La Música en el Castillo del Cielo I
Por Carlos Darío Sousa S.*
John Eliot
Gardiner nos brinda esta obra, Acantilado, 2015, que es “Un retrato de Johan
Sebastian Bach”, uno de los compositores más enigmáticos, complejo y genial de la historia de la
música.
Según el
autor, reconstruir la vida de Bach es sumamente difícil, pues no dejó siquiera
correspondencia familiar, recuérdese que las epístolas (Ver. Fumaroli:
República de las letras) fueron el medio de comunicación más efectivos para
mantener una relación familiar,
científica o cultural, en un momento escritas en latín y en otro en las
lenguas vernáculas. La versión más cercana a su vida fue lo que han contado sus
hijos que el propio Bach le relató.
La Alemania
en que nació Bach (1685), era un peculiar rompecabezas político: una multitud,
o un archipiélago, de ducados independientes, principados y ciudades “libres” imperiales.
El Sacro Imperio Romano, subdividido a su vez territorial y estructuralmente,
se había visto reducido durante el siglo anterior, a una mera sombra de su
antiguo ser. Samuel Pufendorf decía “sin
ser ni un reino ni una república, hemos de llamarlo un cuerpo político que no
se ajusta a ninguna regla y se asemeja más a un monstruo”. Estamos hablando de
la Alemania en víspera de la Ilustración (Movimiento cultural e intelectual
europeo desarrollado desde finales del siglo XVII, hasta el inicio de la
Revolución francesa).
A pesar de
haber nacido casi cuarenta años después de la Paz de Westfalia (1648) los
horrores de la guerra seguían presentes en la memoria de todos. Esa situación
nos puede dar una comprensión profunda del ambiente cultural y psicológico en
que nació y se crio Bach, a lo que tenemos que añadir los mitos nemorosos y los
rituales paganos que seguían existiendo (por ejemplo la fiesta de la
fertilidad. George Frazer en “La Rama Dorada” nos brinda una amplia
documentación de ese mito en el mundo) a pesar de los intentos de suprimirlos.
Para los turingios, el bosque, el hogar de las divinidades tribales reinantes,
conservaba el aura mágica de la naturaleza indómita, y era una fuente de
fenómenos meteorológico naturales, como violentas tormentas eléctricas, que
tanto terror causaban aparentemente a Lutero, convencido de que procedían del
Diablo.
Las
influencias que se van presentando en la intelectualidad, procedente de
personajes tan trascendentes como Copérnico, Kepler o Galileo, no se encuentran
rastros de algún tipo de investigación científica en el Currículo de Bach. La
verdad es que las influencias que recibe son fundamentalmente, tanto del
antiguo y nuevo testamento y de los escritos de Martín Lutero, que inspiraron el “pietismo” y que da
luz a una fuerte explosión en la piedad individual, o siguiendo las
festividades del calendario litúrgico.
La ciudades
de Alemania (viéndolas en conjunto) luchan por tener un lugar destacado en el
comercio y por tal, realizar varias ferias al año que coincidían con aspectos
culturales en los que la música sacra, presentada en los templos, formaban
parte de ese ritual. La fusión de lo profano
y lo religioso tiene su mundo de presentación en el medio urbano. Séneca
decía “El verdadero placer es un asunto serio”, y es por eso que Bach se toma
en serio la interpretación de las obras que presentaba al público,
recordándoles a los asistentes a los conciertos que escuchar música se requiere
prestarle la debida atención.
En la época
de Bach la iglesia seguía siendo el
centro de la sociedad de Leipzig. Para sus ciudadanos era el lugar de
encuentro: con Dios, pero también con sus vecinos, semana tras semana. El
principal servicio religioso, domingo tras domingo, constituía el principal
acontecimiento religioso y social de la semana.
A lo largo
de todo el año –excepto durante la Cuaresma y Adviento- este fenómeno le brindo
a Bach los públicos más amplios a los
que habría de dirigirse nunca. Pero esa asistencia masiva trajo como
consecuencia dividir por clase los lugares que habrían de ocupar, sin necesidad
de mezclarse con los fieles de a pié, violando él así, el precepto luterano de
adorar a Dios en compañía del prójimo.
Otro de los
grandes inconvenientes en esos conciertos, eran los elaborados rituales
formales en los saludos y las reacciones que se producían con las entradas
fuera de hora de algunas damas sobre las que caían miradas libidinosas.
Adicionalmente,
las autoridades temían que “la música dentro del templo se prolongase demasiado
–o, a los ojos del clero, era demasiado entretenida, demasiado frívola o
demasiado operística- podría suponer una distracción de la Palabra de Dios y
proporcionar un pretexto para el desorden y para una conducta indisciplinada de
uno u otro tipo. Ese temor fue tan grande, que algunas ciudades cerraban las
puertas de la ciudad cuando se ejecutaban los servicios religiosos, para que no
ingresaran carruajes y peatones, incluso se pusieron cadenas de hierro cerrando
calles y callejones para impedir toda perturbación.
Pero eso no
quedaba ahí, se tomaron otras medidas
extremas para evitar desórdenes públicos provocados por quienes no podían –o no
querían- asistir a la Iglesia.
Había
competencia en las casas, los intérpretes de instrumentos en las escuelas de
misión, casas siempre compuestas de becados
de diferente extracción social, designados casi siempre por maestros de
cierto nivel de formación.
Bach forma
parte de ese grupo de primer nivel, tanto en la composición, en la dirección y la
ejecución de instrumentos, destacando su
notable formación en los órganos que formaban parte de las iglesias y que
competían entre sí por el tamaño y por el número de tubos que poseían.
*El autor es catedrático universitario.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La Caracola agradece su disposición de contribuir con sus comentarios positivos, siempre basados en el respeto a los demás y en la ética de la comunicación popular.