Carmen Imbert Brugal
Algunos aprovechan,
simulan valentía y responsabilidad. Convocan. Sinrazón fuera de tiempo. Los
indicios previos fueron ignorados, apostaron a la suerte y a la
descalificación, a la tradición de atribuir culpas sin comprometerse. Porque la
tiranía sólo fue obra de Trujillo. El “jefe” mantuvo a la población
atemorizada, sin cómplices ni alabarderos, sin beneficiarios ni taimados. La
permanencia en el poder de Balaguer sólo fue responsabilidad del “oráculo de
Navarrete”. Nadie participaba en el festín de sangre ni en el disfrute del
erario y su retorno a Palacio fue decisión propia.
La fábula consagra el secuestro de cuatro miembros del organismo. Atemorizados, callan, conforme a la especie difundida, como verdad inconmovible. La irrespetuosa aseveración, desprestigia a los funcionarios, sin valor para renunciar y denunciar las infracciones que comete el ogro. Si el control omnímodo del proceso lo tiene el ciudadano sujeto de la diatriba, en el organismo hay personas con prestancia y credibilidad suficientes, aptas para mostrar evidencias que trasciendan la terquedad. Elucubrar en procura de las razones que expliquen o justifiquen el silencio, es tan arriesgado como atribuirle al presidente de la JCE, y sólo a él, los problemas durante el desarrollo de la jornada electoral.
“Los mismos miembros de la Junta están divididos… Parecería que estamos en un callejón sin salida. Sobre todo porque las posiciones han sido muy rígidas y porque la JCE violentó su propia legalidad al no llamar a concurso público para comprar unos equipos (Editorial de El Siglo 29.03.1993).
“De la JCE puede decirse que ha logrado lo que pocas instituciones y personas han logrado en la sociedad dominicana post Trujillo, que es cuasi vencer a la opinión pública. Sus argumentos son tan poderosos y sus decisiones son tan firmes, más que las de un árbitro, que parece y se comporta como un gigante invencible, que además es sordo y solo habla cuando desea y de lo que desea” (Editorial de El Siglo 13.08.1993). Procede la pregunta de Carlos Fuentes “qué parte de nuestra experiencia es cambio y qué parte permanencia.”
El drama de la memoria es el impedimento para el espanto cuando reinventan las causas para la sensación. Es el susto con la misma careta sin estar en carnaval. La consecuencia de la connivencia para eludir faltas, seguir dándole vueltas a la noria y cuando la realidad escuece pedir leyes que nunca quisieron auspiciar. Grito de guerra, después de desdeñar encuestas, de no saber competir, a pesar de la desigualdad, de negarse a innovar. Realidad, luego de imputarle a la clientela electoral imbecilidad y angurria, de manifestar desprecio por la mayoría que pretenden redimir.
Cuando concluya el conteo, comiencen las impugnaciones y ratifiquen conquistas congresuales y municipales, quizás la dirigencia pueda evaluar más allá de la rabia. Comprenda que la real politik compensa, cuando el discurso es seductor, diferente. Cuando propone y apuesta a la transformación, aunque después decepcione. El colmo de la alucinación post electoral de aquellos traicionados por mediciones falsas y adscripciones fugaces, es afirmar que los cambios ocurridos, gracias al sufragio, obedecen a una estrategia fraudulenta.
Así
desdoran diputaciones bien ganadas y auspiciosas, senadurías, alcaldías
sustituidas después de gobernar durante 14 años con agenda clandestina. Así
eluden el análisis del fenómeno PUN, con candidaturas de antología e
insospechada votación.
Mientras prosigue el conteo, la dirigencia azuza y la militancia agrede. Los ganadores agradecen, celebran y anuncian. Y aquellos que no lograron deponer ambición y vanidad, para construir una propuesta atractiva, sin capacidad para controlar el caos, pretenden propiciarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La Caracola agradece su disposición de contribuir con sus comentarios positivos, siempre basados en el respeto a los demás y en la ética de la comunicación popular.