Orden Mundial
Por Carlos Darío Sousa S.*
Es el
título del nuevo libro de Henry Kissinger
(Debate, 2016) del que dice son “Reflexiones sobre el carácter de los
países y el curso de la historia”.
De Kissinger
me he leído “Política exterior americana” (1976), y el monumental y clásico
“Diplomacia” (edición de 2010). El autor ha tenido gran influencia en la
política exterior de los EEUU, del que fue Secretario de Estado durante los
Gobierno de Richard Nixon y Gerard Ford, también fue consejero de Seguridad
Nacional.
Fue el
artífice de la denominada “política de distención”, tanto con la entonces URSS
y la República Popular China (a raíz de
la llamada diplomacia del Ping-Pong),
intervino en la difícil negociación para ponerle fin a la guerra de
Vietnam e intervenir en las aún más difíciles relaciones entre árabes e
israelíes. Es premio Nobel de la Paz de 1973.
Se le
liga a varios golpes de Estado en nuestro Continente, principalmente el dado a
Salvador Allende. Ha sido asiduo visitante de nuestro país, donde tiene
bastantes relaciones personales.
“Orden
Mundial” es un libro abarcador, como suele serlo cuando Kissinger escribe, pues
partiendo de una época en la que Europa tenía “El orden internacional
pluralista”, pero tenía un permanente
caos con guerras religiosas o con designios Imperiales de monarcas que quieren
aumentar sus territorios y sus influencias, y que a partir de la importante
“Paz de Westfalia” con los tratados que firman “las potencias”, se inicia un largo
periodo de paz en la que se inicia “un nuevo concepto de orden internacional”.
Señala,
con propiedad, que este es el momento diferenciador de una etapa con relación a
la siguiente, al establecerse el Estado como piedra angular del orden europeo y
con él se establece el concepto de “Estado soberano”, a partir del cual cada
uno puede establecer su propia organización interna y su orientación religiosa
libre de intervenciones, incluso se les dan derechos a las minorías religiosas.
Es a
partir de ese momento que empiezan a conformarse los principios de un sistema
de “relaciones internacionales”, cuyo principal motivo era el de evitar las
guerras totales en el continente europeo. Pero viene acompañado de los
conceptos “Razón de Estado e Interés Nacional”.
Por
supuesto, la paz de Westfalia no resultó todo lo que sus protagonistas desearon,
principalmente Metternich, ministro de Asuntos Exteriores de Austria y Bismarck Ministerpräsident prusiano, pues se
produjeron acontecimientos que le dan un carácter especial al período: la
Revolución francesa, las guerras napoleónicas, Congreso de Viena, restauración
del absolutismo, las revoluciones de
1848, la guerra de Crimea y la aparición de la conservadora Rusia zarista como
potencia en la Europa post napoleónica. Cada uno de estos acontecimientos
contiene lo que Unamuno llama “intrahistoria”, que los proyectan en el panorama
político universal.
El
capítulo II, bajo el título de “El sistema de equilibrio de poder y su fin”. El
enigma ruso. “De Pedro el Grande a Vladimir Putin las circunstancias han
cambiado, pero el ritmo (de expansión) se ha mantenido extraordinariamente
constante”. “Expandir el Estado en todas las direcciones, ésta es la función
del Ministerio de asuntos Exteriores”, decía Nashchokin, Ministro del Zar Alejandro.
Sin
otras fronteras naturales que los océanos Ártico y Pacífico, Rusia estuvo en
situación de satisfacer este impulso durante varios siglos, incursionando
alternativamente en Asia Central, después en el Cáucaso, luego en los Balcanes
y más tarde en Europa Oriental, Escandinavia y el mar Báltico hasta el Océano
Pacífico y la frontera con China y Japón. Cada año se expandía un número de
kilómetros cuadrados superior al territorio completo de muchos estados europeos
(en promedio, cien mil kilómetros cuadrados desde 1552 hasta 1917)”.
