22 de enero de 2017

EXPRESIONES

No lo merecía
Por Tomás Aquino Méndez
No lo merecíaPersonalmente me pareció una buena persona. Como representante de su país, creo que hizo lo mejor que pudo.
Pero, para mí, como diplomático, creo que no cumplió con su mandato de representar correctamente a su país. De propiciar la armonía y la buena vecindad.
Se peleó con la iglesia, con políticos, con poderes públicos y pretendió cambiar nuestro comportamiento moral, para imponer culturas extrañas.
Por eso no comparto el reconocimiento en su más alto nivel otorgado por el gobierno dominicano a travez de la cancillería, al embajador James W. Brewester.
Nuestro patricio Juan Pablo Duarte, fue un hombre nacionalista, respetuoso de las leyes, respetuoso del derecho de los demás y honrado hasta la última letra. Su nombre debería ser para honrar a quien reúne esas cualidades.
Y con el respeto del gobierno dominicano, porque no soy quien para cuestionar sus disposiciones, en este caso no creo que el embajador Brewester merezca el honor de tener a Duarte entre los que reconocen su labor aquí.
Nuestro Padre de la Patria no hubiese estado de acuerdo con la intromisión de este diplomático en nuestras leyes migratorias.
El trató de obligar a cambiar nuestra constitución para facilitar el ingreso de haitianos sin ningún control y trató de variar disposiciones que controlan nuestra zona fronteriza. No creo que Duarte hubiese aplaudido que un extranjero como Brewster le hubiese quitado el visado a un funcionario dominicano, solo porque no se acogió a los mandatos de un poder extranjero.
Dudo mucho que nuestro Juan Pablo Duarte viera con buenos ojos, que entidades locales reciban, como ahora, miles de dólares cada mes, para impulsar políticas contrarias a los intereses nacionales.
Que me excuse el canciller, el presidente Danilo Medina y todos los que defienden y justifican este reconocimiento. Bien pudieron darle otro de menor jerarquía y que no involucre a nuestro nacionalista Juan Pablo Duarte. Y que no me vengan con el cuento de que eso es lo normal cuando un embajador concluye su misión en un país. Es cierto que se ha convertido en una costumbre, pero no dice, en ninguna parte, según lo que he buscado, que sea la mayor distinción de forma obligatoria.
Si pasamos revista a todo cuanto hizo este funcionario diplomático, fuera de lo que era su misión diplomática, nos encontraremos con cantidades de actuaciones al margen de su responsabilidad.
Lo más doloroso de todo, es que a estas alturas, cuando este señor ya se marcha, el gobierno no haya sido capaz de reclamarle una aclaración creíble de porqué al poder electoral le fue suspendido el visado. Nos irrespeta.
Se burla de nosotros. Trata de obligarnos a cambiar nuestra Constitución y a todo esto lo despedimos por lo alto. Qué ironía. Uno de los nuestros, que se la jugó para que a este país no les fueran impuestas leyes y disposiciones que atenten contra nuestra soberanía, es ofendido y maltratado por quien el gobierno luego reconoce al marcharse. Aplaudimos a su verdugo y desconocemos su actitud pro país. Pero… más temprano que tarde, la actitud de Roberto Rosario y su papel frente a dotar la nación de leyes migratorias confiables, tendrá que ser reconocida.

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