Por Hidalgo Rocha Reyes*
Las
relaciones amorosas en los últimos tiempos, en esta parte del mundo están
dejando una estela de hechos que han venido a parar en lamentaciones para la
familia y la sociedad en sentido general, por situaciones sangrientas muy
difíciles de entender y que a veces uno solo llega a decir “toco madera”, en
clamor de que nunca pase a nuestro alrededor.
Recuerdo, pensando sobre el sentido de propiedad que tenemos los hombres con
las mujeres o compañera de relación, que siendo un trabajador de la
distribuidora local de energía, en una ocasión, tratando de normalizar un
servicio residencial, cuando la persona encargada de la casa sale a ver nuestro
operativo para que no le corten el servicio, ella toda sensual y atractiva, con
vestimenta de dormir transparente, exige verme como encargado del operativo.
Entre peticiones de ella y bebedera de agua nuestra, porque pedíamos el
preciado liquido para poder ver transitar de nuestra buena vista, logramos
eficientizar el servicio.
Tiempo después, por comentario entre “amigos” masculinos, esta acción nos
trajo como consecuencia una enemistad gratuita, porque dicha dama era a la
sazón la compañera de un conocido nuestro residente en el exterior, la cual no
tenía una placa de identidad ni él la hacía ver como la misma
socialmente.
Otro hecho le paso a un amigo, que al revizarle el teléfono a su esposa ve
que una persona le esta coqueteando la misma y decide hablarle al intruso en
primera persona llamándole la atención de sus acciones. Este relato me impactó por la forma en que este le reclama a su competencia y por la confianza con que
el me contó los pormenores del mismo.
Ambos hechos me pusieron a pensar sobre ese sentido de propiedad,
conociendo a ambos sujetos, el de la dama dormilona y el del telefonista
oculto, “amigos” estos que a la hora de conquistar y enamorar, bajo el deseo y
la licenciatura masculina, no son nada católicos.
Esto así porque, ¿Es solo a mí que me gusta mi compañera como hombre? Soy yo
el único que puede ver los atributos de ella? No está ella expuesta a ser
enamorada en el transitar de nuestras calles de Dios? Tiene ella una
placa en la espalda y en la frente que la haga identificar como de propiedad
ajena? No piropiamos, cortejamos e insinuamos enamoramientos a una mujer
transeúnte cualquiera cuando pasa cerca de nosotros, ella toda
despampanante, armoniosamente sintonizando su contoneo? No brincamos palizadas,
camas y cabañas en amores escondidos y/ o jondiando par de tiritos? No somos
algunas veces sorprendidos con mensajes y llamadas? No buscamos tener
siempre una muleta por si las mosca se espantan? Y si fueran ellas que lo hicieran, qué?
Todas estas preguntas y más han reventado mi cabeza por largo tiempo al ver
tantas acciones de violencia contra pareja y ex pareja, donde la mayoría la protagonizan los hombres, que de una u otra manera son apartados
de la relación.
Algunos han planteado, que más que saber estas verdades, el sentido de
propiedad y la licencia de hacer y deshacer del hombre, impregnado desde siglos
en nosotros, ha llevado hasta en lo material con lo que se ha alcanzado o
invertido con la pareja, lo social, lo que se puede decir, y lo sentimental con
la muestra de amor y sentimientos demostrados a través de los años de
convivencia.
Pero nada de esto puede llevarnos a la agresión por falta de amor o
separación de quien sentimos lo mejor que Dios nos ha dado, vuelvo y digo “Toco
Madera” porque la mente es traicionera. Tenemos que ponernos de
vez en cuando del otra lado de la moneda, aun como van las cosas, con
mujeres cada día más desnuda y que andan negociando su frescura. Nosotros
hacemos o damos muchos más motivos y faltamos más que las mujeres y muchas
veces solo entre reclamos y pleitos, se quedan las cosas.
Uno no puede dejar de entender y hacerse siempre creer que el amor es una
locura y el matrimonio una lotería. Cuando va a llover primero se nubla, si el
negocio no funciona, no dude de mudarse de fritura, que maá para alante hay
venta, sea con masa, huesos o piltrafas.
*El autor es comunicador y abogado.-
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