El Laberinto de los Espíritus
Por Carlos Darío Sousa S.*
Carlos
Ruiz Zafón, Barcelona 1964, autor de varios Best-Seller, con la saga iniciada
hace más de quince años, “El cementerio de los libros olvidados”, que se inicia
con “La sombra del viento”, seguida por “Prisionero del cielo”, “El Juego del Ángel” y finalizando, según el autor, con “El laberinto de los espíritus”.
Todas se
pueden leer de forma independiente, aún cuando forman una unidad.
Este
barcelonés, aficionado a coleccionar dragones, del que, en muchas fachadas del
barrio Gótico, con sus callejuelas intrincadamente medievales y sus gárgolas, existen,
y nacido en el año chino del mitológico animal.
“El
laberinto de los Espíritus”, es la novela más extensa de la saga, 925 páginas, editada por Planeta de España, la que tengo
está impresa en México, en el 2016.
Como
toda obra ficcional, aún cuando encontramos aspectos que tienen una relación con
una realidad circundante, permite que nos transportemos a partir de la realidad
que el autor refleja en su desarrollo. La obra se incardina en la historia de
España pre y post dictadura de Franco, es decir, abarca casi 70 años de esa
historia.
Pero
la parte fundamental del argumento es un fenómeno que hemos vivido en nuestra
América con las dictaduras militares y con los presos políticos, y presas
encarceladas sin ningún tipo de condolencia, aún cuando estuviesen embarazadas, y
el consiguiente despojo de los recién nacidos y el negocio que se monta a
partir de ahí. Todos, presos y presas, torturados la mayoría hasta la muerte, o
condenados a largos años de reclusión y luego de liberados, a la vigilancia,
fichados, perpetua y a convivir con el
odio, regla básica del régimen.
En
la medida que recorría sus páginas, y subrayaba renglones en rojo, muchas veces
pensaba en otras obras. Pensaba en “La Divina Comedia”, “El Nombre de la Rosa”,
“La Biblioteca de los Libros perdidos”, “Biblioteca de Babel”, “Fahrenheit 451”
(y el Inolvidable película de Truffaut, basada en el libro de Bradbury), los “Libros del Infierno”, clásicos vividos, y
“La biblioteca de los libros rechazados”, y es que cuando uno se introduce, o
te introducen, poco a poco, en el argumento, aparece la referencia del
“Cementerio de los Libros”, o paseamos por Las Ramblas el día de San Jordi a
comprar Libros y Rosas, o la Feria del Libro de Madrid o en esta ciudad, también, “La Cuesta de
Moyano”, o “La Casa del Libro”, que eso hay que vivirlo.
El Laberinto es pues, casi, una novela
“policíaca” -con buenos y malos-, con envidias, con amores y enamoramientos, con
esto y lo otro, y con, esto lo sabemos
bien, con su Brigada Político Social –la Policía represiva del Generalísimo
Francisco Franco Bahamontes, dictador por la Gracia de Dios (las monedas en
España tenían la siguiente leyenda: Francisco Franco Caudillo de España por la
Gracia de Dios), con tantas vertientes, que la trama nos deja la
sensación de atravesar la historia viendo como pasa la historia, es decir: “Una historia no tiene principio ni fin, tan
solo puertas de entrada. Una historia es un laberinto infinito de palabras,
imágenes y espíritus conjurados para desvelarnos la verdad invisible sobre
nosotros mismos. Una historia es, definitiva, una conversación entre quien la
narra y quien la escucha, y un narrador solo puede contar hasta donde le llega
el oficio y un lector solo puede leer hasta donde lleva escrito en el alma”. “Lo
único que importa es el espejismo que ha quedado grabado en el teatro de la
imaginación que alberga el lector en su mente”.
El
tiempo en la novela es importante, pues en él es que vamos a encontrar toda la
dimensión del argumento centrado a partir del Madrid de los años 50 y llegar
al Barcelona del 1992, el de los JJOO.
Carlos
Ruiz Zafón, es un maestro de la descripción de los personajes, llevándolos hasta
el más mínimo detalle o como describe los tránsitos por los lugares, ya sean
cafeterías o calles, edificios, habitaciones, librerías o como visten los personajes, o como se
tortura, o como se siente la persecución en la nuca, o como llueve y como es el
clima antes y después de la lluvia o de la nevada o simplemente como es el
cielo de Barcelona.
Pero,
también, como se lucha por un objetivo, como por encontrar la verdad o como es
el amor de los padres, de los abuelos, de los amigos, o simplemente como se
vive en una sociedad, en una ciudad plagada de historia en la que cada calle,
cada esquina, cada edificio, tiene una marca en la historia, o como un caramelo,
los sugus de limón -y les confieso que son deliciosos-, puede formar parte del
entramado novelístico. También como se
llega a ser escritor, y la cantidad de horas que hay que dedicarle a encontrar
su propio estilo rompiendo cuartillas y rompiendo miedos y temores a hacer
bohemios…
Así,
pues, El Laberinto..” es como una bitácora, donde en cada momento quedan
plasmadas las ideas o simplemente las realidades en la que viven y se desarrollan
los personajes, como se transportan en la historia o como recorren las ciudades,
como se va acomodando la trama para llegar a un final donde transcurre la vida
y la muerte, o como las tarjetas de viajes, tan recordadas, nos ubican en
puntos, señalando donde estamos o mejor diciendo que estoy vivo, palpándose que
la lejanía, como metáfora del tiempo real, significaba el fin de la vida.
Para
finalizar, quiero indicarles algo que había leído en el libro de José María Micó, “Clásicos vividos”, cuando hace referencia a los capítulos barceloneses del
Quijote, en la que entran en danza “muchas de las parejas principales de la trama:
acción y contemplación, justicia y transgresión, armas y letras, burlas y
veras, castigo y perdón, ficción y realidad, vida y lectura, amor y muerte.
Barcelona era un destino ineludible”.
Finalmente, y este es de verdad el final,
siento mucho que la saga termine en “El Laberinto de los Espíritus”, a lo mejor
Carlos Ruiz Zafón medita y nos brinda un nuevo viaje por “El cementerio de los
Libros Olvidados”.
*El autor es catedrático universitario.-
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