Por Luis Eduardo Díaz Franjul
En una tranquila mañana
del domingo 6 de mayo de 2017, en el remanso de la pausa de los torrenciales
aguaceros acaecidos en las últimas semanas, llamaron mi atención dos artículos
publicados el sábado en el periódico Hoy, que junto con el Listín Diario acostumbro
leer los domingos, contrario al “periódico de ayer” de Héctor Lavoe, que en la
tarde convierte en “materia
olvidada” la noticia exotérica de la mañana. En
cierto modo estoy de acuerdo con Lavoe, solo que extrayendo lo esotérico de lo
publicado para consumo del alma, que como nube en el internet, mantiene vigente
el contenido, lo que no es posible en el “periódico de ayer” de Lavoe.
Los artículos a los que me refiero se titulan: (1) “Por qué el
mar?, y (2) “Modigliani, desnudador del alma”. A continuación cito uno de los
párrafos del (1): “Plantea Corbin que también se puede analizar el mar como un
mecanismo de conexión de toda índole entre las ciudades que tienen el
privilegio de contar con un pedazo de mar, pueden ser analizadas desde
diferentes perspectivas geográficas, comercial, cultural, para mencionar
algunas; bajo el apelativo de ciudades portuarias”.- Otro de los párrafos del (2)
reza como sigue: “Muchas veces me he preguntado si será más fácil reconocer la
profundidad del océano que la profundidad del corazón humano”, refrescando la
frase de Isidore Lucien Ducasse, Conde de Lautrémont.
Siempre he sostenido la tesis de que las bahías de Neiba y de
Ocoa son “bahías perdidas”, pues las provincias Bahoruco (Neiba) y San José de
Ocoa no tienen el mar como frente, lo que constituye una “desubicación
geográfica”, independientemente de las razones históricas, comerciales o
culturales que originaron los nombres. Bahoruco y San José de Ocoa se
encuentran detrás de los límites territoriales que definen las provincias de
Barahona y Azua. Por eso “Bahía de Neiba” debiera llamarse “Bahía de Barahona;
y “Bahía de Azua” en lugar de “Bahía de Ocoa”. De esta forma puedo entender
mejor las citas antes señaladas, para no sentirme extraño dentro de mi propia
casa, contrario a los que defienden los actuales nombres las bahías, a quienes
les queda como anillo al dedo el dicho: “Nadie es profeta en su tierra” al no
defender lo que nos pertenece, diría yo (para llevarle la contra al dicho) por
más argumentos o retrancas que impidan el cambio de nombre.
Mientras el hacha va y viene los barahoneros (no se si los
azuanos) están conscientes de la importancia del mar frente a la ciudad y/o
provincia. No lo ven como “mecanismo de conexión de toda índole entre las
sociedades que tienen el privilegio de contar con un pedazo de mar”; ni tampoco
analizan sus comunidades “desde diferentes perspectivas: geográficas, comercial,
cultural, para solo mencionar algunas”; ni mucho menos “bajo el apelativo de
ciudades marítimas”, para con esto acoplar la cita del primer artículo; como
también la indiferencia de los barahoneros que tienen al mar como espejo
invisible, lo que hace “más fácil reconocer la profundidad del océano que la
profundidad del corazón humano”, para acoplar la cita del segundo artículo,
como antes vimos.
Con toda certeza, puede
decirse que no soy profeta en mi tierra en honor al dicho. Pero a diferencia de
mis compueblanos, hasta cierto punto he defendido lo que nos pertenece, si se
quiere desde el punto de vista “esotérico-teórico,” comenzando con “Bahía de
Barahona” y vislumbrando el futuro turístico de la zona, aunque nuestra bahía
tenga por nombre “Bahía de Neiba”, Digo esto porque no tengo los medios ni
posiciones oficiales para cambiar las cosas, por el hecho de no participar en
política partidaria o pertenecer a grupos empresariales “peso completo”, aunque
sí hemos construido un pequeño y acogedor hotel ecoturístico en la costa para
el disfrute de nacionales y extranjeros.
Sin embargo, observando la inercia de la provincia de Barahona
en el turismo de sol y playa; la de un romántico ecoturismo rodeado de inmensos
atractivos naturales (ríos, lagos, playas y montañas), y la del secuestrado
aeropuerto internacional María Montés, con aterrizajes de vuelos internacionales
intermitentes que se cuentan con los dedos de una sola mano en 24 años;
observando además, vuelvo y repito, la inercia de una masa hotelera de
alrededor de 500 habitaciones (ubicadas mayormente en la ciudad) no aptas para
el turismo masivo de sol y playa, esas y muchas otras han sido las razones por
las cuales he estado planteando a las autoridades y a los barahoneros, el
desarrollo del turismo de cruceros por el muelle de la ciudad.
Por eso, digo a aquellos que defienden el nombre actual de la
bahía, que la frase “Nadie es profeta en su tierra” les cae como anillo al dedo, por el simple hecho de no defender lo que nos pertenece, o por la rabia de un
mar que se siente despreciado, a quienes sugiero reconciliarse con ese mar para
que Dios bendiga a Barahona y el Suroeste, para que siempre haya prosperidad en
vez de miseria. Para muestra basta un botón: 832,000 cruceristas llegaron a
Puerto Plata por la terminal turística Amber Cove en 2016. Si multiplicamos el
total de cruceristas por un gasto promedio de US$100.00 por persona, se obtiene
un ingreso de US$83,2 millones en ese año, dinero (RD$3,910,400,000.00)l que le
cae muy bien a Puerto Plata y zonas aledañas.
Por eso exhorto a los barahoneros a declarar “de utilidad
pública e interés social” nuestras culpas e indiferencias para no quedar atrás
en el turismo de cruceros, y a la vez recomendar a las autoridades declarar “de
utilidad pública e interés social” algunas áreas costeras en el tramo
Barahona-Bahoruco (entre la carretera y el mar) donde se encuentran playas
aptas para proyectos hoteleros de sol y playas, para emular el desarrollo
turístico de Playa Dorada, Puerto Plata, donde comenzó el turismo. Es la manera
de reactivar el aeropuerto María Montés y el progreso de la provincia de
Barahona y la región Enriquillo (Barahona, Pedernales, Independencia y
Bahoruco), teniendo como buque insignia el turismo de cruceros por el muelle de
Barahona.
Pero no todo es tristeza y congoja si en el túnel del tiempo
retornamos a la romántica Barahona de la década del 50, si recordamos la
mansedumbre de Jaimito Mota engalanando su tranquila mirada camuflageada con el
elegante “Ray Ban” (en boga en aquella época), quien con singular esmero
trataba su “Peugeot” de color azul claro en contraste con el “verde mar” frente
a la ciudad; sin dejar atrás el singular “Ray Ban” que reveló el estilo y
elegancia del carismático Freddy Nin, quien conquistó el corazón de Alexandra;
no sin antes recordar al lector que el “Ray Ban” fue un lente especial y
hermoso que discretamente simbolizó la “empinadera de codos” que honró a Baco
en los predios del Candilejas, Flamingo Bar, Restaurant Jaime, Hotel Guarocuya
y el Casino del Sur, sitios preferidos de una juventud que no retorna, pero
permanece a la espera de una mejor suerte de la tierra que nos vio nacer.
Tomado de El Birán NY.-
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