Particularmente no voy a entrar en las reuniones de Yarta y de Teherán, y los resultados de la
segunda guerra mundial.
El
islamismo y Oriente Próximo, que tiene como subtítulo “Un mundo en desorden”,
nos dice lo siguiente: “El mundo se acostumbró a los llamamientos de Oriente
Próximo, instando a derrocar el orden mundial y regional en beneficio de una
visión universal. La profusión de absolutismos proféticos ha sido el sello característico de esta
región, suspendida entre el sueño de su gloria pasada y su incapacidad
contemporánea para unificarse en torno a principios comunes de legitimidad interna
o internacional. En ningún lugar del mundo es más complejo el desafío del orden
internacional: tanto en lo que respecta a organizar el orden regional, como en
lo concerniente a asegurar la
compatibilidad de ese orden con la paz y la estabilidad del resto del mundo”.
El
Islam ve al mundo como una unidad política “dar al-islam” frente al “dar
al-harb”, el primero está en guerra permanente con el segundo. Para imponer ese
sistema universal es por medio de la “yihad”, obligación de los creyentes de
propagar su fe a través de la lucha.
“La
multiplicidad de Asia” y dentro de este capítulo: “Asia y Europa: Diferentes
conceptos de equilibrio de poder”. El mapa político de Asia ilustra el complejo
tapiz de la región. Comprende países industrial y tecnológicamente avanzados,
Japón, Corea del Sur e Indonesia, cuyas
economías rivalizan con las de Europa; tres países de dimensiones continentales,
China, India y Rusia. Una población mayoritariamente musulmana, Afganistán,
Pakistán, Bangladesh, Malasia e Indonesia, y existen minorías musulmanas
cuantiosas en India, China, Birmania, Tailandia y filipinas. Muchas de estas
naciones están creciendo en poder y confianza en sí mismas.
El
rasgo más común de los estados asiáticos en su idea de representar a países
“emergentes” o “postcoloniales”. Todos buscando superar el legado de siglos de
dominio colonial. Afirmando una fuerte identidad nacional.
Quiero
por último referirme a dos capítulos: “Tecnología,
equilibrio y conciencia humana”, y la Conclusión: “¿Orden mundial en nuestra
época?”.
Sobre
el primero, dice que “Cada época tiene su leitmotiv, un conjunto de creencias
que explica el universo, que inspira o consuela al individuo ofreciendo una
justificación a la multiplicidad de acontecimientos que lo afectan. En el
período medieval, fue la religión, en la Ilustración, la razón; en los siglos
XIX y XX, fue el nacionalismo combinado con una visión de la historia como
fuerza motivadora. La ciencia y la tecnología son los conceptos que guían
nuestra época, que han producido un progreso en el bienestar humano sin
precedentes en la historia. Su evolución trasciende las restricciones
culturales”.
El
Orden mundial en la era nuclear es un subtítulo. Desde que la historia empezó a
ponerse por escrito, las unidades políticas tenían a su disposición la guerra
como último recurso. Pero la tecnología que hacía posible la guerra también
limitaba su alcance.
Con la revolución
industrial, el ritmo del cambio se aceleró y el poder proyectado por los
ejércitos modernos se tornó más devastador. La tecnología europea y las
enfermedades europeas, contribuyeron de manera determinante a arrasar las
civilizaciones existentes en las Américas.
El
advenimiento de las armas nucleares llevó este proceso a su culminación. Después
de la primera explosión atómica en julio del 1945, J. Robert Oppenhaimer, el
físico que dirigió el desarrollo del arma secreta, anonadado por el triunfo, recordó
un pasaje del Bhagavad-gita (Importante texto sagrado hinduista. Se le
considera uno de los clásicos religiosos más importantes del mundo. Cuya
etimología significa la canción de Bhagavan. Dios que posee todas las
opulencias) dijo, “Ahora me transforma en la muerte, la destrucción de mundos”.
