Por Rosario Espinal
En 1996, impedido
constitucionalmente de postularse nueva vez a la presidencia, Joaquín Balaguer
dejó a su suerte al candidato del PRSC, Jacinto Peynado. Quedó en tercer lugar
en la primera vuelta. En la segunda compitieron José Francisco Peña Gómez por el
PRD y Leonel Fernández por el PLD. Negado a que un negro de origen haitiano
llegara a la presidencia, Balaguer decidió apoyar la candidatura del PLD. Ahí
comenzó la migración de votantes balagueristas hacia el PLD.
Muerto Balaguer en el 2002, el reformismo se fue a pique división tras división. Sin votantes, la dirigencia reformista se ha dedicado a buscar beneficios en alianzas con el PLD, el PRD y ahora el PRM. La masa electoral balaguerista se quedó con el PLD. La división del PRD en el 2014 dejó a Miguel Vargas con un partido disminuido. Destinados a perder en el 2016, decidieron aliarse a Danilo Medina en la reforma constitucional de 2015. Apoyaron la reelección a cambio de beneficios, y ahora el PRD trabaja arduamente para llevar votos perredeístas al PLD. Al final, lo que el PRD obtenga en cargos y contratos del Gobierno dependerá del caudal de votos que aporten en la coalición.
Este
traspase de votantes perredeístas al PLD es una de las trabas principales que
enfrenta el PRM para crecer, porque su franja natural de votantes es
precisamente el perredeísmo. Si una parte se va con el PRD a apoyar el PLD, el
PRM se queda corto en la carrera como vienen mostrando las encuestas.
Los votos
que llevará el PRD al PLD son cruciales para el Gobierno. Sirven para compensar
por los aliados que se fueron, y además, ayudan a apuntalar la súper-mayoría
electoral que busca Danilo Medina.
En estas
elecciones hay un total de ocho candidaturas presidenciales. De ellas, seis son
de partidos minoritarios: Guillermo Moreno, de Alianza País; Minou Tavárez
Mirabal, de Alianza Por la Democracia (APD); Pelegrín Castillo, de la Fuerza
Nacional Progresista (FNP); Elías Wessin Chávez, del Partido Quisqueyano
Demócrata Cristiano (PQDC); Soraya Aquino, del Partido de Unidad Nacional (PUN,
y Hatuey Decamps, del Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD). De esas
seis minoritarias, cuatro abandonaron la alianza con el PLD (la APD, la FNP, el
PQD y el PUN).
Con siete
candidaturas en la oposición (el PRM más seis minoritarias), la oposición
actual también terminará contribuyendo al triunfo del PLD y aliados por estas
razones.
Las
senadurías y alcaldías se ganan con mayoría simple en primera vuelta. Si van
ocho senadores por provincia, es decir, uno por cada partido con candidatura
presidencial, será más fácil para el candidato oficialista, cargado de dinero y
soporte partidario, lograr el mayor porcentaje de votos entre ocho. Lo mismo
sucede con los alcaldes.
Las
diputaciones y regidurías se ganan por proporcionalidad, y en la repartición de
escaños, los dos partidos más votados tienden a ganar todas las posiciones,
sobre todo en la Cámara de Diputados, donde las circunscripciones son medianas
o pequeñas.
Moraleja:
para destronar al PLD del poder se necesita una fuerte unidad de la oposición.
No de toda, porque hay incompatibilidades insalvables, pero sí de un segmento
importante que logre armonizar acuerdos democráticos atractivos a la población.
Eso no cuajó en estas elecciones. Por eso, como dice el refrán, trabajan pal’
inglés. ¡Cuánta suerte tiene el PLD!
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