11 de julio de 2016

LECTURAS Y VIVENCIAS DE CARLOS DARÍO (Lunes 11 de julio, 2016)

Hacia una sociedad diferente

Por Carlos Darío Sousa S.*

Vamos cada vez más acercándonos a la sociedad del silencio, de la boca callada. Dentro de poco ya no tendremos doble sentido, ni mucho menos una crítica, eso sí, tampoco chanzas.

Dentro de muy poco tendremos tantos grupos, subgrupos, grupúsculos y atomizados, que cualquier observación puede ser tomada como ofensiva. Qué bueno que eso ocurra, pues así es que las sociedades avanzan hacia un mundo más homogéneo, aun siendo muy heterogéneo.

No me voy a meter en si hay ortodoxia y heterodoxia, o si hay “choque de civilizaciones”, o si hay tantas diferencias entre los propios cristianos, como las hay, también, entre los musulmanes. Lo más probable es que en todos los casos sea una constante que surge de su propio seno, por la interpretación que le damos los humanos a vidas y acciones tan complejas que posibilitan esas actitudes. Lo malo es que todos quieren el monopolio de la razón.

Quizás los que deseen uno de esos mundos para sí, tengan que hacer un esfuerzo extraordinario para convencer con sus buenas razones a miles –o millones- de gentes que les importa muy poco lo que se piense, cuando ellos lo que están es cavilando o simplemente pensando como comer, o como salir de este lío con la escuela –o simplemente la educación- de sus hijos, el pagaré del electrodoméstico, o simplemente, el mes de la casa, sea alquiler o hipoteca, o el maldito precio de la gasolina, o del pasaje, que muchas veces va todo junto con otros cientos de detalles. Claro, estoy hablando de gente responsable.

Lo más probable es que quisiéramos hacernos los invisibles, como lo plantea Daniel Innerarity, en “La Sociedad Invisible”, Espasa, 2004, cuando los seres humanos tenemos que necesariamente abrir nuevos espacios, y porqué no la mente, para comprender la sociedad o lo que él llama “la inteligibilidad del mundo actual”.

“Vivimos, dice, en unos momentos en que pensar la sociedad es una tarea tan difícil como apasionante; las turbulencias en medio de las cuales tenemos que orientarnos parecen ponernos ante la exigencia, por decirlo con una expresión de Turgot, de prever el presente”.

“Es que, ciertamente, la sociedad, o su estudio, nos devuelven la imagen de un campo “desestructurado” y no la imagen de un objeto iluminado por el saber, “donde los elementos se inscriben en un acto coherente”. La sociedad es compleja por el aspecto que nos ofrece –heterogeneidad, disenso, caos, desorden, diferencia, ambivalencia, fragmentación, dispersión- por la sensación que produce –intransparencia, incertidumbre, inseguridad- por lo que puede o no hacerse con ella –ingobernabilidad, inabarcabilidad-“.

Vargas Llosa, “La civilización del espectáculo” (Alfagurara, 2012) nos habla de la “banalización  de las artes y la literatura, el triunfo del periodismo amarillista y la frivolidad de la política, son síntomas de un mal mayor que aqueja a la sociedad contemporánea”. “El avance de la tecnología de las comunicaciones, han volatilizado las fronteras e instalado la aldea global, donde todos somos, por fin, contemporáneos de la actualidad”.

Quizás por eso “debemos acostumbrarnos a vivir en un mundo más cercano al caos que al orden, a concebir el orden como la continuación del caos por otros medios”.

La “cultura de la simulación” ha debilitado el principio de la realidad. Y la idea de la manipulación se ha convertido en un concepto descriptivo, pues carece de un contrario simétrico, como pudiera ser la descripción objetiva de la realidad, la autenticidad o la sinceridad.

No sirve de nada defender algo cuando nadie en su sano juicio defendería lo contrario. Así, cuando se dicen cosas que pueden no ser verdaderas, entonces no se ha tomado parte,  sino que se ha tomado el todo, y para eso ya están los predicadores –dice Javier Cercas en El Impostor, que “hay que desconfiar de los predicadores de la verdad”, y yo añado, también de los manipuladores- de diversa procedencia, son los aduladores automáticos.

En el mundo de las ideas y las opiniones, tan diferente a las Ideas y Creencias de Ortega y Gasset, una posición es legítima cuando no reduce las posiciones alternativas al absurdo. Precisamente por eso, una de las primeras enseñanzas de la confrontación intelectual, es que cuando alguien elige el flanco más vulnerable de los demás, lo que manifiesta es su propia debilidad. Josep Redorta nos habla en “Entender el Conflicto”, Paidós, 2007, en los mismos términos.

Innerarity nos presenta “la era de la disculpas”. Una cosa son las justificaciones y otra las disculpas. Una justificación constituye un sistema de argumentación a través de un proceso que se pretende riguroso. De este orden eran los razonamientos, grandiosos y en ocasiones también peregrinos, de la ideologías del pasado.

Una disculpa es algo más modesto, un artefacto casero de la estrategia política. El arte de administrar la disculpa, permite llevar a cabo las operaciones básicas que se exigen en el escenario: cautivar, distraer, desviar, aparentar, disimular.
La estrategia de la disculpa pone al alcance de cualquiera una fórmula infalible para conseguir lo que en otras épocas había de ser el resultado de un trabajo profundo.

El líder actual ya no necesita leer demasiado ni pensar mucho. Ni siquiera tiene que argumentar ni resultar convincente, basta con que consiga manejar correctamente los mecanismos de la tención pública. Es alguien que no tiene ideas para convencer, sino procedimientos para distraer. Alguien lleno de frases cosméticas, la perpetua vacuidad del lenguaje político.

Quizás tengamos que seguir con lo que dice René Loureau en “Los intelectuales y el Poder”: “El teórico cree hablar de problemas en general, desde el punto de vista de su conciencia no implicada, cuando, en realidad predica para su propia parroquia”.

A lo mejor sería decente, por aquello de seguir soñando, buscar como Milton, “El Paraíso Perdido, eso sí, teniendo en cuenta cómo sus habitantes tratan a la tierra, los animales y las caobas.


*El autor es catedrático universitario.-

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