La
guerra nuclear planteó el dilema de cómo restablecer alguna relación moral o
política entre la capacidad de destrucción de las armas modernas y los
objetivos que se perseguían. Los proyectos de cualquier clase de orden
internacional requerían ahora la mejora urgente del conflicto entre las grandes
potencias. Se buscaba un límite teórico para impedir que cada superpotencia
utilizara la totalidad de sus capacidades nucleares.
Se
definió la estabilidad como un equilibrio (equilibrio nuclear) en el que
ninguna de las partes utilizara sus armas, porque el adversario siempre podía
infligir un nivel de destrucción inaceptable en represalia. El suicidio mutuo
se convirtió en el mecanismo determinante del orden internacional. Cuando, durante
la Guerra Fría, ambos lados se desafiaron mutuamente, fue a través de guerras
subsidiarias.
Con el
fin de la Guerra Fría, la amenaza de guerra nuclear entre las superpotencias ha
desaparecido. Pero la propagación de la tecnología, en especial de la
tecnología de producción de energía nuclear pacífica, ha incrementado
inmensamente la posibilidad de adquirir un potencial de armas nucleares. La
agudización de las líneas divisorias ideológicas y la persistencia de
conflictos regionales sin resolver, han magnificado los incentivos para
adquirir armas nucleares, incluso para actores de estados corruptos o
no-estados.
Producto
de esas circunstancia, los EEUU, la URSS y el Reino Unido, negociaron un
Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT), sobre el que hoy han firmado 189
signatarios.
¿Orden
mundial en nuestra época? En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra
Mundial, parecía que estuviera a punto de nacer una sensación de comunidad
global. Las regiones industrialmente avanzadas del mundo estaban exhaustas a
causa de la guerra; las regiones subdesarrolladas comenzaban sus procesos de
descolonización y redefinición de sus identidades. Todos necesitaban
cooperación antes que confrontación. Y EEUU, preservado de las devastaciones de
la contienda, se lanzó a poner en marcha ideales y prácticas que consideraba
aplicable al mundo entero.
Cuando
EEUU alzó la antorcha del liderazgo nacional, añadió una nueva dimensión a la
búsqueda de un orden mundial. En tanto nación explícitamente fundada sobre una
idea de gobierno libre y representativo, identificó su propio ascenso con la
extensión de la libertad y la democracia, y atribuyó a estas fuerzas la capacidad de alcanzar esa
paz justa y duradera que hasta entonces había eludido al mundo.
Todo
orden internacional debe afrontar tarde o temprano el impacto de dos tendencias
que desafían una cohesión: o la redefinición de la legitimidad o un cambio
significativo en el equilibrio de poder.
Lograr
el equilibrio entre los dos aspectos del orden –poder y legitimidad- es la
esencia del arte del gobierno. Los cálculos de poder sin una dimensión moral,
transformarán cualquier desacuerdo en una prueba de fuerza; la ambición no
hallará descanso; los países se verán embarcados en insostenibles tour de forcé de cálculos elusivos
relacionados con la cambiante configuración del poder. Por otra parte, las
proscripciones morales que no se preocupan por equilibrio tienden a la cruzada
o a desarrollar políticas impotentes que invitan a cuestionarlas; los dos extremos ponen en
peligro la coherencia del orden internacional mismo.
Kissinger
finaliza su libro con estas palabras: “Hace mucho tiempo, en mi juventud, yo
tenía el descaro de creerme capaz de pronunciarme sobre “el sentido de la
historia”. Ahora sé que el sentido de la historia es algo que debemos descubrir,
no proclamar. Cada generación será juzgada por cómo se enfrentó a los problemas
más grandes y significativos de la condición humana, y qué estadistas deben
tomar la decisión de afrontar estos desafíos antes de que sea posible saber
cuál será el resultado”.
*El autor es catedrático universitario.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario
La Caracola agradece su disposición de contribuir con sus comentarios positivos, siempre basados en el respeto a los demás y en la ética de la comunicación popular.