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14 de septiembre de 2015

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO (Lunes 14 de septiembre, 2015)

La Quenepa

Por Carlos Darío Sousa Sánchez*

La carreterita del Batey Central -sí, Villa Central- que sale a la virgen, ahí en Blanquizales, se ha convertido en una de las vías más transitadas de Barahona.
Los ensanches que se han ido construyendo hacia el oeste de la ciudad le han incrementado su importancia, disparando notablemente su tránsito, este muchas veces motivado por la Zona Franca y el Central Barahona, a lo que hay que
añadir recientemente el Centro Universitario Regional Suroeste (CURSO).

Por diferentes causas han ido desapareciendo los árboles que había a lo largo de su trayecto, aunque de vez en cuando uno se encuentra con el Nim invasor, pero éste es un fenómeno de factura reciente, que ya es una plaga.

Hace años había al lado del tanque un enorme árbol al que venían a comer, o era su refugio, Rolones, Palomas y Tacois, entre otros pájaros, y que un grupo de expertos cazadores encabezado por José Matos- el inolvidable amigo José polero-, íbamos a hacer de las nuestras, Jorge Coss Batista, Tico Báez Del Villar y unos cuantos “esticadores”, “tirapiedras en mano”, que previamente nos habíamos llenado los bolsillos de piedras de gravilla, tomadas de la fábrica de blocks que tenía Cerame Cury en la Colón.

El tanque no estaba al alcance de todo el mundo, en sentido figurado, pues estaba lejos de Barahona y del mismo Batey. Para llegar hasta allí había que dar una buena vuelta tomando el camino que salía de la casa de Fremio, -ahí donde ahora está la 5ta. Brigada y que antes fue La Base Aérea, y antes la Fundación San Rafael, donde se instaló la Normal-, al que encontrábamos a veces montando un caballo al pelo y agarrándose de las crines, y seguir a todo lo largo de la “pista” de aviación, donde aterrizaban los aviones DC-3 de la CDA y el de Mr. Kilbourne.

Cuando llegábamos al final de la pista había que doblar a la derecha y bajar siguiendo la línea de la canaleta y los tubos de agua que iban al tanque. Podíamos estar allá un rato, eso antes de que sonara la sirena de las doce para llegar a tiempo a la casa, para que no nos sonaran por llegar tarde al almuerzo.
Nunca nos atrevimos a cruzar la pista. Las advertencias eran suficientes.

Hoy no es así. El tanque está casi en el centro de la ciudad, por decir algo, y la carreterita que fue alargada con los años, no sé si porque sirvió para un vertedero o por otras necesidades, y se fue convirtiendo poco a poco, en algo más respetable que un sendero.

Por supuesto, la ciudad iba creciendo y la hoy “Villa Central”, desarrollaba una fortaleza asombrosa, la Zona Franca, el Centro Olímpico, la desaparición de la Base, a raíz de la construcción del Aeropuerto Internacional María Montez, y la construcción del CURSO, van a permitir que Barahona y la Villa se comuniquen de forma directa al abrirse calles que las unía. Es, ya, una conurbación.

La sociedad cambiaba de forma acelerada. Las personas buscaban sitios donde hacer su casa y se desarrollan urbanizaciones que van poco a poco adueñándose de los espacios vacíos. Y todo eso ayuda a cambiar la pasividad de la vida pueblerina. La varilla y el cemento contribuían a cambiar el paisaje.

Escribía hace un par de meses, y recientemente, sobre una Caoba y un Almácigo, y como fueron uno y otro “desaparecidos” de los márgenes de la carretera. Lo más probable es que la Caoba debe estar secándose ya, convertida en tablones esperando un destino más “noble” que el innoble que la cortó, y el Almacigo, que por la calidad de su madera en algo diferente, pero espero que también usada para buen fin.

Ambos preservando el recuerdo que los lleva en su tránsito por este mundo cargado de belleza.

En la carretera, casi llegando a la calle Club Rotario (esa que pasa por la el Banco de Reservas y se introduce casi a Los Solares), hay un mata de Quenepa, o si quiere, de Limoncillo, cuya fruta hemos disfrutado desde niños, no de ese árbol, que me parece es macho o son agrias, pues no he visto a nadie “encaramado” en la mata o con un garabato tumbándolas.

Yo acepto que el Limoncillo no tiene más que una culpa, la de haber crecido ahí donde está, y no en un patio donde habría gentes de que le respetaran aunque sea un poco. Y una desgracia para él si son agrias, y esas, al igual que las chinas, no se pagan.

Y mucha más desgracia para las agrias, pues no sirven para nada. También se le monta otra desgracia, propia de él, si es macho, y ahí si es verdad que no sirve para nada. (Que sí, que sabemos para qué sirven). Empezamos a darle machetazos o a meterle clavos de 6 o más pulgadas, haciéndole cualquier ensalme y “brujerías” para cambiarle de sexo. Hace años que eso existe.

De todas formas, creo que el Limoncillo es muy preciso en eso y no se queja ni se preocupa por esas arremetidas, el sigue en su canto: o macho o agrias, y yo no sé finalmente cuál de los dos estados es el que tiene.


Ni el Caobo ni el Almácigo, a veces tan indiscretos, dijeron algo sobre el Limoncillo, quizás porque al igual que ellos, sabían de su destino y que estaba ligado al hacha y al machete. Sabían al igual que ellos que su destino estaba unido a esa cultura depredadora que de verdad no tiene ideología y si muchas señas mercuriales, al fin y al cabo es un asunto de papeletas y más él, que está por donde van a tirar la cerca.

*El autor es catedrático universitario.-

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