magnolia, Clínica Santo Tomás, Clínica Elena, Clínica San Martín, Clínica del Dr. Michel, Clínica del Dr. Gary y Clínica del Dr. Pérez Reyes. También en el Hospital Jaime Sánchez del IDSS, donde sí existían muy buenas condiciones.

Sólo dos de estos centros médicos privados disponían de viejas máquinas de anestesia, los demás solo de un tanque de
oxígeno con un manómetro al que adaptábamos una manguera y una bolsa para ser utilizadas en la oxigenación de los pacientes en salas de cirugías. Ninguno de ellos compraba los medicamentos de uso anestésico, ni laringoscopios, ni tubos endotraqueales, ni esfigmomanómetros, ni estetoscopios.

Teníamos que cargar en un bultico médico con todo lo necesario, y para colmo, no nos pagaban por el uso de estos medicamentos. A cambio recibíamos una humillante paga discrecional directamente del cirujano para los muchachos de anestesia (para ellos éramos de segunda categoría).  Peor aún eran los abusivos honorarios médicos y los  tiempos de pago de las Igualas Médicas existentes.

Con el respaldo de nuestros escasos compañeros iniciamos una dura batalla para establecer el pago del 30% de los honorarios del cirujano como honorario para los anestesiólogos.  El único cirujano que siempre nos pagaba bien, y que nos apoyó en esta lucha, fue el Dr. Rafael Féliz Vilomar.   Ganada esta lucha, los que nos dedicamos a la anestesia pudimos acceder a mejores niveles de ingreso y calidad de vida.

Como les mencioné más arriba, el Hospital Jaime Sánchez del IDSS era el oasis en este desierto que les he descrito, pero con el tiempo fue cayendo también en un grado tal de deterioro, que en una ocasión nos vimos en la imperiosa necesidad de intervenir quirúrgicamente por placenta previa a la cuñada del Director de entonces, sin que en toda la institución hubiera un tanque de oxígeno.

Aceptar un anestesiólogo una cirugía de cualquier tipo  sin disponibilidad de oxígeno, es un pecado capital casi imperdonable, sobre todo si se trata de anestesia general. Era la tarde de un domingo, el ginecobstetra era el Dr. Víctor Terrero, la paciente sangraba a raudales, tampoco había sangre para transfundirla ni tiempo para que llegara viva si la referíamos a otro centro de salud.

Ante esta situación, llamamos a los familiares para que gestionaran urgentemente donantes, mientras corríamos el inmenso riesgo de aplicar la anestesia general endovenosa, y practicar la cirugía, oxigenando a la paciente con un bambú y aire del medioambiente. La sangre apareció al finalizar la cirugía y la paciente se salvó, más por  la ayuda de Dios que por el arrojo de nosotros.

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