Por Rosario Espinal
Desde el año 2012, y la semana pasada también, Leonel Fernández
aparece públicamente como el político derrotado. Las decisiones del Comité
Político del PLD y el despliegue en los medios de comunicación se encargan de
así mostrarlo.
Con 12 años en la presidencia, Leonel
Fernández se convirtió en el Joaquín Balaguer del post-balaguerismo.
Se erigió como líder indiscutible del PLD, y su gran colaborador de siempre,
Danilo Medina, no tuvo chance de reemplazarlo antes de que Leonel Fernández
colocara su propia traba en la Constitución de 2010 para volver en el 2016. Es
decir, Leonel tuvo que irse en 2012 para aspirar a volver.
En uno de esos giros inesperados de la
vida, desde 2012, Leonel Fernández ha sido desdichado. A los años de éxitos
(1996-2012) han seguido los de fracasos.
Este giro negativo tiene una explicación sencilla: el caudillismo es fuerte y endémico en República Dominicana.
Este giro negativo tiene una explicación sencilla: el caudillismo es fuerte y endémico en República Dominicana.
Con tres presidencias en su aval, lo normal
en cualquier país con una democracia institucionalizada es que el jefe de
gobierno se retire de la política electoral al finalizar su mandato. Así debió
hacer Leonel Fernández en 2012; no quedarse merodeando como hizo. Al no
retirarse, se quedó en el lugar donde no debía estar, y se convirtió en el
blanco de ataque.
Al llegar al poder, Danilo Medina
necesitaba construir su propio liderazgo, y para eso, usó a Leonel Fernández de
referente negativo. Además, todos los aspirantes presidenciales del PLD vieron
en Fernández su mayor obstáculo para el 2016.
En estilo y algunas políticas públicas,
Danilo Medina hizo lo opuesto de Fernández. El 4% del PIB para la educación y
las visitas sorpresas son ilustrativas. Y para lograr la reelección, el
danilismo se empleó a fondo en disminuir aún más la figura de Leonel Fernández,
precisamente porque seguía aspirando.
Aplastado con la decisión del Comité Político en abril de 2015 de apoyar una
repostulación de Danilo Medina, luego la mayoría congresional que cambió la
Constitución, y posteriormente con el triunfo electoral de Medina sobre 60%, no
es de sorprender que las decisiones del Comité Político sigan beneficiando a
Medina. Y ante cada espectáculo que pinta derrota de Leonel, los medios de
comunicación realzan la pela.
La lección principal del affaire
Danilo-Leonel es que en este país, los ex presidentes deben aprender a
retirarse de la política electoral cuando cumplen sus mandatos. Leonel
Fernández debió hacerlo en el 2012, Hipólito Mejía en el 2004 y Danilo Medina
debe hacerlo en el 2020.
Tanto el danilismo como el leonelismo deben comenzar a ubicar posibles
sucesores para las próximas elecciones, porque ninguno de ellos debe ser
candidato. Entre los dos habrán gobernado 20 años, y hay muchos aspirantes en
el PLD esperando.
Cuando los líderes políticos en este país
aprendan a resistirse a la tentación caudillista, el país habrá dado un paso
importante hacia la institucionalidad democrática.
La política necesita renovación y la democracia se crece cuando se logra esa
renovación. Por eso, repito, ni Leonel, ni Hipólito, ni Danilo deben
repostularse más, independientemente de sus méritos o desméritos.
Que contribuyan a guiar sus partidos por
mejores senderos, que sean miembros vitalicios del máximo organismo de
dirección en sus partidos, que opinen sobre los grandes temas nacionales, o que
sirvan de mediadores ante conflictos. Pero que no vuelvan a repostularse.
Ninguno es imprescindible como bien ha demostrado la historia reciente. Hay que
renovar.
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